La semana pasada la periodista Inés Aizpún escribió sobre la senilidad de nuestros partidos políticos, que ella considera agravada por la amnesia. También, recordó que demasiados funcionarios difunden a través de comunicadores- con dinero del Estado y como si fuera una hazaña- el cumplimiento de su deber. De paso- y esto lo digo yo-, aprovechan para venderse como presidenciables…
Terminada esa lectura y en el mismo matutino, encontré el acuerdo al que llegó el Colegio Médico con el gobierno; y, en otro distinto, las declaraciones de un joven y conocido abogado explicando las ventajas del “rumba abierta para baile” que ofrece la última sentencia del TC.
Los partidos, el Colegio Médico, y el Tribunal Constitucional, pertenecen al grupo de instituciones que, para bien o para mal, afectan a nuestra sociedad. Observando su trayectoria, me percato de que comparten denominadores comunes: ausencia de autocrítica, indiferencia social e histórica, y una inocultable incapacidad de aprendizaje. (Unos más y otros menos.)
La senilidad amnésica de los partidos políticos, que señala la precisa Inés Aizpún, lleva a no entender ni a esforzarse por hacerlo, las razones por las cuales están donde están, o sea, el “para qué sirve estar arriba…” El resultado ha sido la insatisfacción del ciudadano con el sistema político, y una abstención electoral preocupante.
Los partidos no logran ejecutar planes de gobierno que superen los males fundamentales de esta sociedad. Por primera vez, luego de seis décadas en democracia, un presidente intenta manejarse dentro de una agenda ética.
En general, practican los mismos e ineficientes rituales del quehacer político tradicional; teniendo como principal propósito alcanzar y mantener el poder. Ignoran su desfase y, dentro de sus guetos políticos, ajustan la historia a su servicio.
En estos tiempos, consideran mérito suficiente para candidatearse el haber sido buenos administradores. Sin doctrinas ni propuestas aspiran a ser presidentes. Concentrados en alcanzar la popularidad de los “influencers”, saltan, bailan, y ríen, obedeciendo el dictado de las redes sociales.
Pasemos a mirar lo firmado entre el Colegio Médico y el gobierno. Firmaron una concesión sin exigencias. Olvidaron -no acaba de aprenderse- que de la misma manera que los médicos merecen mejores condiciones, la sociedad que paga y el gobierno que los representa, tienen derecho a demandar un cumplimiento estricto del deber y rigurosos estándares profesionales. El Estado ha cedido, pero no ha exigido. Otra vez percibimos amnesia, egocentrismo, y desprecio social.
El desencanto del colectivo con los partidos y organizaciones sindicales, como el Colegio Médico y la ADP, nos lleva a la decisión del TC, que, al ser de carácter puramente jurídico, no necesita de historiadores ni de sociólogos; aunque no debería de darse el lujo de ignorarlos, porque sus decisiones pudieran tener graves consecuencias en este país.
A partir de ahora, cualquier personaje o personajillo estará en capacidad de vender el fracaso institucional, fabrica ilusiones por las redes, crearse un “perfil favorable”, buscar dinero donde lo encuentre, y llegar a gobernar. Nadie podrá filtrarlos ni frenarlos. El TC acaba de otorgar una dispensa que, en nuestro tercer mundo, pinta mal…
Advierte la historia sobre la desesperanza de los pueblos, documentando que en demasiadas ocasiones avivan a demagogos, populistas, y lideres mesiánicos. Estos, por mandato de las masas o de dogmas delirantes, intenta barrer con lo establecido. El resultado, desde tiempo inmemorables, suele ser funesto.
Tan fácil que resulta googlear lo mil veces repetido, pero no se hace y no se aprende…
Terminé la lectura de los periódicos del día, concluyendo que lo que parecía inconexo no lo era: esas decisiones y opiniones están relacionadas y contribuirán a las mismas consecuencias.
La senilidad amnésica de los políticos, descrita por Inés Aizpún, no es de buen pronóstico. Tampoco tratados como el firmado por el gobierno y el Colegio Médico; ni la sentencia que facilita a los “redentores” llegar a ser presidentes. Son realidades inevitables, cuyas consecuencias podrían ser de lamentar.