Participación política

 

Uno de los principales problemas de las sociedades democráticas modernas es la cuestión de la participación política de la ciudadanía. Como nos recuerda el catedrático de ciencias políticas de la Universidad Autónoma de Madrid, Rafael Del Águila Tejerina, existe un debate sobre este tema entre la concepción democrática de la participación ciudadana y el paradigma de la experticia política. (https://rieoei.org/historico/oeivirt/rie12a02.htm).

El paradigma democrático parte del supuesto de que todos los ciudadanos están potencialmente capacitados para dirimir los asuntos públicos, mientras que la concepción de la experticia política entiende que dichos problemas son muy complejos para ser comprendidos por la ciudadanía común, lo que hace que la resolución de estos deba delegarse en un conjunto de expertos.

Desde la perspectiva liberal-conservadora, el núcleo de la sociedad democrática no consiste en la participación democrática de la ciudadanía, sino en la creación de instituciones y condiciones que posibiliten la realización individual. El debate democrático sería, básicamente, un proceso de negociación entre intereses contrapuestos.

Para dicha perspectiva, se piensa que este modelo de la democracia es más acorde con la naturaleza humana, pues aprovecha el egoísmo innato de los seres humanos para ponerlo al servicio del interés general.

Por el contrario, la tradición democrática participativa parte del supuesto de que los seres humanos tienden por naturaleza a la colaboración y comparten una racionalidad común que los hace potencialmente competentes para la deliberación pública. Esta discusión no solo es necesaria para evitar el gobierno autoritario, sino, además, para desarrollar un mecanismo de realización de las capacidades humanas y para la creación de formas de vida menos violentas. En otras palabras, los seres humanos desarrollan su autonomía y capacidad para la convivencia pacífica a través del desarrollo de la capacidad dialógica, la actitud crítica, la empatía y la habilidad para interpretar a los demás, así como para hallar los consensos que emergen de la conversación critica.

En la medida que se practican estas capacidades, se refuerzan los lazos comunitarios necesarios para trascender los intereses egoístas de los individuos y hacer mucho más factible un proyecto de ciudadanía común.