Señores y Señoras, amigos todos:

Gracias por su amable asistencia a esta puesta en circulación. En estos tiempos en que la lectura de libros va en decadencia resulta gratificante que hayan hecho el esfuerzo, con su asistencia, de mostrar curiosidad por la obra que acaba de presentar Isidoro Santana.

Me propongo ser breve con la reseña que entiendo pertinente a la ocasión. Mi intención es la de marcar con esta intervención un PARTEAGUAS TURISTICO.  Lo del “parteaguas” se refiere a que en el mes de abril nuestro ministro de Turismo declaró que nuestra industria turística ya se considera madura. Al declarar que ya la industria estaba totalmente recuperada dijo que estaba “fuerte, sólida y madura”.

La declaración tiene particular trascendencia porque se refiere a lo que muchos han calificado como “la locomotora del desarrollo dominicano”. Hoy día el turismo representa entre un 16 y un 20 por ciento del PIB, según la fuente consultada (CEPAL, ASONAHORES). El turismo es ya no solo un sector floreciente de nuestra economía sino el que, si la minería no me traiciona, posiblemente lidere el futuro desarrollo económico nacional en el mediano y largo plazos.

A raíz de esa declaración la puesta en circulación de este libro se puede ver entonces como un parteaguas: los contenidos se refieren a situaciones y coyunturas del pasado, pero también sugieren el curso a seguir hacia el futuro. Con ello aspiro a que tengamos una perspectiva acertada sobre las prioridades de la política pública en el pasado y las que deben primar hacia el futuro.

Ustedes recordarán que la luminosa clarinada de Angel Miolán para que el país se embarcara en el desarrollo del turismo comenzó con su nombramiento como director nacional de Turismo en el 1966. Fue durante su gestión que, en el 1969 se promulgaron la Ley No.541 Orgánica de Turismo y la Ley No.542 que creó la Corporación para el Fomento de la Industria Hotelera y Desarrollo del Turismo, mientras fue en el 1971que se promulgó la Ley No.153 de Promoción e Incentivo al Desarrollo Turístico y en el 1972 se creó el INFRATUR del Banco Central.

Estas piezas legislativas fueron en lo adelante el andamiaje de la labor desarrollista y por eso muchos consideramos que Angel Miolán se merece el calificativo de “Padre del Turismo Dominicano”, aunque tal distinción se le otorgara al presidente Balaguer en ocasión de la IV Convención Nacional de Turismo en 1987.

Para tener una idea de lo que fueron los albores del desarrollo turístico basta con resaltar lo que fueron las más prominentes prioridades de la gestión pública.  Mas allá del andamiaje legislativo el país se percató de que era desconocido en los principales mercados emisores de turistas de Europa y Norteamérica y, en consecuencia, se volcó en un esfuerzo de promoción internacional.

Por décadas la promoción ha figurado en la gestión de los diferentes ministros como la principal prioridad. La mayoría de los incumbentes eran desconocedores de la industria y pensaban que debían seguir con el penacho de la promoción como la principal bandera de su gestión. De ahí provinieron la creación de oficinas de promoción turística en el exterior, la asistencia a ferias internacionales de turismo y las francachelas nacionales que pretendían elevar la conciencia de la opinión pública sobre la importancia de la industria. ASONAHORES se fundó en el 1962 y su principal reclamo siempre fue la promoción internacional a cargo del sector público.

Eso fue acompañado de un esfuerzo por atraer inversiones extranjeras ya que los escasos inversores nacionales veían con recelo una industria que desconocían. La existencia de los incentivos fiscales se pensó como el caramelo indispensable para atraer la inversión, pero esta se mostró renuente a colaborar con el despegue. A pesar de los esfuerzos internacionales de promoción de inversiones, el Banco Central tuvo que construir el primer hotel de Playa Dorada con el intención de detonar el desarrollo.

Fue en el 1974 que se abrieron los hoteles Casa de Campo y Santo Domingo, una inversión pionera de la Gulf & Western. Mientras en el 1980 se inauguró el hotel Jack Tar Village, seguido en el 1981 del Club Med de Punta Cana y el Dominican Beach Resort de Bávaro en el 1985. La gerencia del Jack Tar fue confiada a una empresa de gerencia hotelera de Texas, mientras el Club Med fue una inversión francesa y la de Bávaro fue española. Posteriormente le siguieron algunas tímidas inversiones dominicanas en hoteles en Puerto Plata, pero de ahí en adelante ha prevalecido la inversión extranjera en ese subsector.

De manera que en el sector público los albores del desarrollo turístico fueron dominados por los esfuerzos promocionales, un andamiaje legal y la prevalencia de los incentivos fiscales. En el sector privado se entronizó el modelo de negocio del “todo incluido” y eso tuvo resonantes éxitos en la atracción de nuevas cadenas hoteleras. A la fecha tenemos una industria que solo es dominicana de nombre y porque los hoteles están en nuestro territorio: el 95% del inventario de las 85,000 habitaciones hoteleras de clase mundial pertenece a inversores extranjeros.

Con la declarada madurez del sector turístico, por tanto, ya las antiguas prioridades no son relevantes. La promoción pública ya debe ser mínima –y no sobrepasar un gasto de US$20 millones anuales en mantenimiento de imagen– y los inversores privados deben asumir esa responsabilidad para rentabilizar sus inversiones. Por otro lado, el aluvión de inversiones extranjeras en el sector seguirá sin que sea necesario ofrecer un tinglado de incentivos fiscales, tal y como lo recomiendan las agencias multilaterales. Somos muy bien conocidos en el mercado turístico internacional y las inversiones extranjeras acuden raudamente, ahora con el auxilio del financiamiento de nuestros bancos comerciales.

La madurez de nuestra industria turística se ve reflejada en la mejoría que experimenta el Índice de Desarrollo de Viajes y Turismo del Foro Económico Mundial. Su versión del 2022 reporta que en el 2021 avanzamos en indicadores claves como ambiente de negocios, prioridad al turismo, salud, apertura internacional, competitividad y seguridad, “acumulando una puntuación general de 3.8 de 7, para pasar de la posición 72 a la 69 en una lista de 117 países.” El país debe seguir atento a esta medición anual que hace el Foro porque, al revisar la situación de 14 variables relevantes, es la más comprensiva y sus resultados generalmente reflejan bien la realidad.

Al avizorar el futuro de la política pública en turismo, lo que se impone por lógica elemental es una estrategia de especialización del destino, profundizando los rasgos y atractivos para continuar la expansión. Eso implica que las tareas principales que deben abordar las autoridades son aquellas que mejoren el “producto turístico” porque haciendo eso mejoraran nuestra competitividad internacional. Aunque no existe una declaración oficial que especifique las prioridades de esa estrategia, puedo afirmar que existe consenso en el liderazgo sectorial de que el énfasis del esfuerzo desarrollista debe centrarse en 1) la diversificación del producto, 2) la calidad, y 3) la sostenibilidad.

En materia de diversificación del producto debemos complementar los atractivos de las playas y el clima con otros atractivos, especialmente aquellos que induzcan la salida de los huéspedes de su hotel (a costa de perder lo que hayan pagado por los servicios y bienes de su paquete vacacional). Eso significa que debemos ser creativos no solo para importantizar los atractivos naturales y culturales, sino para aumentar la llamada “derrama económica” del turismo (y su distribución territorial). Eso pasa por apoyar el desarrollo de los proyectos comunitarios, las excursiones y facilidades ecoturísticas y aquellas ofertas que proyecten nuestra cultura. En esto último debemos percatarnos de que la bachata ofrece un recurso de inmensas posibilidades por la acogida que tiene actualmente a nivel mundial.

En materia de calidad las urgencias pueden dividirse en las que debe ofrecer el sector privado y las que le tocan al sector público. Tenemos la ventaja de que, al ser esta una industria totalmente globalizada, los operadores turísticos internacionales deben aplicar estándares de clase mundial para mantenerse competitivos y lograr buena rentabilidad. Ellos están permanentemente retados a mejorar sus servicios y sus bienes. Pero en materia de lo que le toca al sector público lo esencial es la infraestructura local de servicios. No solo debemos asegurar una mejoría significativa en materia de agua, electricidad y carreteras. También existen enormes retos en materia de seguridad jurídica y ciudadana y en materia de los protocolos de la seguridad sanitaria.

Pero tal vez el área más retadora que confronta la política pública en materia de turismo es la del aseguramiento de la sostenibilidad. Para lograr que nuestro turismo sea sostenible tenemos que brindar apoyo estricto a la protección de nuestros recursos naturales y armonizarlos con el desarrollo turístico. Si bien en el pasado se registraron hechos que ensombrecieron el futuro del sector es justo reconocer que nuestras autoridades han mejorado mucho en la prevención de los daños ambientales y, afortunadamente, tenemos una comunidad ambientalista que se mantiene alerta para prevenir cualquier desvarío. También se cuenta hoy día con un abanico de recursos tecnológicos que pueden garantizar la sostenibilidad de cualquier nuevo proyecto.

Resulta deseable que todo lo anterior se articule adecuadamente en un plan integral de desarrollo turístico, un reclamo del sector privado al que los políticos no les han hecho caso. Aunque existen documentos con ese título, lo cierto es que las prescripciones nunca han recibido el respaldo oficial. Nuestro competidores de la región tienen casi todos sus planes formales, pero nosotros seguimos improvisando con cada nuevo incumbente del ministerio de Turismo.

Para cerrar esta breve reseña me urge compartir con ustedes mi conclusión de que disponemos de un acervo de recursos no explotados que permiten vislumbrar la posibilidad de una constante expansión de la industria. El abanico de opciones va desde los miles de cetáceos del Banco de la Plata hasta las profundidades de la Fosa de Milwaukee.  Para solo mencionar unos pocos adicionales ahí están nuestras islas, el Pico Duarte y la Cordillera Central y, créalo o no, Haití. Con respecto a las primeras cabe destacar que la Isla Saona recibió 839,000 visitantes –casi todos extranjeros—en el 2019, los cuales la visitaron en excursiones diurnas desde Bayahíbe. Saona tiene110 millones de metros cuadrados y 17 kms de excelentes playas que pueden ser provechosamente explotadas si se permitiera la construcción de ecolodges en la isla.

La Isla Catalina, por su parte, es un diamante en bruto esperando ser tallado. Con sus tres kms de playa y 10 millones de metros cuadrados, la Isla pudiera albergar un parque de atracciones que podría recibir un millón de visitantes al año. El hecho de que solo dista 2 kms de tierra firme permite hasta visualizar –como hay en las Maldivas– un túnel subacuático que facilite la visitación a pie. La Isla Beata, por su lado, tiene 25 millones de metros cuadrados y el mejor régimen de vientos para la producción de energía eólica de todo el territorio nacional. Obviamente, la Isla tendrá un desarrollo turístico a medida que el proyecto turístico de Cabo Rojo avance.

El Pico Duarte es un bastión turístico de primer orden. No se trata de que los 5,000 dominicanos que lo visitan anualmente puedan multiplicarse con un teleférico que facilite la visita. Es más bien que es una frontera inexplotada con inmensas posibilidades para los turistas extranjeros. Ya en ocasiones anteriores he señalado que ahí podría operar una estación de esquí de nieve durante todo el año y que la temperatura y el paisaje permiten vislumbrar el éxito de los hoteles que ahí se desarrollen. Quien les habla ha explorado la factibilidad del teleférico y la estación de esquí de nieve con empresas extranjeras (Doppelmayr, Polar Europe) y me han confirmado que son totalmente posibles sin que dañen el medio ambiente.

Finalmente, Haití. Con la situación actual de nuestro hermano país parecería un atrevimiento descabellado citar a Haití como un atractivo que pudiera mejorar nuestra competitividad. Pero solo hay que tener en cuenta las profundas diferencias entre los dos países –en materia de raza, color de la piel, idioma, cultura, etc.—para deducir que serían miles los turistas extranjeros que vendrían a visitar los dos países para percibir y disfrutar de esa diferencia. Profeso la creencia de que una vez Haití se estabilice y se pueda visitar con seguridad, esta isla se convertirá sin duda en la estrella turística de todo el continente americano.

Al cerrar quiero reiterar mi agradecimiento a todos por su asistencia. Espero que mi libro les sirva para hacerse expertos turísticos. Eso sería el mejor parteaguas y la mejor noticia para nuestro turismo.

MUCHAS GRACIAS