Paris no pudo contigo

pues ni el Louvre logré

liberar de ti mis sentidos.

 

En Pompidou me fue igual, nada te pudo ocultar,

pues de tí cada color,

tu impronta en cada autor,

como esa agradable sensación

al morder un macarrón.

Pensé más de una vez, ¿será ella o seré yo?

 

Llegué al Arco del Triunfo y mi dicha tuvo otro turno, como Napoleón el suyo.

Agradecido miré al cielo, y qué sorpresa,

tu sonrisa en un nubarrón,

esperé ahí no se qué, distraído y lleno de fe,

pero no llovió sino al revés.

 

Anduve de aquí para allá, y nunca dejé de volar, con el sol como tu pelo burlando la oscuridad.

Regresé donde había estado y todo seguía igual, salvo por mi pasado que se empezaba a borrar;

y así, contigo entre mil ideas fue que aprendí a olvidar.

 

Algunas horas en el Orsay,

una pausa en La Bastille y otra en Champs Elysees,

similar en Montmartre, lo mismo en Montparnasse… y que romántica ciudad!

 

Pase varias noches en Saint Germain,

y si cambié de hotel solo fue para variar,

pero que va, nunca pude evitar

reencontrarte aún sin buscar,

culpable tu inmensidad y esa romántica ciudad.

 

En Lafayette no fue la excepción,

en cada perfume tu olor,

en cada atuendo tu voz,

como el viento en Punta Bonita

justo al ponerse el sol,

y si mal no entendí un susurro,

preguntaste “¿te gusta mi amor?”

 

Entre las calles de ese otro mundo

que fue Paris yo sin rumbo,

alimenté mis segundos, uno a uno cada uno, como el primero y el último,

de ostras, vino y croissant, la servilleta epistolar,

a tí, que me vas amar, de mí, que solo puedo esperar.

 

Y mientras más conocía,

ay qué falta que me hacías,

pero disimulaba con tanto que encontraba en cada esquina;

como tu huella en las sonrisas de esa gente parisina, que tan llena y también vacía, un balance entre nobleza, coraje e hipocresía.

 

Y así fue, Paris no pudo contigo,

que no dió chance a tu ausencia,

mientras mas me alejaba mas cerca,

pues como en tí, ahí, prevalece la belleza.

Como esa noche en el Sena;

en la estela de tus ojos vi bailando unas estrellas, y los de al lado pensando que conversaba con ellas…

 

Y de todos mis segundos, nunca estuviste tan cerca como cuando apagaba la luz y me entregaba a la siesta, pues justo ahí tu latido, caliente rozando mi pecho,

la sábana mi universo como si fuese tu cuerpo.

 

Y al despertar lo primero, verte convertir en versos, mi confesión del te quiero,

cenizas del último sueño,

que van quedando conmigo como el todo de lo nuestro, a partir del primer beso,

y mientras más pienso, recuerdos, y mientras más sueños, más versos,

mis pruebas de que Paris, nunca pudo contigo y solo por eso el regreso.

 

Pero Paris tiene siglos, de seguro podrá contigo y hará olvidar mis motivos,

aunque ese día muy tarde para que sea su testigo.

Y es que a Paris yo no vuelvo aún con todo el deseo,

si no es de la mano contigo y para detener el tiempo.