Los patógenos sociales con que las dictaduras contaminan las sociedades donde operan adulteran el devenir colectivo modelando aberraciones de prolongada convalecencia. Son como un sarro de porfiada presencia, siempre al acecho, que se impone “urbi et orbi”. Piénsese, si no, en el Paraguay de estos días. Tras décadas de absolutismo conservador, una vez más la Asociación Nacional Republicana, Partido Colorado (ANR-PC), se ha alzado con el triunfo en las elecciones del pasado 30 de abril. Su candidato, Santiago Peña, 44 años, un profesional de las finanzas, cercano a Washington y al FMI, ha infligido tal derrota a Efraín Alegría, 63 años, del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), que cualquier alegato de fraude no pasa de ser una expresión del “sagrado derecho al pataleo”. La ventaja supera los 15 puntos….
Con más de 70 años en el poder, el Partido Colorado, sin sonrojo, bien puede reclamar como propio el título de la novela Yo el supremo, del laureado escritor Augusto Roa Bastos. Si bien la saga del novelista está referida al dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, quien gobernó Paraguay por 26 años (1814-1840), no cabe duda de que el conservadurismo colorado, gracias a la riqueza y experiencia acumuladas, es el ente político supremo de Paraguay. Desde luego, la permanencia “democrática”, vía electoral, en América, no es exclusiva de los conservadores paraguayos. Sin ir más lejos, en este mismo país, los liberales pusieron “democráticamente” a los colorados a tascar el freno durante 35 años. Fueron los llamados “años azules”, del 1904 al 1936, en que un movimiento militar los echó fuera.
Claro que entre el PLRA y la ANR-PC hay diferencias. El primero es más democrático y pluralista. Su oferta programática contempla puntos cónsonos con demandas caras al pueblo paraguayo: investigación y castigo a los delitos de tortura y desapariciones; promoción de la igualdad de la mujer; relaciones con China, en lugar de Taiwán, etc.. Tal aserto, sin embargo, no debe llevar a ilusiones. Pese a la rimbombancia de su autodefinición como “radical auténtico”, no pasa de ser, en realidad, un partido orgánico al sistema, parecido al conservador, sustentado por una oligarquía ambiciosa y corrupta. Su eventual triunfo en las elecciones del 30 de abril no suponía cambios revolucionarios. Como en El Gatopardo de Lampedusa, era cuestión de “cambiar algo para que todo siga igual”.
Liberales y conservadores paraguayos arrastran una vieja rivalidad que se remonta a la fundación de ambas entidades en el año 1887. Menudean las insurrecciones, venganzas y asesinatos. En 1891, los liberales organizaron un levantamiento, por fraude, contra el presidente colorado Juan Gualberto Gonzáles. En 1947, durante la dictadura del General Higinio Morínigo (1940-48), afín al Partido Colorado, se enzarzaron de nuevo en guerra civil….
En verdad, la casuística de estos dos partidos bien podría encajar en lo dicho por Gabriel García Márquez, a propósito de Colombia: “La única diferencia actual entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho” (Cien años de Soledad). Prueba reciente: El gobierno del obispo católico Fernando Lugo, de la Alianza Patriótica por el Cambio, que incluía al Partido Liberal como fuerza mayoritaria, evidenció que, en esencia, era más de lo mismo. Lugo (“el obispo de los pobres”) ni siquiera pudo concluir su mandato. Fue echado del poder envuelto en gruesos escándalos, a causa (pretexto) del reguero de “bambinos ilegítimos”, con cristianas diferentes, que lo tiraban de la sotana y le pedían leche …, cuatro, por lo menos.
Se otea a la distancia que la dilatada supremacía del Partido Colorado cuenta a su favor en el estigma de una alienación marcada con carimbo ardiente. El tufo de Alfredo Stroessner (casi 35 años de dictadura…, irradiado del poder en 1989, tal como llegó, mediante un golpe de Estado), sigue domesticando al pueblo paraguayo, que hoy cuenta con 7.5 millones de habitantes. Genocida a carta cabal -se afirma que era pedófilo-, fue ficha relevante del Plan Cóncor (años ‘70), que patrocinara Estados Unidos al calor de la Guerra Fría. Sumiso a los designios del “Norte revuelto y brutal”, diezmó y domó la población del país con decenas de miles de asesinatos, desapariciones, torturas y encarcelamientos.
La historia de Paraguay presenta una sucesión de trepidantes “períodos cacóticos” (de mala suerte), como dirían los antiguos griegos. Ya a finales del siglo XV1, las misiones “pacificadoras” de franciscanos y jesuitas, llamadas por los “conquistadores” en su ayuda, sometieron a la población aborigen (guaraníes, chaqueños…) a un agresivo proceso de catequesis y “reducción” (eufemismo, por confinamiento y esclavitud), a fin de mermar su espíritu rebelde con el somnífero de la religión cristiana. Desde entonces, hasta su independencia (1811), Paraguay fue víctima de las rivalidades y arbitrariedades de las potencias coloniales europeas, mismas que marcaron su devenir. En estos vaivenes, en el año 1617 quedó privado de sus costas marítimas.
En el siglo XIX, los ataques de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay) desembocaron en el saqueo (1869) de Asunción, la capital, y en la ocupación brasileña durante varios años.
Entre 1932 y 35 tiene lugar la Guerra del Chaco, que enfrenta a Paraguay con Bolivia por cuestión de límites territoriales en el Chaco Boreal, vasta zona entre Bolivia, Paraguay y Brasil. El diferendo vino a quedar zanjado en el 2009, durante los gobiernos de Evo Morales y Fernando Lugo, con la firma del acuerdo fronterizo definitivo.