¿Por dónde empezar este ensayo? ¿Readaptación, reasimilación, rearticulación, renegociación en el reingreso a la cultura dominicana? Hace ya más de 30 años que vengo residiendo en el tránsito permanente entre los Estados Unidos y la República Dominicana. Aquí/allá, ahora/entonces que se trastruecan constantemente aquí/ahora en Santo Domingo que se convierte en el allá/entonces de Colorado; y un viceversa que no cesa. En cada viaje, se me descoyuntan las articulaciones espacio/temporales: experiencias, miradas, voces; voces que quedan, miradas que pasan; me habitan en el trasiego del tránsito perenne entre el aquí/allá y el ahora/entonces. En ese tránsito continuo, dos fenómenos me atraviesan: la paradoja cuántica y la serendipia; uno de orden físico y el otro, ontológico.

Paradoja cuántica

En el tránsito permanente entre las diferencias culturales, ¿cómo cambia el cuerpo? ¿cómo fluyen los electrones en la incertidumbre entre el aquí/allá, entre el ahora/entonces? Ese es un problema de la física cuántica que podría ilustrarse en la paradoja del gato de Schrödinger. La versión más simple y conocida es la siguiente: En 1935, el físico austríaco Erwin Schrödinger realizó un experimento imaginario: “Imaginemos un gato dentro de una caja completamente opaca. En su interior se instala un mecanismo que une un detector de electrones a un martillo. Y, justo debajo del martillo, un frasco de cristal con una dosis de veneno letal para el gato. Si el detector capta un electrón, activará el mecanismo, haciendo que el martillo caiga y rompa el frasco… En el mundo cuántico, el gato acaba vivo y muerto a la vez, y ambos estados son igual de reales. Pero, al abrir la caja, nosotros solo lo vemos vivo o muerto”. Tal es la paradoja.
Hagamos un ejercicio imaginario de física cuántica aplicada a la cultura dominicana. Imaginemos, por un momento que tienes una cita y no tienes una cita, a la vez. Es decir, tienes un 50% de probabilidades de tener una cita y un 50% de probabilidades de no tener una cita. A diferencia del experimento de Schrödinger, las probabilidades de tener o no una cita no dependen de un electrón; en este caso, dependen del olvido, la irresponsabilidad, la indecisión o la desconsideración de uno de los citados; o el tráfico o la lluvia. Otras situaciones cuánticas podrían ser las siguientes: estás invitado y no estás invitado a cenar, escribes un poema y no escribes un poema, caminas sentado y te sientas a caminar; llueve y no llueve (si le creemos a Meteorología), eres y no eres, a la vez. (El otro día caminaba por la Portes, cuando alguien, desde un balcón, me voceó “Adiós, ingeniero”. Y como la cosa más natural del mundo devolví el saludo. ¡Carajo!, me dije a mí mismo, de manera que soy Fernando y Juan, poeta e ingeniero, a la vez; solo que quien me saludó solo puede verme como Juan, el ingeniero, no como Fernando, el poeta).

Serendipia

Fenómenos de dos órdenes distintos, la paradoja y la serendipia se articulan de manera separada, pero pueden llegar a tocarse. Serendipia es una palabra que proviene del inglés serendipity, creada por el escritor británico Horace Walpole, en 1754, para referirse a un cuento persa titulado “Los tres príncipes de Serendip”. La serendipia consiste en un encuentro o hallazgo fortuitos; o la intuición de la posible existencia de un objeto, a partir del desvío de un propósito; encontrar a alguien o algo, mientras buscas otra cosa o persona. A diferencia de la paradoja cuántica, en la serendipia sólo puedes ver y experimentar una realidad. ¿De qué depende la serendipia? Pues, de factores de lo que no estás en control. Por ejemplo: Una tarde salí a imprimir un documento en la Zona Colonial. Al llegar a la printería, no había luz, por lo que tuve que marcharme. Caminaba por la Meriño en dirección al parque del Almirante (Fucú), cuando  de pronto, comenzó a caer un aguacero como de la ira de Dios baldeando las escaleras del cielo. Corrí y me refugié en el Palacio de la Esquizofrenia. Pedí una cerveza y terminé sin haber imprimido el documento, viendo llover en Santo Domingo. En aquella tarde lluviosa no conocí el amor de mi vida, pero sí la soledad de una tarde de lluvia en Santo Domingo. Los factores que se confabularon en esa serendipia son obvios. Son culpables la lluvia, la electricidad.

Cultura del despropósito, la dominicana es una cultura eminentemente serendípica. Planificar a largo, y hasta a corto plazo, es difícil, acaso una proeza. Siempre debes tener un plan A, un plan B y un plan C; opciones que te permitan navegar el día o la noche sin escollos. Si el azar y la espontaneidad son fenómenos maravillosos, su exceso puede dejarte varado en una incertidumbre que roza con la paradoja cuántica.

En muchos ámbitos de la cultura dominicana, la incertidumbre paradójica deriva en serendipia. Propongo un ejercicio imaginario en el que converjan la paradoja y la serendipia, en el que ames y no ames a una mujer, a la vez, porque buscando sus besos, habrás encontrado otra boca; en el que haya un gato -no el de Schrödinger- que desaparece como gato en la puerta de vidrio del balcón, y reaparece como mujer en la cama; en el que seas y no seas feliz, pero solo puedan verte feliz o infeliz.