Con alta frecuencia logramos hitos que dan múltiples motivos para celebrar. Otras muchas veces encontramos, y hasta nos concentramos, en la patita coja, en la dificultad para avanzar.
Después de COVID-19 han sido muchas las expresiones vinculadas a claves que nos ayudan a lograr verdaderos avances. Mucho se ha insistido en temas como la necesidad de pasar de competir a cooperar como vía para dar paso a una nueva realidad. Otros muchos planteamientos han estado orientados a la imperiosa necesidad de tomar en cuenta al entorno para cualquier emprendimiento.
Incluso, en el mismo seno de la Organización de las Naciones Unidas hace algunos días se replanteaba un cambio de paradigma. Luis Arce, el presidente de Bolivia, aprovechó la II Conferencia sobre el Agua para instar a que desechemos el antropocentrismo y prioricemos la subsistencia de la Madre Tierra y la biodiversidad.
Para la generalidad de la gente será “mucho pedir”, para otros se estará ante un soñador más, pero lo real es que sobran las demostraciones para entender que los seres humanos, unos más que otros y algunos a modo de verdaderos “campeones de lo peor”, provocamos graves atentados al entorno.
El tema, aunque con otros términos y variantes, ha salido a relucir en diversos foros. La recién finalizada Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, realizada en Santo Domingo, tuvo como lema “Juntos por una Iberoamérica justa y sostenible”, lo que se ha de relacionar con los esfuerzos orientados a ir más allá de acciones meramente generadoras de riquezas.
El secretario general iberoamericano, Andrés Allamand, ubicó la referida cumbre como un paso para avanzar de cara a “trabajar juntos en la solución de problemas como el cambio climático, que es una amenaza existencial de la humanidad”, a ser abordado en el marco de la próxima Presidencia de España del Consejo de la Unión Europea, según expresó.
Y a propósito de esa parte del mundo, en esta misma semana, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, anunció el lanzamiento de un nuevo programa de cooperación con la República Dominicana para fomentar una economía inclusiva, destinando un programa de cooperación para “fomentar una economía verde” en República Dominicana.
Otro escenario de gran relevancia es el denominado “Foro de Boao”, conocido como el Davos asiático. Este cónclave, cuya conferencia anual acaba de ser inaugurada en China, busca “iniciativas que fomenten el desarrollo inclusivo y eficiente, y la cooperación mundial”.
Como se puede notar, en diversos escenarios se ha venido asumiendo el discurso vinculado a la consideración del entorno como condición imprescindible para que el avance sea sostenido. La tarea está en recorrer “el trecho entre el dicho y el hecho” pues, aunque entre humanos cimentemos ciertos procesos sobre tantas modalidades de mentira y engaño, el medioambiente termina demostrándonos en los hechos que no hay treta que logre engañarlo.
Hace casi una década se advirtió que, de continuar la tendencia de ese momento, en 2020 se necesitaría 1.75 planetas y 2.5 en 2050. Pero en lugar de admitirlo y cambiar, nos hemos empeñado en concentrarnos más y más en el “yoísmo”, olvidándonos de las necesidades de las próximas generaciones.
Quizás resulte oportuno retomar ideas y planteamientos que no han sido suficientemente asumidos y mucho menos puestos en práctica. Hace algunos años, el profesor de la escuela de negocios de Harvard, Michael E. Porter, se refirió al papel de las empresas que van más allá que la simple responsabilidad social en su relación con la sociedad. A eso lo llama “valor compartido”.
Según Porter, la creación de valor compartido, en lugar de enfocarse en mitigar los daños de su operación, se centra en la innovación de sus propios procesos para promover el progreso social. La propuesta de valor compartido incentiva al mundo empresarial a renovar sus procesos y actividades de negocios, tomando en cuenta el entorno social en el que se desempeña, sin sacrificar la búsqueda y obtención de utilidades, pero sí con atención a las necesidades y los beneficios que se pueden alcanzar en el sector social.
He aquí un modesto aporte para superar “la patita coja”.