No es mi objetivo en esta oportunidad entrar en la discusión de la mejor herramienta argumentativa que deben emplear los jueces en la construcción de la solución racional en los casos a su cargo y de manera particular para decidir lo que es más justo. De ahí que no tomaré ninguna postura de si lo correcto es el que los jueces usen la lógica de la dialéctica aristotélica o bien el razonamiento lógico deductivo, o si superarán el esquema de la dialéctica tradicional, pasando a la dialéctica sustancial o sistema lógico informal al estilo de Toulmin, en los asuntos sometidos a su consideración.

 

Juzgar es una labor esencialmente valorativa, porque entraña la búsqueda de la regla jurídica o el derecho aplicable y la constatación de las premisas fácticas y con esto último la valoración de los elementos de prueba y la calificación de los hechos, todo lo cual envuelve juicios estimativos o valorativos.

 

Por su peso y trascendencia particular la labor de los jueces es muy delicada. Si el fin del ordenamiento jurídico es la búsqueda de la justicia, para ser un buen juez este debe procurar un juicio justo. Para hacerlo debe hacerlo con prudencia, por lo cual deberá hacerlo con conocimiento de causa, esto es, del derecho y de la realidad de lo sucedido.

 

El modelo para ser un buen juez requiere de este su idoneidad, independencia e imparcialidad en los temas objeto de controversia, tiene conciencia social y compromiso con una formación humanista, interdisciplinaria y jurídica permanente, respeta a sus compañeros de trabajo y a su personal como a los usuarios del servicio judicial, no se obnubila con el cargo, sino que se concibe, y lo es, como un servidor de la sociedad.

 

El buen juez sabe comunicar con facilidad y con los debidos fundamentos. De ahí que sabe unir cortesía y buen trato con la firmeza y la paciencia para dirigir las audiencias. De ahí que debe tener la aptitud suficiente para comunicarse con los abogados, testigos y todas las partes del proceso con afabilidad y con la apertura necesaria para escuchar y valorar todo cuanto se discute en el proceso.

 

De ahí que el buen juez es justo y no se constituye en veleta de las brisas ciudadanas ni de los medios de comunicación ni de la política y sabe que no es hacedor exclusivo de política criminal, en los casos penales, pues ello compete mucho más a otros poderes del Estado, particularmente al Ministerio Público y al Poder Ejecutivo.

Sin embargo, el buen juez no deja de lado que hace política criminal cuando decide sobre un caso y que el disuasivo general de la población, como parte de la política preventiva del delito, en el caso penal, es un acto de gobierno judicial, que tiene incidencia innegable en toda política criminal. De ahí que tampoco los jueces pueden cerrar sus oídos a la población.

Juzgar es emitir un juicio para resolver un conflicto jurídico. Pero juzgar bien, en definitiva, es actuar con moderación, sin torcimientos, para no desnaturalizar el buen juicio,  con sentido humanístico y práctico, teniendo como base de sus decisiones el imperio del derecho, que es el triunfo y no la muerte del Estado constitucional. Solo así cumplirá cabalmente su sagrado rol.