Ahora se han puesto de moda los debates electorales. Realmente existen desde hace mucho tiempo, pero en República Dominicana no hay mucha tradición de eso.
Dos debates, con muy conocidas consecuencias, pueden servir como valiosos referentes para el tema. Uno que suele ser citado como hito para los debates electorales en gran parte del mundo, y otro que también es referente, pero a nivel local.
Así puede ser considerado el debate entre los aspirantes presidenciales John F. Kennedy, por el Partido Demócrata, y Richard Nixon, por el Partido Republicano, en Estados Unidos. Y también el ocurrido entre el sacerdote Láutico García y el profesor Juan Bosch, aunque el padre no era candidato, en la República Dominicana.
Para entender mejor es muy conveniente ubicarse en el contexto. Eran tiempos de la denominada Guerra Fría. Acababa de triunfar la Revolución Cubana. La televisión era la fiebre del momento, en términos mediáticos, y ni soñar con internet ni redes sociales.
El primer debate televisado entre Kennedy y Nixon tuvo lugar el 26 de septiembre de 1960. Fue transmitido por la cadena de televisión CBS. También fue difundido por radio. Ese fue el primero de una serie de cuatro debates programados para las elecciones presidenciales de 1960 en Estados Unidos.
Un dato simpático es que las opiniones estuvieron divididas dependiendo del medio usado para seguir el debate. Quienes lo siguieron por televisión decían que Kennedy lo había ganado. Quienes lo siguieron por radio le daban la victoria a Nixon. La explicación es sencilla: el demócrata manejó mejor la comunicación no verbal, mientras el republicano tuvo como fuerte la oratoria.
En el caso dominicano, dos años después, el debate ocurrió por una de esas “bellaquerías” que suelen darse en “la política”. Ante el avance arrollador de la candidatura de Juan Bosch, encabezando la boleta del Partido Revolucionario Dominicano, dirigentes de la Unión Cívica Nacional orquestaron una campaña en la que se acusaba a Bosch de ser “comunista” y de “no creer en Dios”.
A solo días para las elecciones y con partidos anunciando que se retiraban del proceso, el padre Láutico García publicó un artículo que puso más complejo el panorama electoral. Al PRD no le quedó más salida que proponer un debate entre su candidato, autodidacta, con reconocidos dotes intelectuales y gran polemista, y la cabeza más visible de la campaña aquella, por demás, con Doctorado en Filosofía y en Historia.
El debate inició a las 9:30 de la noche del lunes 17 de diciembre de 1962, en el programa Actualidades, que dirigía el destacado periodista Salvador Pittaluga Nivar, a través de Radio Santo Domingo Televisión. Cuentan que se extendió hasta la madrugada. Y aunque las opiniones estaban divididas, mayoritariamente se asumió que lo había ganado Bosch, quien, además de aprovechar el escenario para contrarrestar la campaña aquella, obtuvo un triunfo aplastante en las elecciones celebradas dos días después.
Por supuesto, en aquellos tiempos la gente era espectadora, y se limitaba –en función de su simpatía y con escasísima objetividad- a ver todo lo bueno en el suyo y todo lo malo en el otro. Eso terminaba, como suele ocurrir en las lides políticas, asumiendo pasiones sin entrar en razones.
Ahora, cuando todos creemos que podemos y sabemos comunicar, las redes “comienzan a hacer su trabajo” (realmente lo hace quien las maneja de verdad) desde mucho antes del debate. Ese trabajo tiene especial efecto durante ocurre el debate y suele extenderse hasta después que pasa, con el propósito de reafirmar posiciones y hasta lograr desquites.
Visto esto, de entrada, el debate es un medio para que aspirantes den a conocer sus ideas con respecto a determinados temas. Y eso, visto sanamente, ofrece información muy útil para que la población votante tome atinadas decisiones.
Pero si buscamos un poco más, se hace necesario recordar que en comunicación política el mensaje, el contramensaje y el metamensaje, con trabajo en equipo, necesitan estar integrados en un único paquete. Eso implica el manejo de técnicas que podríamos tratar en otro escrito, de habilidades que siempre tendrán de frente la -abundante, mediana, escasa y hasta nula- capacidad crítica de las personas en las que se desea influir.