La designación de una comisión (se anuncian otras) para que viaje a Canadá a “realizar encuentros con autoridades y miembros de diversos sectores sobre la crisis en Haití y su impacto en República Dominicana”, remite a la ocurrencia de Diógenes de Sínope, el cínico, ante los aprestos para la batalla de Queronea (338 a.n.e.)
Según cuenta el doxógrafo griego Diógenes Laercio en su obra Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, su homónimo (Diógenes de Sínope) ante los ajetreos y corre corres previos al ataque del rey Filipo II a la ciudad de Corinto, el sinopense, sin otra cosa qué hacer, se ocupó en empujar y rodar de un lado a otro la tinaja que le servía de morada. Al ser preguntado sobre los objetivos de tal despropósito, respondió que como todos estaban tan apresurados en los preparativos de la guerra, sería absurdo que él no hiciera algo.
Desde luego, el filósofo sabía muy bien que al empujar y rodar su tinaja no estaba haciendo nada en relación con la batalla inminente, pero quiso dar la impresión de que no era indiferente a un apuro colectivo de primerísimo orden.
Tal parece ser el caso dominicano en relación con Haití. El país está en ascuas con el desorden de la inmigración masiva de haitianos, y es imperativo que el gobierno haga algo para remediar o paliar el problema. Permanecer indiferente sería un suicidio en más de un sentido. Lo que no parece embonar con la búsqueda de solución son las medidas oficiales para enfrentar el acuciante problema.
Cifrar esperanzas (y aportar recursos y esfuerzos), en conversaciones con funcionarios de países como Canadá, atareado como se halla éste en obedecer al Pentágono en el suministro de armas y dólares a Ucrania, en su guerra contra Rusia, de momento no parece promisorio.
Lógico sería pensar que la Canadá de Justin Trudeau está apostando en favor del rocambolesco contingente keniano, que en idioma suajili (lengua ampliamente conocida en Haití, se supone) llevaría orden al desastrado vecino.
Se espera que, de los cientos de bandas que operan en Haití, las primeras en acatar las órdenes en suajili sean los 400 Mawozos y su líder Men Sak Nouvel; el G9 y su líder Jimmy Chérizier (Barbecue), así como Chen Mechan, Tikal y otras….
El “despiste” capital del gobierno dominicano estriba en coger el rábano por las hojas, cuando en realidad debe rascar el fondo del caldero hasta involucrar en las gestiones a voceros haitianos calificados, que los hay.
No se explica que nuestras autoridades minimicen el paredón internacional que otea al país en materia de derechos humanos, a propósito del tema haitiano…; una situación potenciada con la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, que privó de la nacionalidad dominicana a cientos de miles de personas de ascendencia haitiana, y creó una situación de apatridia para los nacidos entre 1929 y 2010.
La Ley 169-14, con la que el gobierno de Danilo Medina buscó paliar la extravagancia y acallar las críticas al país, no fue un baño en el Jordán. La ojeriza se mantiene.
¿Cómo olvidar la caterva de críticas, ahora en latencia, pero prestas a saltar al ruedo, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; del CARICOM, de Human Rights Watch, Amnistía Internacional; del Premio Nóbel Mario Vargas Llosa, etc.. mismas que pusieron al país en las cuatro esquinas?
República Dominicana no está para montar saraos; su obligación es hilar fino en el tema haitiano. Sin apelación: para que las delegaciones al exterior merezcan algún crédito -no digo seguridad de éxito- deberían ser bipartitas, domínico haitianas.
Urge decirlo sin ambages: no augura éxitos el esfuerzo unilateral. Haití tiene que estar involucrado. Después de todo, el alivio o solución que se busca al drama haitiano está llamado a tener aplicación, en primer lugar, en Haití.
Desafortunadamente, al pasar revista a los integrantes de la delegación al Canadá, salta a la vista la presencia de delegados que, a juzgar por su trino, dan la impresión de que preferirían irse a los puños con representantes haitianos antes que compartir asiento con ellos. Debe corregirse.
El gasto de millones de pesos en delegaciones inconducentes no es congruente con los pregonados objetivos perseguidos.
Aunque menos visible, la inteligencia oficial de integrar a opositores, y ausentarlos del país para que gasten y conversen, podría suponer un objetivo colateral no despreciable. “París vaut bien une messe” (“París bien vale una misa”), habría dicho el rey Enrique IV de Francia.