La tierra se ha convertido en un bólido de fuego. El sol mira receloso ante el hijo audaz que ha osado imitarle como si con ello le retara en una insubordinación fugaz. 

Han sido cinco minutos. Las llamas se prendieron como la cabeza de un cerillo. La intensidad se apaga a la misma velocidad con que se enciende. 

No ha quedado nada reconocible. Un color negro ocupa todo. Cenizas consumidas de “algo” que “hubo” en “algún momento”. Las aguas arrastran en vaivenes incesantes unos polvos color plomo. El olor metálico se dibuja ante lo putrefacto que emana del mar. 

El aire se ha hecho visible y es marrón. Aquella briza fresca se ha perdido por una ventana abierta en la estratósfera. Todavía se oyen visos de estruendos y unos rayos verdes violetas brotan cual tornados imprevistos. 

Fue en el primer minuto de aquel cimbronazo donde acudieron a mi mente como un sueño extraño todas las preguntas sin respuestas ante la pesadilla que asomaba y me ahogaba transformándome en algo dulce y amargo a la vez. 

¿Para qué he pintado tantos cuadros? ¿para qué he escrito tantas cosas? ¿para qué el mundo se ha forjado tanto?  

Si la vida misma no tenía sentido, todavía era más absurdo destruirla sin sentido. 

Hacia donde íbamos no tenía sentido, pero si lo tenía el intentarlo. Habíamos construido civilizaciones a través de miles de años de “aprendizaje”. Curado enfermedades, desarrollado transportes, elaborado confortables casas. 

Podíamos comunicarnos y hasta bailar hermosas melodías. 

¿Para qué existió todo? ¿para qué logramos alcanzar el conocimiento que nos destruyó? ¿quién fue el ganador perdido? ¿para qué hemos pintado tanto y escrito tantos poemas? Tantas canciones. 

Ahora que ya lo hemos perdido todo y que ni siquiera quedamos nosotros ¿quién reinara el planeta ya que ni eso dejamos? 

Hemos sido la peor plaga, lo peor que el mundo haya parido. Fuimos capaces hasta de matar al que nos dio la vida. Ni siquiera el más mortal de los virus tuvo semejante afrenta. 

¿Para qué el conocimiento si nunca pudimos deshacernos del ego? ¿de todas las banderas y religiones que solo estimulan el odio y que terminaron por extinguirnos? 

¿Para qué tantas preguntas si ya no hay nadie para contestarlas? Y cuando hubo, nadie se preguntaba nada porque estábamos tan entretenidos en pendejadas que nos olvidamos de lo más importante…el amor. 

Ya han pasado cien años de aquella mañana oscura. El planeta ha vuelto a tomar el ritmo de rotación lentamente. 26 horas dura un día y el año se ha incrementado a 16 meses. 

 Las nubes, aun grises, expelen gotas con menos ácidos y ya el verde ha perdido el bronce que le ocupaba. Todavía no hay flores rojas, pero si violetas y amarillas. 

Afloran los ríos perdidos y un pedazo inmenso de cielo es azul de nuevo robándole espacio al color cobre que predominaba.  

Minúsculas especies de animales van surgiendo de las cuevas y otra vez el mar vuelve a salarse.  

La vegetación renace devolviéndole el aspecto anterior al planeta. Desde lo alto el sol mira complacido el regreso del hijo perdido. 

La atmósfera se ha purificado nuevamente y en un espacio escogido “se instala de nuevo” el paraíso original. 

Una discusión rompe el trino de los pájaros que atentos intentan escuchar el motivo del alboroto. 

¡Adán, comete la manzana que la manzana es buena! 

¡No quiero Eva! Eso lo tenemos prohibido. 

Pero Adán, la manzana nos dará conocimiento y nos sacará de esta jungla.

¿Perdón, para qué quieres conocimiento Eva? ¿para qué?… 

 ¡salud! mínimo carnicero