Nuestro país vecino juega un complejo valor en la reafirmación y constitución de la República Dominicana en el presente. La clase dominante le asigna a la patria de Toussaint Louverture un versátil rol en el modelo de desarrollo que se ha impuesto sobre el lado Este de la Isla Hispaniola.

El mayor aporte se manifiesta en la profundización de una modalidad de distribución insular del trabajo en la cual el otro lado de la frontera se ha considerado como el gran “ejercito industrial de reserva” para ser utilizado a discreción para las actividades laborales más precarizadas. Aquellas que por su nivel de estacionalidad o por estar dominadas por la informalidad, como es el caso de la agricultura y la construcción, se sirven a sus anchas de mano de obra en abundancia.  Según los datos que arrojan los estudios sobre el mercado laboral y sobre la población migrante en el país estos representan algo más del 10% de la Población Económicamente Activa.

Haití representa una disponibilidad de una potencial masa proletaria casi ilimitada. Una fuerza de trabajo con cero costos, la cual se ha externalizado el gasto social de su reproducción. Esa situación lo constituye en una fuente inmejorable para la extracción de plusvalía por parte de las empresas en el país. Es tan contundente ese hecho que el sostenido crecimiento de la economía dominicana no podría ser explicado sin destacar que algo más del 10% de las riquezas son generadas por la mano de obra haitiana. Es un aporte que supera los 55,000 millones de dólares durante la última década. Representan más del 80% de la mano de obra que produce los alimentos consumidos en el país.

Haití es también el segundo receptor de importaciones de la República Dominicana. Su vecindad se ha constituido en una ventaja competitiva imbatible para el país, comparado con otras naciones como Colombia, Costa Rica y Estados Unidos. El abrumador peso de los microcomerciantes en los canales de distribución en Haití se convierte en una oportunidad para nosotros en la medida de que a la inmensa mayoría de ellos le resulta imposible abocarse a la importación de bienes desde otros países. Orígenes cuya compra de mercancías suponen trámites aduaneros, gestiones marítimas y transferencias bancarias. Estas importaciones demandan por lo regular disponer de sumas de dinero inaccesibles para la mayoría de dichos comerciantes.

Las precariedades nuestras, la institucionalidad menguante, los graves desafíos ecológicos, la insuperable pobreza, en fin todas nuestras penurias se venden como bondades paradisíacas si las comparamos con nuestros vecinos.

Mucho mas sencillo resulta tomar una tap tap (transporte público compuesto por pintorescas camionetas), pasar la frontera y abastecerse en los mercados binacionales ubicados en Pedernales, Jimaní, Comendador o Dajabón. Igual de sencillo es para los industriales dominicanos llenar un camión de sus productos, pagar un peaje y/o soborno para pasar textiles, cemento, pastas alimenticias, materiales de construcción, embutidos y cualquiera de los cientos de productos dominicanos que se venden en Haití. Los datos de exportaciones oficiales dan cuenta de que las exportaciones dominicanas rondan los 1,000 millones de dólares cada año. Desde el 2012 ascienden los 9,000 millones de dólares.

De entrada vemos dos utilidades contundentes que los sectores de poder en RD le asignan al país del oeste: fuente inagotable de mano de obra y destino de mercancías con bajísimos estándares de calidad de muy difícil colocación en otros mercados.

Esas dos utilidades están lejos de ser las únicas. Haití es una fuente permanente de validación del pensamiento conservador en la República Dominicana.

Desde los orígenes de la nación dominicana, con Pedro Santana como líder, el pensamiento conservador entendió que la forma de consolidar su poder sobre esta parte de la isla era fomentando el antihaitianismo. Un recurso nada original, pues, todo el nacionalismo autoritario se cimenta en la premisa de crear un enemigo externo que fomentando el miedo consolide e el pueblo alrededor de un liderazgo espurio.

La andanada de los Vincho (si así como suena, son solo uno, al igual que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, diferentes personas, con misiones diferentes tienen un solo propósito: es la expresión más acabada de una hipóstasis caribeña de carne y hueso) con el censo, el comunicado de la Embajada,  es apenas el más reciente alarde del uso de cuco para conseguir likes entre la manada antihaitiana. Es un sector de extremistas que desde el difunto Peña han vivido de ser quintacolumna de la barbarie y del odio.

Los Vincho lideran un grupo de hacedores de opinión y politicoides que sin el tema haitiano se quedarían mudos.  Perderían no solo su pedestal si no que no tendrían nada que decir, perderían la palabra tanto como expresión del lenguaje oral como metáfora de la capacidad de comunicación. Un reducido grupo que sirve para que los gobernantes de ocasión, los Abinaderes vacuos que nos han gobernado impulsen acciones que en muestras de templanza patriótica le pongan la piel de gallina a los patriotas antihaitianos.

El caso más reciente de ese desparpajo de hombría lo vimos la pasada semana cuando el presidente le dio una respuesta a Volker Türk el Comisionado de las Naciones Unidas: vamos a incrementar las deportaciones!. Traducido al lenguaje de la camiona, aumentarán las detenciones en base al color de la piel, las irrupciones en horas de madrugada a casas de familia, el acarreo de infantes, padres y madres sin importar si tienen papeles o no, sin mediar palabras, solo macanas y arbitrariedades.

Esta cháchara también muestra el refajo de las asesorías de los asesores de imagen. Lo que se ha puesto en escena en estas semanas como reafirmación de nuestra soberanía es el guión diseñado por Vengoechea para matarle el gallo en la funda al recién electo candidato del PLD. Abel Martínez, figura que se quiere posicionar como el Trump dominicano se ha quedado sin alfombras y sin piso en el cual fijar sus pies. El presidente le ha dicho: mi vocación reeleccionista no permitirá que compitas conmigo en el dominio de la inagotable cantera de la xenofobia.

Estamos, pues, frente al tercer uso de Haití que desde Peña Gómez hasta el día de hoy, se mantiene inalterable en la estrategia de dominación al pueblo dominicano: utilizar el recurso de los migrantes como mecanismo aglutinante de la población alrededor de la figura presidencial. Lo han hecho de forma ininterrumpida los últimos 5 presidentes. “El proyecto de fusión, el desplazamiento de la mano de obra, la invasión pacífica, la inseguridad asociada a la cultura violenta del haitiano, la desforestación para hacer carbón, la saturación de escuelas y hospitales que compiten con la población pobre dominicana”, son apenas algunos de los lugares comunes que de manera destemplada se usan indistintamente para manipular el sentimiento nacional con fines políticos.

Sin vocación exhaustiva podemos  listar una utilidad adicional, con la que sumarían cuatro usos que el paupérrimo pueblo descendiente en su mayoría de esclavos libertos le rinde hoy a la élite que nos gobierna en República Dominicana. Se trata de presentar el país más pobre del hemisferio como consuelo nuestro. Las ignominiosas condiciones en que vive ese país  hermano son utilizadas con recurrencia como justificación ante nosotros de que ellos están peores. Las precariedades nuestras, la institucionalidad menguante, los graves desafíos ecológicos, la insuperable pobreza, en fin todas nuestras penurias se venden como bondades paradisíacas si las comparamos con nuestros vecinos.

El referimiento a las condiciones de ese país termina siendo bálsamo, analgésico y calmante frente a las válidas críticas que nosotros tenemos a la clase empresarial que nos ha dirigido y los políticos de ocasión que les han servido. El vecino se utiliza como espejo que nos impide aspirar otros referentes de la región como bien podrían ser Trinidad y Tobago, Barbados, Costa Rica o Uruguay. Sociedades todas cuyo gran acierto ha sido distribuir mejor las riquezas que generan sus naciones.