La antesala de toda dictadura demanda docilidad a las órdenes del poder y nula criticidad sobre la realidad social, política y cultural. No olvidemos el experimento social a escala planetaria de encerrarnos por meses como medida terapéutica contra la propagación del COVID con altos grados de autoritarismo y el deterioro de la educación a niveles alarmantes, en comparación de Occidente y Oriente, según muestran los informes PISA. El caso dominicano es una vergüenza absoluta.
Y esta situación ocurre cuando la productividad del planeta ha mejorado sensiblemente. El PIB mundial en el 2022 era de 101.3 billones de dólares, 4 veces más que en el 1992, y tomando en cuenta que la población mundial en dicho año era poco más de 4 mil millones y en la actualidad somos 8 mil millones, eso significa que generamos el doble de riqueza que hace 30 años por individuo vivo en la tierra.
Durante ese periodo de tiempo decenas de millones de familias pasaron de la pobreza a ser clase media (sobre todo en Brasil y China, donde no se aplicaron las recetas del Consenso de Washington), no así en Estados Unidos y Europa. Y el paradigma de que el desarrollo demandaba gobiernos autoritarios -el caso chino o vietnamita- ya tenía precedentes en la órbita capitalista con Chile, Corea del Sur y los llamados Tigres asiáticos.
La expansión del neoliberalismo como modelo económico, que originalmente se implementaba en los países de ingresos medios y bajos, ha llegado en las últimas décadas a los países de renta alta, destruyendo fuentes de trabajo, frenando los salarios y generando una nueva categoría económica-política denominada “hombres blancos precarizados” que es el principal insumo de la extrema derecha para ampliar sus niveles de votación y generar acciones violentas en las calles, sobre todo contra los migrantes, las mujeres y la comunidad LGBT. Clave esencial para entender el triunfo de Trump en esta semana.
Son los hombres-blancos-precarizados los más fieles en Estados Unidos a Trump y en Brasil a Bolsonaro. Se vinculan con las posturas religiosas más conservadoras, sobre todo con las que discriminan más a las mujeres, que temen a las nuevas identidades de los jóvenes, que tienen fuertes pulsiones xenófobas y rechazan la ciencia y la pluralidad de ideas. Asistimos a un real movimiento que intenta llevar el mundo al siglo XIX o XVIII. Claramente son enemigos de la modernidad, la ilustración, la democracia y la revolución científica.
Lo que es un problema económico se transfiere al plano político, y se expresa en categorías culturales con los debates en torno a las identidades grupales y nacionales. Las discusiones en torno a los derechos e interpretaciones de diversos grupos por su orientación sexual, prácticas religiosas u origen étnico, tanto en las redes sociales, como en los parlamentos, campañas electorales y telediarios alcanzan niveles de locura general.
Ejemplos de actualidad son: la oleada de integrismo religioso en las Olimpiadas de París por la escenificación del cuadro “El festín de los dioses” de Jan van Bijlert, que alegaban era la “Última cena” de Da Vinci (y si lo fuera, ese cuadro no tiene categoría de objeto sagrado); un Trump acusando a migrantes haitianos en Springfield de comer gatos y perros, e insultar a Puerto Rico como isla basura; el derroche de chovinismo entre México y España sobre las consecuencias del 1492, sin asidero histórico, únicamente en función de las hormonas de ambos bandos, y para colmo resulta que Colón era sefardita con unas pruebas de ADN carentes de cientificidad, pero que ya algunos lo vinculan con Netanyahu. El bombardeo de tonterías por todos los canales nos está llevando a no pensar serenamente e informarnos de lo que es relevante. Todo eso está tomado del manual de propaganda de Joseph Goebbels.
Tres factores se encadenan. Por un lado, la adopción de un modelo económico que busca privatizar prácticamente toda la vida social y reducir el Estado a su mínima expresión, profundizando la pobreza y desconociendo los derechos fundamentales de las personas, sin importar sus niveles de ingresos.
Un segundo. Al desmontar el rol del Estado como mecanismo político para lograr la equidad social, disuelve la democracia como mecanismo de diálogo y consensos para una gobernanza racional y social responsable, dándole espacio a las formas autoritarias y tribales que hoy vemos florecer en las sociedades occidentales.
Y tercero. El accionar político tiende a expresarse visceralmente y sin escuchar argumentos distintos. Se parte de una perspectiva dogmática donde se afirma poseer la verdad (política, religiosa, histórica, etc.) y únicamente nos relacionamos con los que piensan como uno, organizando una suerte de cruzada para conquistar y colonizar la mente y la práctica de los que piensan diferente, para “salvar” la civilización. Y en consecuencia “depurar” la sociedad de los cuerpos extraños.
Estas cuestiones considero son esenciales en el presente. Y muchos están preocupados. Por un lado, dos autores en los extremos ideológicos que conocimos en el siglo pasado salen a defender la democracia.
Francis Fukuyama publica en el 2022 un libro titulado “El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales” y la filósofa Susan Neiman publicó el año pasado su libro “Izquierda ≠ woke”, donde ella demuestra que el movimiento woke no pertenece a la tradición de izquierda que por definición siempre ha sido universalista y racional. Ambos afirman que solo la democracia es capaz de construir sociedades donde se respeten los derechos individuales (liberales) y los derechos sociales (socialistas). En este siglo XXI la izquierda y la derecha luchan juntos por defender la democracia. Sugiero además la lectura de John Gray – Los nuevos leviatanes del 2020.
Y como conclusión, fueron anunciados los premios Nobel de Economía que este año recayó en Daron Acemoglu, Simón Johnson y James A. Robinson, quienes investigan sobre cómo afectan las instituciones a la prosperidad de los países, en otras palabras, como la democracia fortalece el progreso y la equidad mediante una economía articulada para beneficio de todos. Ese es el camino, que no es por donde marcha el mundo hoy.