Es indudable que continuamente se viven sucediendo cambios de forma ininterrumpida y con una velocidad descomunal, a veces exhibiéndose como un desafío constante al que debemos enfrentarnos, obligándonos a pensar, hacia dónde nos dirigimos. Por lo que puede colegirse que ningún cambio tecnológico profundo en la forma que sea en la historia de la humanidad ha producido esa sensación de movimiento constante, casi enloquecedor, con el que nos encontramos en la actualidad.
La conquista del fuego, la invención de la rueda, el manejo de los metales, la agricultura, la navegación a vela, la imprenta, la máquina de vapor entre otros, si bien abrió nuevos escenarios monumentales, no tantos, así como los cambios tecnológicos en la actualidad.
En estos momentos la aparición de nuevas tecnologías tiene un ritmo frenético, por lo que cuesta seguirle de cerca y observar su paso. Lo que recién ayer era fabulosa novedad (el cassette, el diskette, el teléfono fijo, el disco compacto, sin decir la máquina de escribir) en un corto tiempo pasa a ser pieza de museo. La fijación de pautas de consumo, modas y tendencias que los poderes dominantes nos imponen, por lo que a diario nos encontramos con nuevos productos en todos los ámbitos.
Dice la gerente de la agencia publicitaria estadounidense BBDO Viviana Castillo, (considerada de las mayores del mundo) que “los que hace a Estados Unidos grande es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda”, “y ha hecho de la sed de novedades un poderosísimos motivador”, por lo que a diario nos encontramos con nuevos productos en todos los ámbitos.
“La producción humana, hoy día enmarcada enteramente en la lógica capitalista, encuentra ahí un lugar perfecto para desarrollarse, y la creación de “cosas nuevas” destinadas al mercado no cesa, creando de paso nuevas necesidades que se van tornando imprescindibles.” De ahí que el mundo contemporáneo convoca a preguntarnos: ¿hacia dónde vamos? ¿Es necesaria esa proliferación interminable, esa velocidad de cambio? O más, aún: ¿acaso puede detenerse la misma?
Con cierta sensacion de vorágine, todo lo actual es puesto entredicho casi a diario, siendo difícil vaticinar lo que sucederá en un corto tiempo. Lo que hoy era una novedad, mañana ya es viejo o vetusto. ¿Qué futuro nos espera? ¿Todo el mundo por igual aprovecha esas maravillas de la creatividad humana? ¿La subjetividad profunda, también cambia? ¿Y el “hombre nuevo” que pedía el Che Guevara en la construcción del socialismo en Cuba, cómo entra en esta lógica? Es difícil predecir con precisión para dónde vamos. Lo que queda claro es que resulta sumamente difícil tener claridad de lo que se está construyendo, de saber hacia dónde nos dirigimos como humanidad.
La idea encomiable, que debemos seguir defendiendo con toda tenacidad, de un mundo superador del capitalismo, se ve adversada hoy por una cruda y obstinada realidad que nos confronta. La primera experiencia socialista de la historia, la Unión de Repúblicas Socialista Soviética (URSS) desapareció, fue devorada desde dentro, con el envenenamiento de José Stalin y la asunción al poder de Nikita Jrushchov, y en su lugar fue reconstruido un país capitalista como Rusia con las peores lacras del individualismo, dando pasos hacia atrás en los logrados con la Revolución Bolchevique: se introduce el elemento religioso en su Constitución, se ataca al movimiento de diversidad sexual, se premia el egoísmo exitista de unos pocos magnates, se entroniza de forma más galopante la corrupción.
Por otro lado, alimentando un desconcierto que confunde, a lo largo y ancho del mundo, y con el voto popular (¿suicidio colectivo?), surgen presidentes abiertamente fascistas que exaltan el racismo, la xenofobia, el clasismo llevado a niveles absurdos, el individualismo extremo contra la solidaridad fraternal. El discurso dominante en términos globales, el socialismo en tanto esperanza es presentado como una lacra inviable, ya trasnochado y fracasado. Se llega a expresar que, si hoy China es una superpotencia, a todo lo largo y ancho del mundo, fue porque abrazó mecanismo de mercado (aunque en absoluto sea así).
Todo indica que hoy el mundo se va derechizando en forma creciente en términos políticos e ideológicos, y el cambio acelerado de la tecnología pareciera marcar/imponer el ritmo: si no se le sigue el paso, quedamos “fuera”. ¿Pero fuera de qué
Hay quienes dicen, con una muy peligrosa y tendenciosa inclinación ideológica y política, que es más fácil que termine el planeta Tierra-por la catástrofe ecológica que se vive, o por la posible guerra termonuclear-, a que termine el capitalismo. Visión pesimista, que no nos da espacio a la esperanza.
Lamentablemente, al observar la realidad actual, la marcha de los acontecimientos no nos presenta un panorama optimista. Aunque “quienes seguimos teniendo esperanzas no somos tarados ni estúpidos, como dice el Padre Jesuita” Xabier Gorostiaga”, el impuesto discurso dominante muestra que “hay que seguir el tren de esa historia”, consistente en consumir acríticamente.
En todo caso las tendencias en curso solo nos muestran un mundo viable para unos pocos, y de muchas y variadas penurias para las mayorías. Ahora bien: quien no se sube a ese velocísimo, casi desbocado tren, ¿es un tarado o un estúpido? Se omite algo muy importante: “los beneficios de ese avance no se reparten por igual para todos y todas”. “Mientras hay gente que se mueve en la realidad virtual, pensando en cosas como viajes en el tiempo o la prolongación eterna de la vida, muchos otros continúan usando leña como carbón energético, sin acceso ya no a internet sino ni siquiera a electricidad, cultivando con arado de bueyes y atados a milenarios prejuicios mágico-animistas, creyendo en espíritus aparecidos”.