Luis Ramón Peña González, “Papilín”, mártir de la Iglesia y de la Patria.

El próximo lunes, 8 de mayo, se conmemora el 87 aniversario del natalicio del seminarista Luis Ramón Peña González, cariñosamente conocido por sus familiares y compañeros  como “Papilín”, mártir de la Iglesia y de la Patria, oriundo de la provincia de La Romana, cruelmente asesinado por los esbirros de la tiranía, meses después de su arbitraria detención, llevada a efecto un 20 de enero de 1960, vísperas de la festividad de Nuestra Señora de La Altagracia, al momento en que acompañaba al Padre Juan Antonio Abreu en la celebración de misa, en la Parroquia Santa Rosa de Lima.

Es por ello que mañana domingo 7 de mayo, en vísperas del 87 aniversario de su natalicio, familiares, ex. compañeros seminaristas, ex. militantes del 14 de junio,  amigos y ciudadanos en general comprometidos con la preservación de su memoria, nos congregaremos para recordarle con una celebración eucarística y un acto sencillo pero no menos significativo,  en el mismo templo donde hace 63 años inició su pasión y su camino al suplicio, para abonar con su sangre generosa los surcos de nuestra lucha libertaria.

Dado que los días sábado 29 de enero y 5 de febrero del año pasado, dediqué sendas columnas en este mismo espacio con el propósito de dar a conocer, a grandes rasgos, el edificante testimonio de este digno hijo de La Romana, que pagó con su vida joven y generosa la  fidelidad sin fisuras a sus valores cristianos y patrióticos, haré presente en la columna de hoy a varios de los que en algún momento,  durante  estas últimas décadas, se han referido al dignificante testimonio de Papilín.

Ya en su edición del 7 de marzo de 1962, el periódico 1J4, publicación de la Agrupación Política 14 de junio, dedicó a Papilín su  interesante columna “Los que orientaron la lucha”. En ella señalaba:

El 20 de enero de 1960 la iglesia de Santa Rosa de Lima de la Romana comenzaba a quedarse sola, los fieles que habían asistido a la misa, aquella víspera de la fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia, se marchaban del templo. Sobre las gradas del altar mayor los lirios y el incienso aunaban sus aromas, inundando de fragancia la santidad de aquel recinto. Mientras por la puerta de la sacristía un joven, alto, con rostro sereno velado de melancolía, comenzaba a alejarse. Era Papilín, quien acababa de ayudar a la celebración de la santa misa.

Esa fue la última vez…Los esbirros de la tiranía lo detuvieron y esposado fue traído a esta capital. “.

La cárcel no apagó su espíritu de lucha, desde dentro mantuvo contacto con los que habían quedado fuera. La fidelidad a sus ideales fue superior al peso de las repetidas torturas que soportó su humanidad. En los pasillos de la Victoria se conservan aún los ecos vespertinos de su oración, que no descuidó nunca, y su piedad fueron sus mayores virtudes, por eso fue tan valiente.

El rezo del Santo Rosario, en aquellos antros ensombrecidos por el terror y la inhumanidad, era un viático espiritual que fortalecía nuestras conciencias desgarradas. Por esos los verdugos no lo permitían, pero para conseguir el silencio de Papilin, hubo que sacarlo de la Victoria”.

Papilin en el centro. A su derecha, Ramón Benito de La Rosa y Carpio y a su izquierda el seminarista Isael Rodríguez.

De igual manera  el Padre Vinicio Disla (q.e.p.d), compañero entrañable de Papilín en el Seminario, en el mismo año de 1962, publicó un interesante escrito titulado “Papilín desapareció”, en el  que evoca valiosos recuerdos y pensamientos sobre su vida. Entre ellos, cabe citar los siguientes:

Papilín desapareció, pero está presente su recuerdo. Está presente su condena. Condenado por el único crimen de desear el bien para su patria. Delito cruel que padeció la pléyade más digna de la patria. Y por eso Papilín es un símbolo. Símbolo para nosotros, la juventud de esta Patria que despierta de una horrible pesadilla.

Papilín desapareció. Los que le conocimos guardamos un minuto de silencio impetratorio de su alma inmortal a la vez que impetramos del más allá el contagio de ese coraje, de esa reciedumbre y de esa fe sobrenatural propia de nuestros hombres acribillados por causa de la libertad”.

Rafael Valera Benítez en su interesante libro “Complot Develado”, nos ha legado una de las descripciones más dramáticas y conmovedoras sobre el testimonio ejemplar de Papilín en aquellos antros espeluznantes, de dolor y de muerte, que fueron las prisiones trujillistas.

Afirmaría al respecto: “Hubo alguien que escogió la muerte cuando lo colocaron ante una alternativa inaceptable para su espíritu. Yo pude conocer muy bien su drama y es uno de los acontecimientos que más profunda impresión ha dejado porque estuve cerca de un mártir, de un verdadero Santo.

Allí estaba Papilín, seco y enjuto, con una atmósfera inexpresiva en su rostro anguloso. No parecía sentir ni odio ni miedo. No parecía sentir nada. Abbes García lo midió como quien mide a un viejo enemigo de repente encontrado y le dijo: ¡Reza desde ahora maldito, a ver si tu Cristo te salva!

La escena bíblica se repetía. Al parecer con toda intención Abbes García Abbes García le espetó a Papilín la misma frase que le lanzaron a Jesús cuando estaba ya envuelto en el drama de la crucifixión. Le avisaba con filosa dureza que lo iba a matar.

– No es  mi salvación la  que está planteada. Estoy a salvo de ante mano aunque muera. Lo que me pregunto es si ustedes lograrán salvarse, respondió el preso”.

En una interesante conferencia pronunciada en el Museo Nacional de Historia y Geografía el 14 de Junio de 1983, el destacado intelectual y ex. militante de izquierda, Ing. José Israel Cuello dedicó unos interesantes párrafos a describir la entereza de Papilín en las ergástulas de la Victoria y La 40, como vivo ejemplo de lo que significó la resistencia antitrujillista en la etapa final de la dictadura.

 

 

Afirmó José Israel:

“…Esas solitarias de la Victoria eran más tétricas que las de las 40, quizás por su experiencia mayor de muerte acumulada, por que las de La 40 eran de una cárcel relativamente nueva que todavía no estaban maceradas por el crimen, en ellas el crimen era reciente, pero las celdas de la Victoria tenían pústulas viejas, remotas, de muchos años, de muchos presos y sufrimientos.

En esa solitaria pasó sus últimos días el Seminarista Papilín González, de La Romana (No hay calles para él, y sí para algunos esbirros intelectuales y materiales, pero él tiene nuestro recuerdo y ellos nuestro eterno desprecio).

Papilín se enfrentó a la primera de las tres latas iguales: una tenía harina hervida en agua; la otra tenía el destino del urinario; la tercera estaba reservada a las materias fecales de 25 hombres hacinados en 6 metros cuadrados de superficie.

Papilín bendijo su lata, cuya similitud con las otras estaba dirigida a dar la imagen y a facilitar la posibilidad del intercambio de funciones y dijo a los demás: “esta es la comida”, en un tono que hizo sentir la palabra de Cristo en la Última cena “esta es mi sangre.

Al día siguiente, fue sacado de la celda, junto a Eugenio Perdomo, radioemisor comercial de Santiago, y días después supimos que habían sido asesinados”.

Inspirado en la conferencia de José Israel Cuello, Enrique Aguiar, en su columna “Mi Escritorio”, en El Nacional de ¡Ahora!, hizo, de igual manera, una sentida evocación de Papilín, al expresar:

Papilin González, los que lo conocieron lo recuerdan muy bien y saben que no miento. Era muy vital, alto, con la cabeza pelada al rape, tirando a gordo jugador de baloncesto y amigo de Chino, otro seminarista como él de la Romana, y su nombre de pila ahora no preciso.

Muy joven y muy lleno de ilusiones, como es natural, le dolía su país y fue un visceral antitrujillista, pionero del movimiento clandestino 14 de junio.

Tenía un programa de radio en la emisora local de la Romana “Radio Papagayo”, supongo que aún se llama así, donde trataba cuestiones de corte apostólico- religioso, y siempre se hablaba mucho sobre la justicia y los pobres según el mensaje evangélico-…pero era arriesgado.

En varias ocasiones recibí correspondencias de él, inquiriéndome cómo se captaba el programa aquí en la capital”.

Freddy Bonnelly, quien compartió  junto a Papilin, las terribles torturas y vejámenes de La 40, en su interesante libro autobiográfico  “Mi paso por la 40. Un Testimonio”, relata lo siguiente:

“…Manolito (Manuel Baquero) se molestaba con nosotros por habernos dejado convencer de Papilin de que rezáramos el rosario. Papilin era casi un niño, no creo que pasara de los diecisiete, pero muy robusto. Seminarista, de carácter bondadoso y muy firme y de un valor extraordinario…Él nos acercó a Cristo. Me contó de los muchos que convenció para ingresar en el Movimiento…”.

El Doctor Julio Escoto Santana (q.e.p.d), fundador del Movimiento Clandestino 14 de Junio, en su interesante libro testimonial “MI TESTIMONIO 1J4: LA súplica de mis  padres y mis trágicas vivencias en la tiranía de Trujillo…50 años después”,  describe sus contactos con Papilín en los siguientes términos:

Posteriormente, visité La Romana y previo a las diligencias encubiertas que iba a realizar allí, para despistar al Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y a sus calieses; y darle a mi viaje un aspecto de paseo, realicé el mismo en compañía de mi esposa, mis dos hijas y si niñera Mery, en un carro que me facilitó Don Vigo Hansen, – con gasolina incluida, más una dieta- y antes de hacer mis contactos en dicho pueblo, realicé una visita a la casa del Mayor E.N. Enrique Corominas, Jefe de la dotación militar de esa Provincia y primo de mi madre, a quien encontré enfermo; y a solicitud de su esposa Elvira dejé a mis acompañantes en su casa.

De ahí salí hacia la iglesia de esa ciudad donde me reuní con el Seminarista Luis Ramón Peña González ( Papilín), con el que me identifiqué de la siguiente manera: “ Vengo de parte del seminarista Ramón de Jesús Pons Bloise ( Moncho)” y a seguidas, le hice entrega de una nota en latín redactada sobre el papel de una cajetilla de cigarrillo, la cual me había entregado Luis Gómez; y luego de leerla me dijo: “ De acuerdo; vamos a trabajar para esta noble causa y aunque aquí, aparentemente, la cosa está floja, veremos que se puede hacer, pues, Miguel Osorio(a) Santiago, que es soldador en el Central Romana y de mi confianza, me ha informado que el Dr. Zapata sabe de unas armas que han entrado al país de contrabando en cajas de manzana, las cuales están enterradas en un lugar ubicado entre esta Ciudad y Macorís; que en La Romana se podía contar con casi todos los obreros del Central; y cuando nos despedimos me dijo: “ Dígale a Moncho que actúe con cautela, que él sabe que estamos siendo observados”.

Papilín contactó también a los hermanos Diego y Benito Kelly.

Atendiendo una recomendación de Manolo Tavárez, visité a mi compañero de promoción, el amigo y Abogado Dr. Radhamés Rodríguez Gómez (Chico), quien luego de aceptar incorporarse al Movimiento le confié una misión similar a la que le había asignado en Macorís a Del Risco; le indiqué que contactara a Papilín y le informe que lo visitaría Noel Giraldi, indicándole la clave de cómo se reconocerían.”.

El Padre Darío Taveras, M.S.C, quien ha realizado meritorios aportes para preservar la memoria de Papilín, en un interesante escrito publicado el 16 de marzo del año 2008 en el Semanario Camino, afirmó:

Papilín dejó este mundo en el oscuro silencio de los que mueren sin pretender grandes glorias. Su fidelidad a sus principios cristianos y patrióticos segó su joven existencia. La lealtad al Señor, a quien había deseado consagrar su vida en el Sacerdocio y a la Iglesia que, como madre, alimentó e hizo crecer su fe, selló con el martirio, la que pudo ser una vida útil y fructífera”.

Más recientemente, el destacado intelectual y escritor vegano Ing. César Arturo Abreu- quien encarna el personaje de Carlos Alberto en su interesante novela testimonial “Aventuras y desventuras de un joven en la era de Trujillo”, publicada en octubre del año 2019- describe en trazos admirables sus recuerdos del seminarista mártir, con quien compartió los rigores terribles de la 40:

“─En ese momento, a empujones y bofetadas llegaba a La Casita en Canadá[1], desnudo, esposado y escoltado por dos esbirros, un joven de enjuta contextura, con la fisonomía de un típico dominicano, pero que por excepción, era seminarista.

─Hola Papilín… ¿Ya estás de regreso?  ─Debes saber que aquí no se viene dos veces  ─le dijo, poniéndose de pie Clodoveo.

Comandante, ahí viene el coronel Johnny Abbes y el coronel León Estévez a hablar con el prisionero ─había dicho uno de los miembros del SIM que custodiaba a Papilín, quien lucía sereno. No reflejaba ni odio ni temor. Permanecía estático. En eso se apersonó al siniestro Abbes García, quien de entrada y visiblemente molesto le dijo:

─Comienza a rezar, a ver si tu Cristo te salva.

Papilín, mirando a los ojos del tenebroso jefe del SIM y en tono admonitorio le respondió:

─No es mi salvación lo que me preocupa. Yo me considero salvo. Es la de ustedes la que me preocupa.

Johnny Abbes raramente se veía fuera de juicio. Esta vez, ante un hombre desnudo y esposado, perdía los estribos.

─¡Saquen a éste de aquí!  ─ordenó León Estévez, refiriéndose a Carlos Alberto.

Con este florilegio de testimonios y revelaciones sobre su vida noble y fecunda, queremos rendir tributo de recordación a Luis Ramón Peña González (Papilín) en vísperas de cumplirse el 87 aniversario de su nacimiento.

Que su pueblo natal y todo el pueblo dominicano, luchemos y trabajemos cada día por hacernos dignos de su admirable legado de fe y compromiso patrio; que refulja inextinguible la llama de su ejemplo para las presentes y futuras generaciones; que su generoso sacrificio por amor a su patria nos inspire siempre para continuar construyendo junto caminos de justicia y esperanza.

[1] .- Así se denominaba, irónicamente, a uno de los espacio de suplicio de La 40.