¿Había dictados cuando iba a la escuela? Le pregunto a mi memoria, esa dama esquiva a quien le encanta ignorarme. Creo recordar que nos dictaban sólo palabras para advertir nuestros errores (algunos parecían horrores) ortográficos: Un acento casi imperceptible (isósceles); una hache obstinada (ahuehuete); una uve que parece be (ovíparo) y así.

 

En cambio, en Francia, desde que aprenden a leer y escribir o, mejor dicho, para perfeccionarse, los alumnos redactan dictados. Empiezan con un par de frases y se siguen con fragmentos de textos literarios, conforme vayan avanzando. Supongo que así lo disponen sus planes educativos.

 

Precisamente, la alcaldía de París organizó el pasado 4 de junio un mega dictado en su avenida más famosa: Los Champs-Elysées. Con ánimo más festivo que escolar, instaló casi dos mil pupitres, hojas y plumas Bic. La meta era establecer un nuevo Récord Guinness y, al mismo tiempo, proponer otra manera de pasar el domingo.

 

Hubo muchas reglas, como debe ser, ¿un guiño a la gramática francesa que no tiene una sino tres tipos de tilde, por citar un caso léxico-sintáctico-gramático-traumático? No fue fácil participar en esta actividad. Los felices asistentes, primero tuvieron que pasar por un proceso de selección entre cincuenta mil candidatos, que se resolvió mediante un sorteo; luego, llegar muy temprano y esperar a que los acomodaran en su sitio y, lo más difícil, olvidarse de su teléfono celular, el cual debieron apagar o entregarlo a los organizadores mientras el profesor, en este caso, el periodista Augustin Trapenard, leía el texto elegido: La mula del papa, de Alphonse Daudet.

 

En realidad, fueron tres los dictados en La grande dictée du Champs, como la llamaron en su versión original: el ya mencionado de Daudet, dedicado a la infancia; el segundo, a la actualidad, consistente en un fragmento de una novela de Véronique Ovaldé, seleccionado por la escritora Katherine Pancol y el último, al deporte, gracias a la atlética voz del rugbyman Pierre Rabadane, recordemos que esta ciudad será la sede de las próximas olimpiadas y nunca está de más un poco de publicidad…

 

Los señores del Guinness contaron a 1397 personas armadas de papel y lápiz, por lo que el record ya es oficial. No obstante, los que tomaron nota en los tres distintos dictados fueron unos cinco mil entusiastas.

 

 

 

¿Está de más señalar que me gustó lo inusual de la imagen? Una calle convertida en escuela. Vemos cuatro bloques de filas de pupitres, más anchos en las orillas que en el medio, con el Arco del Triunfo de fondo. A los lados, los árboles verdes, espléndidos y alineados, igual que los atentos «estudiantes» que escuchan la primera frase: «El que no ha visto Aviñón en los tiempos de los papas, no ha visto nada».

 

Y sí, nada o casi nada resulta fácil en un país con infinidad de quesos, como diría Charles de Gaulle, pues fueron pocos los que hicieron la tarea sin errores. Cabe mencionar que, tal y como sucede en el salón de clases, la última lectura (hubo tres por categoría) consistió en autocorregir el dictado. Además, un jurado especial revisó los papeles de los mejores alumnos, ¿les habrán dado una paleta de premio?

 

No obstante, un maestro explicó lo difícil que resulta enseñar en estos tiempos de wifi y pantallas por doquier, sirviéndose de un sólo dato: En 1987 la clase de quinto grado cometía diez errores ortográficos, mientras que ese mismo texto, dictado en 2023 a la misma clase, contiene el doble de faltas…

 

Por otro lado, las notas periodísticas que leí recalcaban que la fiesta tuvo lugar en la avenida más bella del mundo. No escatimo su belleza ni su importancia, pero podían haberse ahorrado ese derroche de soberbia, digo yo, luego por eso surgen los clichés, ¿no? En lo particular, prefiero las calles junto al mar. El Malecón de Santo Domingo, por ejemplo, que nos invita a la inmensidad del Caribe. Lo mismo podría decirse de los malecones de Veracruz, La Habana y Cádiz, incluso del de Chicago, con otro mar, menos salado y exótico. Pero ya me fui por otro rumbo…

 

Simplifiquemos la gramática antes de que ella nos simplifique a nosotros, dijo García Márquez, palabras más, palabras menos, en el Primer Congreso de la Lengua Española que ocurrió en bla bla bla. También criticó el uso de las haches rupestres y muchos de aquellos participantes, en especial Camilo José Cela, le buscaron vampíricamente la yugular, pero ya me volví a desviar.

 

En conclusión, está claro que la toma de dictado puede ser un ejercicio simple o tortuoso para el niño, quien prefiere largarse a correr al patio del recreo, pero sin duda es eficaz. En esta ocasión, las gentes de París le dieron un giro divertido y nostálgico: Saquen papel y pluma, estén atentos y escriban…