República Dominicana es un país con una sólida estabilidad política. Los principales partidos que competirán en las próximas elecciones han madurado y saben que la paz social es una conquista de todos los gobiernos desde hace décadas.
Nadie se atreverá a jugar con fuego creando conflictos o violencia en las calles porque eso ya es cosa del pasado.
Los partidos competirán sobre estrategias centradas en ataques y contraataques, principalmente sobre la economía, el desempeño institucional, la salud, la pobreza y el empleo, entre otros temas, o en el ámbito informativo, especialmente en las redes sociales.
Sabemos que entre los partidos se tirarán piedras y se jugará con dureza, lo que es una práctica normal en el proceso electoral, como también circularán en las redes sociales todo tipo de noticias falsas (fake news) que harán daño, pero se convertirán en un boomerang para los difamadores.
Las promesas demagógicas de que los problemas del país se resolverán en 6 meses o un año caerán en el vacío, porque los partidos que participan en las elecciones ya han ejercido el poder o lo ejercen y saben que las soluciones son de largo plazo, donde se imponen nuevos paradigmas para una gobernabilidad dispuesta a realizar cambios estructurales profundos.
Lo que no tendrá asidero ni ayudará a ningún candidato opositor es atacar con golpes bajos, sacar trapos sucios o haciendo acusaciones no fundamentadas contra funcionarios o exfuncionarios de este gobierno o viceversa. Sabemos que eso sucede y sucederá buscando donde pescar en río revuelto. El caso Fulcar es un buen ejemplo donde ya fue condenado por voceros de la oposición sin conocerse las pruebas.
Por su lado, los funcionarios del gobierno deben actuar con extrema cautela en el manejo de los recursos públicos para que ni un centavo del erario se use en la campaña del candidato oficialista.
Todos, gobierno y oposición, deben tener muy en cuenta que ya no son los partidos los que deciden con el voto de su militancia quien será el próximo presidente. Esa decisión está en manos de una sociedad civil cada vez más fuerte e influyente, no comprometida políticamente, excepto con el candidato que mejor garantía le ofrezca en términos de su visión de futuro.
Una visión muy diferente a la del pasado, donde ya no hay cabida para los sobornos, el tráfico de influencia, la impunidad, el derroche en el gasto público, la desinformación y el abuso de poder.
Una gran mayoría de la población no está dispuesta a tolerar un gobierno que vuelva a esas prácticas abusivas y derrochadoras, con una justicia controlada a su antojo y una administración pública corrompida.
Eso marca una línea que separa el presente del pasado y sea quien sea el ganador de las próximas elecciones, jamás deben cruzar esa línea.
Al final de cuentas, las elecciones del 2024 serán ejemplares, sin algoritmos, ni softwares manipulados o actas prefabricadas. Nadie dirá “hubo fraude” o lo muy típico “compraron medio millón de votos”, aunque siempre los perdedores dirán lo que sea para justificar su derrota.
Luis Abinader, gane o pierda, se engrandecería y pasaría a la historia como el presidente en cuyo mandato se realizaron las elecciones más tranquilas, limpias y democráticas de la historia dominicana.
Este artículo lo escribí la mañana del Día de Reyes. Pensé en los juguetes debajo de la cama cuando era niño. Pero también tuve algunas pesadillas.