Nunca en su historia, Pedernales (1-4-1958), en el suroeste de la frontera dominico-haitiana, había sufrido un estado de zozobra como en estos días de la COVID-19.

Y no es porque la epidemia de la enfermedad por coronavirus esté postrando y matando coterráneos, como sucede ya en otros pueblos.

Está en ascua por la impotencia que provoca el histórico desabrigo estatal, acentuado ahora ante la profusión de noticias catastróficas y la ausencia de una voz orientadora ante el mar de incertidumbre que le atrapó a la media mañana del 30 de marzo de 2020 cuando la provincia apareció con un caso positivo en el boletín epidemiológico 11, leído en tono tenebroso por el ministro de Salud Pública, Rafael Sánchez Cárdenas, y reiterado en el 12, el 13 y, con una variación apenas perceptible, en el 14, emitido el 2 de abril.

Luego de los reclamos de actores de la comunidad, el mensaje fue cambiado de: “Pedernales, un caso positivo, uno acumulado, cero muerte”, a  “un caso para investigación, cero acumulado, cero muerte”.

CUANDO NADIE RESPONDE

El  director provincial de Salud, Frank Medrano, mantiene hermético silencio ante los reclamos para que explique el destino del infectado e informe las medidas de aislamiento aplicadas a todas las personas con las que tuvo contacto.

Sus defensores atribuyen esa actitud a una prohibición en vista de la concentración de la vocería en el ministro, por disposición del decreto que ha creado la comisión de alto nivel para manejar la epidemia.

En el único hospital de la provincia, el Elio Fiallo, no hay registro de casos sospechosos ni positivos, ha afirmado en un programa de una emisora local el director, médico Sócrates Acosta.

Los comunitarios han husmeado por todos los rincones del municipio cabecera. Nada han hallado. Nadie sabe de enfermos. Ni siquiera de griposos. En la extensión de 135 kilómetros cuadrados, con 30 mil habitantes, se conoce hasta quien ronca mientras duerme.

Este jueves 2 de abril, cerca de la una de la tarde, al Dircom del MSP, Carlos Suero, se le solicitó una explicación del ministro para bajar el nivel de pánico entre los pobladores. Pero dijo que la directora de Epidemiología estaba cerca, junto al funcionario (Show del Mediodía), y se comprometió a devolver la llamada en cuanto terminaran la entrevista para que dialogara con ella. 

Adelantó, sin embargo, que “sí hubo un caso, pero importado”. Y cuando se le increpó sobre el derecho del pueblo a saber identificación, aislamiento, controles, para prevenir contagios, raudo alegó que “no, no, no hay problema; lo sacamos rápido y se le hizo una primera prueba, y salió negativo, pero se le va a hacer otra… No, no está allá, no le puedo decir el nombre; usted sabe eso más que yo, maestro”.

A la hora de escribir esta historia, viernes a media madrugada, aún esperaba la llamada prometida para escuchar a la experta.

Muchas versiones encontradas, demasiado ruido. Un silencio largo. Terreno abonado para el riesgo y la politiquería. 

VOCES EN EL DESIERTO

La población gasta las horas de su existencia presa de una profunda angustia, pese a que la cura para ese mal está a la mano: información veraz, rápida y suficiente sobre la situación local del COVID-19. Pero, al parecer, no está en agenda servírsela como lo demanda. Tal vez la comunidad es asumida como intrascendente, incapacitada para hacer siquiera cosquillas al poder.

La desinformación y la sordera ante una comunidad ansiosa que exige explicación oficial para poder protegerse de un virus causante de estragos en el mundo (pandemia), es un preaviso de la tendencia fatal que cogería un potencial brote epidémico. Aunque, desde ya, la incomunicación es aliciente de pánico, un estado mental que le ha inhabilitado a la gente el juicio sereno imprescindible para enfrentar la embestida en camino.

Pedernales urge una atención especial del Gobierno para bloquear o, al menos, retrasar la transmisión comunitaria de la nueva cepa del coronavirus. Hay que sellar los boquetes en el cordón epidemiológico, que son anchos y de alto riesgo.

La frontera con Haití es escenario de un cruceteo permanente, día y noche, con toque de queda o sin él. La ruta hacia la comunidad agrícola Los Arroyos, en lo alto de la sierra Baoruco, es una vía expedita de bandas criminales, que pasan en motocicletas y a pies. Y en dirección oeste-este, a través de la cordillera, la vía es libre. Interceptan, atracan y matan. La lista de víctimas crece. Los cuarteles para defender la “soberanía” son una ficción.

En el pueblo, decenas de niños haitianos escuálidos, en situación de calle, simbolizan la irresponsabilidad en grado sumo. Deambulan, a cualquier hora, pidiendo limosnas. Nadie les ve.

En plena cuarentena, con prohibición para circulación desde las cinco de la tarde hasta las seis de la mañana de cada día, a Pedernales entra y sale el que quiere, a cualquier hora.

Lo hizo hace una semana un hombre de origen haitiano residente en una comunidad de la provincia San Pedro de Macorís, al este de la capital dominicana. Se había enterado por la tele que Pedernales estaba libre de COVID-19 y no tardó en pagar un acarreo para sus ajuares y su prole de diez.

En pleno toque de queda, cruzó la cadena de retenes militares a lo largo de los 378 kilómetros de carreteras hasta Pedernales, donde le esperaba una casa de dos pisos, pintada de azul, que ya había alquilado.

Pero un aterrorizado suburbio Los Cayucos se rebeló y les obligó abandonar la vivienda, salvo que quisieran entrar a cuarentena de 14 días y fumigarlo todo. El cabeza de la familia, prefirió mudarse a la comunidad de Anse –a- Pitre, donde, dijo, es propietario de varias casas. La protesta siguió y las autoridades locales tuvieron que asistir a fumigar. Una familia dominicana sufrió similar experiencia cuando llegó tarde en la noche al hospital, procedente de Santiago. La madrugada de este viernes 3, un joven que subía desde la playa ha sido herido de bala en una pierna. Dicen que había llegado de la capital a pasarse unos días.   

Pedernales está en pánico y desarmado para enfrentar la COVID-19 que le pisa los talones, desde el oeste y desde el este. En medio del caos político, económico y sanitario, el gobierno haitiano ha reconocido un brote. En República Dominicana, la epidemia avanza.