A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.
Dante, Canto I, vv. 1-3.

 

Dante tenía razón. Las buenas intenciones trillan las puertas del infierno. Y este existe. Así como el mal y la muerte. Si alguien lo pone en duda que pase por Haití. Le será tan fácil comprobarlo, como difícil descubrir la solución al sinfín de problemas que acosan a la población haitiana.

Asumo que decenas, cientos, millones de ciudadanos de Haití y del mundo, resienten la misma impotencia. En particular en estos momentos. Pero (I) no por lo que dice ante unas Naciones Unidas fragmentada el presidente estadounidense, Joe Biden: “El pueblo de Haití no puede esperar más”; sino porque, (II) para colmo de la parálisis que padece la comunidad internacional y su Consejo de Seguridad Nacional, a Pandora le acaban de abrir su célebre caja repleta de sombras que ocultan la luz de la inteligencia, de la prudencia y de la mediación.

(I) A propósito de aquella desesperanza, se sabe -lección aprendida- que Haití quiere orden. Para ello requiere el ejercicio pronto de una fuerza policial eficaz y bien respaldada. Sin embargo, luego de más de 20 años de presencia de fuerzas extranjeras amigas en ese país, estamos si no en el punto de partida, quizás en uno peor: la inexistencia de negociaciones y acuerdos políticos de haitianos entre sí que auguren una bisagra eficiente a la solicitada intervención internacional. Si a evidencias se apela, por el momento brilla por su ausencia una conciencia cívil y una voluntad nacional, haitianas, audaces y eficientes.

Pareciera que esa tierra desnuda y sedienta es reflejo fiel de las divisiones e inacciones que encopetan a los encumbrados del gran teatro del mundo desunido. Por doquier, los que tienen poder y veto de acción, tanto en lo grande, como en lo pequeño, tienen otras ocupaciones y preocupaciones que atender y favorecer antes que a Haití.

(II) Mientras tanto, la maldad y la mortalidad se apoderan de todo un país que parece más en Babia que en el Caribe. Y, para remate, Pandora deja abrir todo un mundo de resquemores y suspicacias fronterizas. Se actualiza así la cuestión de la toma de agua en el río Dajabón, luego de un primer round tabla en 2021, y quedan al descubierto más incógnitas que respuestas y soluciones:

  • ¿Quiénes reactivaron -inconsultamente- la construcción del canal, justo en estos momentos?
  • ¿Por qué, asumiendo que haya alguna razón oculta para ello, ni siquiera el dejo de autoridades que resiste apertrechado en Port-au-Prince fue capaz de llamarlos al orden y controlarlos y, empero, los respalda finalmente en público incluso en la Asamblea General de las Naciones Unidas?
  • ¿El canal es de trasvase, y por eso mismo el malestar que genera, o meramente un caño de riego para beneficio de pequeños productores agrícolas en las cercanías de Ouanaminthe?
  • Además, ¿estamos ante una provocación seguida de una respuesta apresurada y desmesurada pues, carente de un Plan B luego del despliegue de fuerzas armadas, penaliza con el cierre de todas las fronteras a un pueblo urgido de alimentos y no solo de agua? Y, más aún,
  • La respuesta dominicana a la iniciativa inconsulta de la parte haitiana, ¿solo sirve para aglutinar a una población dividida y dispersa, ante un contrincante común, el dominicano?; o bien, ¿para subsanar y/o distraer la atención de un problema mayor y recurrente en la formación social haitiana, sus sempiternas desavenencias y convulsiones intestinas, ahora manifiestas tras el magnicidio de Jovenel Moïse?
  • Una vez cerrada la frontera, ¿de dónde procede el suministro de alimentos de los que como el pan nuestro de cada día sigue dependiendo la población haitiana y, quién o quiénes comienzan a beneficiarse del nuevo mercado a suplir -al menos- mientras permanezca prohibido el tráfico comercial por las fronteras dominicanas con Haití?

(III) En conclusión, independiente de buenos y de malos, de víctimas y victimarios, la muerte goza de derechos en Haití dado los desacuerdos característicos y consuetudinarios a ese aglomerado poblacional.

Ahora bien, esa geografía insular en la que impera de todo menos el orden, la concordia y el bien común de sus connacionales, logra ahora el hito de enfrentar peores pronósticos, `sin´ alimentos y con poca agua, debido a las trifulcas y triquiñuelas salidas de una caja de Pandora repleta de mitos, conjeturas y confabulaciones antillanas.

Por ende, de conformidad con el adagio africano: ninguna fiera por fiera que sea sale por sí sola de la trampa en la que cae, es y sigue siendo tan perentorio como siempre:

  • Demostrar con los hechos -en el caso de Haití y la comunidad internacional- que hay que hacer lo que uno dice en los foros internacionales, llámese uno Biden o no.

Y, al mismo tiempo, que hay que

  • Dar crédito a la palabra desencadenada pues ella, previsora y conciliadora, está libre de tantas sospechas, como de retórica taimada y ocultos desafueros salidos todos del macuto antillano de Pandora.