Cuando Daniel Comprés fue ‘echao’ de la casa de su cuñada, otra vez vuelve a sentir que la/su vida ‘se pierde’: ‘me hundo en el cieno cada día más’, en tal medida que no quiere pensar: El reclamo de mis viejas y buenas ideas es débil’, entonces; se dice a sí mismo: ‘Ahoga tu alma en ron, procede como un hombre débil, como un sentimental’.

Desde aquel día, sin rumbo camina las calles de su pueblo, para dormir encontró ‘una casa deshabitada, allí tendí mi americana en el piso y me tumbé como un animal herido. La llovizna seguía cayendo. La quietud se enseñoreaba de la noche. Mi ser era una cosa gastada. Me quedé dormido’. Allí estuvo varios días: ‘Las primeras noches las pasé en aquella casa deshabitada’.

El amanecer del día siguiente lo sorprende ‘sin orientación. La mañana era lluviosa y como ella estaba mi alma. Vagaba por las calles del pueblo sin rumbo, sin ninguna intención definida’, casualmente se topó con ‘un viejo amigo. Era un muchacho de los que fueron mis compañeros en los primeros días de vida. Nos abrazamos y él se desbordó en entusiasmo’.

A partir de aquí: ¿Qué se narra en Over? Este encuentro marcará el final de la autobiografía novelada de Marrero Aristy. El ‘viejo amigo’ se llevó a Daniel para su casa, ‘en el patio, a la sombra de un flamboyán florecido’, sentados en mecedoras de gueno, con una botella de ron y dos vasos: ‘La botella estaba en el suelo’ el amigo le narró su historia personal, también había abandonado el pueblo natal de ambos, se marchó a New York, en la gran manzana trabajó ‘en barcos enormes, en fabricas gigantes’, conoció ‘mujeres de todas las razas, de todas las costumbres, que me dieron su amor en idiomas diversos’.

De New York se fue a Cuba, pero allí lo agarró la ‘nostalgia de la patria’, regresa al país; aquí consiguió trabajo ‘en el almacén de azúcar’ del central, cargaba sacos de ‘trescientas veinte libras’, el pago era de ‘un centavo. Un centavo de cobre, hermoso, ¡un centavo!’. Luego pasó a trabajar en las factorías, y allí se trabaja ‘cuando hay lo que ellos llaman una oportunidad’.

En las factorías el régimen de explotación era más inhumano, ‘por cuarenticinco centavos’ ‘se trabaja doce horas. Quince días de trabajo de día, y quince de noche’. Frecuentemente se producían accidentes laborales, una noche ‘un pobre muchacho que tenía paludismo’, por la debilidad no podía estar de pie cayó entre las volantas y los engranajes que lo hicieron añicos: ‘En una pequeña caja cupó lo que apareció de él. ¡Y todo por cuarenticinco centavos!

Daniel Comprés confiesa que ‘el ron me reanimó un poco’, ‘otro trago me soltó un poco la lengua’, necesitaba ‘de un poco de ron y de una persona que quisiera hablar, ¡pero hablar de esta vida! Entonces habla él, se lo dijo todo, habló de la finca, de la mujer: ‘Sólo no le confesé que yo no tenía alojamiento’: El muchacho me oía serio, sorbiendo a ratos el ron’: ‘Desde ese día viví borracho’. Su ‘el muchacho’ era ‘muy pobre’, en su casa ‘había pocos muebles’, en ella, otra vez ‘arrimao’, Comprés comió y durmió en ‘la camilla donde dormía su hijo, y una colchoneta que el niño empapaba de orines durante el día y que yo secaba de noche con mi calor’.

Otra vez depresivo: ‘Ya había perdido la fuerza y el deseo de razonar’ y ‘No transitaba por la parte alta de la ciudad. Sentíame rechazado por todos los que habían sido mis compañeros’, los que le conocían lo recriminaban: ‘Deja eso. No andes por ahí …’ ¡Esas gentes …! Él ‘les barbotaba’: ‘¿A quién le importa? Me despidió el padre, me despidió el central, y ahora, ¡Vienen a sermonear! ¡Si alguien se pierde, ese alguien soy yo, y yo tengo derecho a disponer de mí!

No obstante; hizo amistad con ‘otros hombres’: ‘Aquellos individuos eran gentes oscuras, sin educación, que trabajaban seis meses en la factoría y pasaban seis meses sin trabajar. Eran hombres sin ninguna idea fija, que vivían sin saber con que objeto’, hombres que ‘no trabajarían hasta la próxima zafra, y la zafra todavía distaba unos treinta días’.

Esas ‘gentes oscuras’: ‘trabajaban en el ingenio como bueyes, año tras año, tenían mujeres, hijos, y no pensaban en ellos’ / ‘Sus vidas estaban anegadas en fango de ignorancia y vicio’, presas del vicio ‘desde que nacieron bebían e iban donde las mujeres públicas’, se encontraba ‘entre esos hombres que no pensaban, que se dejaban llevar por la vida’, pero que ‘no eran gentes malas’: ‘me brindaban su ron y su comida indiferentemente’.

En ese grupo ‘se bebía’, se iban al cafetín, allí: ‘Hallé una prostituta (‘mujer pública’) que se enamoró de mí. Era una mujercita delgaducha, de ojos oblicuos, mulatatita, cariñosa como una gata mimada. Sin embargo, me producía la impresión de un animalillo inofensivo que había sido muy mal tratado. Cada vez que nos veíamos en el cafetín donde vivía, se me colgaba al cuello’.

Una noche la ‘mujer pública’ lo invita para que de manera permanente se quedara a dormir con ella: ‘desde aquella noche esperaba que se marcharan los que pasaban para luego ir yo a dormir’, de modo que provisto de sexo y cama, Daniel se convirtió en ‘chulo’, lo que le provocó ‘una vergüenza atroz’, se justificaba diciéndose: ¡Ella es una buena mujer! ¡Sólo ella es decente! ¡Sólo ella me quiere! Así: ‘En el bajo fondo de la ciudad viví aquellos días inolvidables’.

De manera violenta y repentina la psiquis de Daniel Comprés sufre un giro final y decisivo para su biografía: ‘no quise beber más. Más que nunca me avergonzaba de mí mismo. No quise ver a mi amante la prostituta’, ahora es él que abandona a los otros, se fue a dormir ‘en un vagón: sobre mí estaba el cielo azul regado de estrellas. La luna rota era una loca’.

Acostado en el vagón le volvió hablar su yo interior, le dice: ‘La historia de tu pueblo, la historia de tu región, es la de la caña’, el ‘monstruo’ molió a todos, le extrajo el Over, ‘Creyeron que ya no tenías savia, tú mismo lo has creído, y te arrojaron’, pero ‘tú no eres igual, algo quedó dentro de ti’

‘Del pecho me subía una oleada de emoción incontenible’ ‘No te apegues a esto que ya no es tuyo. ¡Tú mismo ya no eres de aquí! Ya diste tu Over, ¿Qué esperas? Aprovecha ‘ahora que el monstruo duerme’, que es tiempo muerto: ‘marcha antes de que comience la nueva molienda’. ¡Vete hermano! Así; el bodeguero echó el cuerpo hacia adelante y cruzó el pueblo, aunque un poco pesimista: ‘algo maléfico me persigue’, sale del pueblo dejando detrás ‘la melena del último cañaveral’, la catarsis lo había transformado en un hombre nuevo.

Marrero Aristy, al salir del ingenio marchó hacia la capital, Ciudad Trujillo, trabajó como periodista, en el periódico La Opinión, luego se enroló en las filas trujillistas, ‘Chapita’ le proporcionó empleo, viajes por el mundo y mucho dinero para los placeres de la vida que más le satisfacían: comer, beber, vestir y mujeres. Finalmente, envuelto en una bruma de chismografía palaciega, deslealtad al jefe y conspiración política muere asesinado por el tirano.