Uno de estos días, Nana llegó con un bultico y estaba muy bien arreglada. Nance, debe ser Nancy, la hija de Cirilo y Yocasta había “perdido su barriga” le faltaba una semana para los siete meses, traía mellizos. Ella amaneció acompañándola en el hospital. Yo seguí ese embarazo desde el comienzo.

 

Estaba interna en Radio Patrulla, en la Independencia. Llegó muy preocupada porque no tenía minutos para llamar al marido de la parturienta para que llevara una pastilla. Lo llamamos desde mi celular para resolver el problema.

 

Yo tuve la atención de llamar a Yocasta al otro día  para saber sobre la salud de su hija, ya que cuando tengo urgencia de hablar con Nana la llamo y le dejo algún recado.

Pero en estos días Nana ha estado durmiéndose en una silla, es que los acontecimientos en la Ciénaga no han sido tan placenteros y no ha dormido muy bien. Hubo un tiroteo a media noche y, según dijeron, habían matado a dos y los tiraron al río. Desde que ella llegaba a casa le preguntaba si habían subido los cadáveres, así dicen cuando lanzan al río, para saber si los conocíamos. Ayer por fin subió uno, pero no sabemos quién es.

 

Nuestro temor era que lo hubieran lanzado amarrados de un block de cemento para no dejar rastros. Con el paso de los días yo creía que el río los había arrastrado al mar, pero según su experiencia ellos suben siempre.

 

Vivir en la Ciénaga es difícil. Cada noche hay tiroteos, según comentan. Los jóvenes se pasean con pistola en mano y nadie se atreve a salir pasada las siete de la noche por temor a ser asaltados. Los negocios a esa hora ya cierran.

 

Hace unos meses una banda de otro barrio mató a Geraldo, el hijo de Yisel; ya nos esperábamos esa muerte pues estaba anunciada. Fue un ajuste de cuenta.

 

Cuando Nana llega mi primera pregunta es cómo va a estar el clima, es que Marina su vecina lo único que hace es escuchar los pronósticos del tiempo. No está joven y no puede salir ya que le cortaron un dedo de un pie y una vecina sin darse cuenta le dio un pisotón que le llevó un pedazo a otro, esto le impide hasta el moverse por la casa, pero está en compañía de dos perros que no dejan entrar a cualquier desaprensivo.

Cada tarde mi hijo la lleva a su casa, antes la dejaba en los escalones, de ahí tomaba un atajo directo a su casa, pero estos fueron desbaratados y quedó un barrancón; por ahí es difícil bajar, además de lo incómodo, hay un grupo de delincuentes que asaltan a todo el que pasa. En vista de eso tiene que llevarla hasta la puerta de su casa, pero también para llegar hasta allá se ha convertido en un problema porque, luego de los desalojos, están rompiendo las calles y el lodazal no permite el tránsito de los vehículos.

Todos los viernes su llegada no es temprano, es que tiene que cambiar “potes”. Esto es algo que me preocupa.

Un banco comercial tiene un programa de reciclaje. Cuando ella me decía que tenía que recoger potes para cambiar, no entendía. El asunto consiste en recoger plásticos, los acumulan en sacos, se montan en una yola para lo cual deben de hacer una fila de kilómetros, atraviesan el Ozama y sus sacos son cambiados por una funda de alimentos. Creo que traen arroz, habichuelas, aceite, sardinas, sal y no sé que más. Yo con solo pensar en atravesar ese río en yola, me dan escalofríos.

La realidad de la Ciénaga es esa. Es un mundo desconocido para todos nosotros. Cuando hay intercambios de disparos entre bandas, solo pienso en las películas sobre la mafia en que hay ajustes de cuentas.

Vivimos en una burbuja que no nos permite ver más allá de lo que nuestro ojos quieren ver.

Si en los sectores de clase alta y media alta la gente no quiere ni pararse en las puertas por temor a un asalto, en los barrios pobres la gente tiene terror a abrir sus puertas, porque el peligro les acecha a cada instante.

Conozco a toda esa gente, aunque no tengo rostros, ni voces.