“De seguro otro lo hará por mí”. Hace ya más de un siglo que Alexis de Tocqueville profetizó la tendencia más trágica a que los seres humanos se advendrían, al observar la democracia en Norteamérica, personas cada vez más individualistas, inmersos en sus quehaceres diarios, renunciarían ellos mismos a defender sus libertades, el pensador francés observando nuestra democracia concluyó como el individuo ensimismado terminaría cooptado en cada aspecto por el poder político, esto sería así porque pocos entienden que el precio a pagar por la libertad es su eterna vigilancia, la libertad no puede obtenerse más que a través de la acción diaria de los ciudadanos en la vida política y social y de la constante vigilancia y control de la acción de un Estado que se pretende eterno vigilante y protector, omnipotente y paternalista que considera a los ciudadanos súbditos en eterna infancia, la realidad es que las inclinaciones, bajas pasiones, intereses, miedos e inseguridades de la mayoría de ciudadanos que heredaron el modelo democrático, los conduce a creer que el Estado ejerce una función social que no le es propia ni conceptual ni empíricamente hablando, elevándolo al nivel de una deidad protectora que provee seguridad y bienes, portador de la divina providencia, a la vez que en la praxis es el que a través de una figura de dominio y en favor de esta, jerarquiza el trato privilegiado ante la ley; para los burócratas y legisladores, la libertad está siempre condicionada y subordinada a la voluntad política y económica del grupo al cual sirven incondicionalmente y no ponen al individuo en el centro de la discusión moral y política como demanda un Estado democrático y de derecho.

Es por ello que un indicador por excelencia para evaluar la calidad de la vida democrática de una sociedad es el grado de vigencia del autoritarismo, por lo que, en la medida en la que el poder sea más determinante, más pobres son las mediaciones simbólicas entre los sujetos en la vida pública, porque el poder no es solo una relación social, sino que también estructura la subjetividad de cada uno.

Por voluntad se entiende una especie de causalidad de los individuos racionales para actuar en su provecho y la libertad sería la propiedad de esta causalidad por la cual puede ser autosuficiente, independientemente de las causas externas que lo determinen, cómo por ejemplo la necesidad natural, los deseos vehementes, los miedos, los prejuicios, las tradiciones que ya no funcionan y de la imitación puramente reactiva, llegar al entendimiento de la voluntad libre, fue un logro de la humanidad, ya que lo contrario; el ser humano entendido como un ser irracional, irreflexivo, ególatra y sumergido en su naturaleza ociosa, cruda y salvaje, se caracterizaba por dejarse llevar por una necesidad natural que lo empujaba a actuar por el influjo de fuerzas externas a él mismo, ante la cual él se rendía y se confesaba débil de ante mano, y la realidad es que, aún hoy existe esa tendencia revestida de un egoísmo más o menos refinado, de dejarse arrastrar de vestigios gregarios de un orden social anterior y primitivo, del que primero fuimos bestias, que procuraban únicamente sobrevivir, luego esclavo y vasallo, que procuraba seguridad por mínima que esta fuera y uno que otro privilegio con la finalidad de sobrevivir, hasta que empezamos poco a pensar y a ver más allá de la necesidad y así crecer y considerarnos seres autónomos, no solo de la necesidad y el deseo, sino incluso de la naturaleza misma, así el ser humano deslumbrado por las luces se rebela contra la naturaleza y la domina, otros dijeron que no podía volar y voló, que el agua solo podía caer y fluir, y el hombre la impulsó hacia arriba, recorrer grandes distancias que humanamente serían imposibles sin invertir mucho tiempo, y las recorrió en tiempo récord y así un sinnúmero de logros en materia de salud, tecnologías y economía, abrieron las puertas del progreso, ofreciendo a las futuras generaciones facilidades e invenciones que se han constituido en una arma de doble filo; porque el hombre aprendió a dominar la naturaleza antes que así mismo, haciendo de nuestra humanidad una condicionada por las inclinaciones más bajas, como diría Pío Barroja; “el hombre: un milímetro por encima del mono cuando no es un centímetro por debajo del cerdo”.

La resistencia a reconocer y respetar derechos fundamentales del otro es una realidad en la región, los ciudadanos solo conocen la democracia que es útil a los fines políticos de un partido, aquella que los habilita para votar cada cierto tiempo, pero no aquella que garantiza la expansión de la personalidad individual y que reposa en los derechos humanos. Hoy que el individuo se encuentra más inmerso en su día a día y absorto en sus placeres y problemas, es cuando también se encuentra atrapado en una doble trampa, la que estructura la desigualdad y la baja productividad, y la cual se configuró con su autorización pasiva, por permanecer ajeno a la realidad y disperso por sus quehaceres. Hoy somos menos libres, menos productivos, menos civilizados, pero más violentos, ya que la batalla constante e interna que libramos la hemos extendido al otro, al ordenamiento social y político, unos a otros se niegan los derechos que requieren del reconocimiento de los demás para alcanzar plenitud, alcance y futuro, pero que en un principio no dependen del Otro para surgir y exigirse hoy.

El individuo es anterior a la sociedad y la sociedad es anterior al Estado, el ordenamiento social se evidencia en las leyes y en ellas se expresa qué tan libres son sus ciudadanos, o la calidad de súbditos que mantienen, hoy que por asuntos de pandemia o por intereses políticos y económicos se ven avasalladas las libertades de los demás, es común ver como son los ‘Otros’ que justifican tal atropello en nombre de un bienestar colectivo ilusorio, que no es real, las condiciones de desigualdad que han prevalecido en nombre de la justicia social no han disminuido ni se han mantenido estables durante los últimos 25 años, más bien destacan por lo vulnerables e inestables que son los progresos de las políticas públicas que proponen los políticos, hoy vemos cómo son otros los que culpabilizan a los demás desde la propagación de un virus que contagia con una facilidad pasmosa, hasta del suicidio de otra persona, la pobreza y las condiciones de indignidad que propicia la desigualdad social que genera, el cambio climático, etc., pero nadie se detiene a pensar, ¿qué tanto poder he cedido yo?, ¿Qué tan grande puede ser la debilidad de mi carácter que me conduce a pensar que otro está revestido de una superioridad moral para imponerse por sobre mis derechos que son tan legítimos y sagrados como los de otros?

Lo curioso es que bajo esta tendencia sectaria de los apologetas de la igualdad y la justicia social nadie se encarga de nada, se erigen los burócratas como quienes con poder específico no se ocupan finalmente garantizaran el bienestar y la eficiencia, sino que más bien regularan y controlaran los excesos de los ciudadanos egoístas, bajo esta loa a la igualdad y la justicia social  se han permitido coartar derechos fundamentales y promover diversos discursos reaccionarios en respuesta a su falta de respuesta a las demandas sociales, como resultado, la desigualdad es estructural y lleva justamente el mismo tiempo que el preconizado discurso de la igualdad y la justicia social dirigiendo el paradigma del siglo XX y XXI sin proveer su solución, la democracia es un instrumento en manos de políticos corruptos y empresarios políticos que gobiernan en función de sus intereses en nombre de la justicia social o distributiva que es como se conoce desde sus inicios; lo que había encontrado Tocqueville en Norteamérica, aquí se vive hoy, “el pueblo menosprecia la autoridad, pero le teme, y el miedo logra de él más de lo que proporcionaban de antaño el respeto y el amor. Se han destruido las existencias individuales que pudieran luchar separadamente contra la tiranía; pero veo el gobierno que el solo hereda todas las prerrogativas arrancadas a las familias, a las corporaciones o a los hombres. La fuerza, a veces opresora, pero más frecuentemente conservadora, de un pequeño número de ciudadanos ha sido relevada por la debilidad de todos.”

La distancia de las fortunas que antes separaba a los ricos de los pobres ha disminuido progresivamente, pero con su cercanía irónicamente, parecen surgir razones para odiarse mutuamente y lanzarse improperios llenos de odios y envidias para repelerse en su lucha por el poder, lastimosamente para el uno y para el otro, la idea de los derechos ya no existe, y la fuerza les parece a ambos grupos, la única razón del presente y la única garantía para el porvenir.

La sociedad está paralizada porque el hecho de cada individuo no reconozca su valor personal, implica a su vez que precisa del reconocimiento y valoración de otro que seguramente está en la misma condición, porque el individuo siendo análogamente débil sentirá igual necesidad de sus semejantes y sabiendo que no puede obtener el apoyo sino es a condición de prestar su débil voluntad en conjunto, confundirá el esfuerzo que hace por su interés personal con el interés general, de manera tal que llamarán bien común a sus inclinaciones y bajas pasiones y en representación de un partido político impondrán sus injustas apetencias y les llamarán justicia.