El funcionamiento normal del sistema capitalista conduce de manera periódica a crisis. Crisis de super producción y crisis de oferta, entre otras. Pero hay crisis que son producidas por el capitalismo de pillos, de ejecutivos sin ninguna ética profesional, quienes, desde sus puestos directivos, hacen “ingeniería financiera”, para ganar aún más dinero del que acumulan a raudales.

El capitalismo implica un ethos, de siempre más. Y esto ha conducido al estado actual de concentración de la riqueza en una minoría, cada vez, más minoritaria. Donde un porcentaje inferior al 1% de la población mundial acumula más del 46 de la riqueza y el patrimonio. El Banco Mundial señala que estamos ante el mayor incremento en la desigualdad y la pobreza (entre países), desde la Segunda Guerra Mundial.

En 2008 se produjo la gran crisis financiera del siglo XXI cuando Lehman Brothers, un banco de inversión que negociaba con activos financieros, había comprado numerosas hipotecas subprime, es decir, hipotecas basura, que se daban a personas insolventes con el fin de ganar comisiones. El banco se declaró en quiebra. Eso arrastró la quiebra de otros bancos, porque el sistema de subprime se había estandarizado como una manera “posmoderna” de hacer negocios.

Obama gestionó esas crisis sin ningún espíritu ni voluntad progresista. Al contrario, nombró para gestionar la crisis de 2008 en la FED, a las mismas personas que con su falta de vigilancia y supervisión, propiciaron dicha situación. Obama puso a los zorros a cargo del gallinero.

Otros economistas con ideas diferentes como Stiglitz -que han estado ligados al Partido Demócrata-, no se les tuvo en cuenta. Algo típico. Los supuestos liberales confían más en los economistas conservadores que en los considerados heterodoxos. Por ello, se ha dicho, que el sistema político de EE.UU.  es de partido único, con dos alas, los Republicanos y los Demócratas. Ambos con el mismo objetivo, mantener el statu quo y la vigencia del establishment.

Hay que decirlo sin tapujos, en esta crisis bancaria Joe Biden ha dado un discurso que a mi me parece correcto. Afirma que el Estado va a asegurar los depósitos de los ahorradores hasta un monto de 250 mil dólares. Sin embargo, los accionistas no recibirán ninguna restitución porque el mecanismo del sistema capitalista consiste en que se invierte para tener ganancias pero si el negocio va mal o fracasa, los inversores no tienen por qué ser compensados.

Es un discurso que se atiene a la esencia del liberalismo económico de Adam Smith y David Ricardo. La ganancia del capitalista, del inversor, se justifica porque se arriesga en abrir nuevos mercados, producir nuevos productos, hacer formas nuevas o antiguas de negocios. El capitalismo de los “sinvergüenzas”, de los delincuentes de “cuello blanco”. Se basa en medrar con los bienes públicos para “privatizarlos” a su favor o en engatusar a los pequeños y medianos inversores.

En 2008 los bancos rescatados por las subprimes una vez fueron reflotados con dinero público, sus ejecutivos tuvieron el descaro de auto otorgarse primas millonarias y “acciones de oro”. Dando muestra evidente de su desmedido afán de lucro. Fueron indiferentes al malestar que sus acciones habían producido.

Biden, reitero, ha reaccionado bien ante esta crisis (pueden leerse mis artículos sobre él antes de ser elegido presidente en este diario, para ver mis observaciones críticas sobre su accionar político). Ha pedido al Congreso más poderes para castigar a los responsables de la caída de las entidades financieras.

Solicita también una ley que refuerce las competencias de la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (por sus siglas en inglés FDIC), que tiene como función actuar como un fondo de garantía de depósitos y que debe encargarse de intervenir los bancos con problemas.

La Casa Blanca ha difundido un comunicado en el que afirma que cuando los bancos quiebran por una mala gestión, por asumir riesgos excesivos, debe poder imponérseles sanciones civiles y prohibir a sus ejecutivos “volver a trabajar en el sector bancario”.

Biden pide que el Congreso de más poder a los supervisores (la FDIC y la SEC-Comisión de Valores). Se trata de permitir que se puedan recuperar las retribuciones, incluidas las ganancias por venta de acciones, de los ejecutivos de los bancos en quiebra.

El Consejero delegado   del Silicon Valley Bank, días antes de la quiebra y de que el banco fuera intervenido, vendió tres millones de dólares de sus acciones. Esa práctica inmoral, gansteril, es a la que el presidente Biden quiere poner coto. También quiere impedir que este tipo de ejecutivos puedan seguir ejerciendo funciones en el sector bancario.

A los responsables de la quiebra de un banco no se les debe permitir estar en los consejos de administración de otros bancos ni dirigirlos. Para Biden la FDIC debe poner multas a los ejecutivos del sector financiero que realicen prácticas negligentes.

Una vez más se comprueba como el capitalismo sin regulaciones, sin controles, sin sanciones, dejado a su libre actuación, produce más mal que bien a los ciudadanos de a pie. El capitalismo es como un potro salvaje que hace lo que le venga en ganas, en su caso, buscar ganancias sin ningún control ético, sin más meta que el beneficio individual.

Por ello, el único capitalismo que funciona de manera más o menos civilizada es aquél en que el Estado ejerce una férrea vigilancia de sus actuaciones y tiene los mecanismos regulatorios y sancionadores actuando para combatir a la banda de delincuentes que ejercen de empresarios o ejecutivos, sin importarles un comino la función social que toda empresa debe cumplir. Para lo cual no hay que remontarse a Marx sino atenerse a lo señalado en las encíclicas papales.