Una visión trascendente y certera primó al elegir, como pieza central, el Concierto en Re mayor, Op.35 para Violín y Orquesta del compositor Peter I. Tchaikovsky; porque nos permitió disfrutar de la violinista Aisha Syed en el máximo esplendor de ese virtuosismo técnico, ampliamente reconocido por expertos y aplaudido por exigentes diletantes en principalísimos escenarios del mundo. Orondos, sus compueblanos, fuimos testigos de su brillante ejecución de una de las composiciones más difíciles para violín. Su grado de dificulta es tal que muchos maestros la han evitado sin sonrojarse desde su estreno en 1878.
La presencia de Aisha lucía agigantada por el encanto de su interpretación, suma tanto de la digitación precisa de sus dedos sobre el diapasón, como del embriagante movimiento en olas de su brazo y manos extendidas en el arco, definiendo, al frotar las cuerdas, notas largas, moderadas y otras cortísimas que jamás distorsionaban ni perdían gracia melódica. Mientras, el maestro José Antonio Molina, haciendo gala de un derroche de memoria y destrezas inigualables, sin necesidad de partitura ejerció un control armónico total, sincronizando y enfatizando con gestualidad notable, las intervenciones de los diversos instrumentos de cuerda, metal, viento y percusión. Mas que en cada compás, en cada nota, acompañó con su diestra batuta, sus dedos y el rostro, cual devoto caballero, a la solista en la conquista de los tonos y matices de esta singular obra de Tchaikosvsky.
La clausura no pudo ser más espectacular y emotiva. Combinando los talentos de compositor y director, el maestro Molina nos presentó su Fantasía Merengue. En esta obra, el genial músico ofreció un generoso homenaje a la música popular dominicana. Con intuición, conocimiento de nuestra tradición merenguera y su refinada formación en armonía y composición clásicas, recreó, en un entrañable mosaico sonoro, diversas melodías y variantes rítmicas identitarias, integrándolas con destreza en un discurso musical sinfónico universal. Tal es la singularidad y belleza de la composición que fue grabada por la Orquesta Sinfónica de Londres.
De ensoñación, ciertamente, fue este concierto de oboes, clarinete, trompetas, saxofones, violines y cellos, de los xilófonos de metal y madera, y de los demás instrumentos de la Orquesta Sinfónica integrados en pleno, para delinear mediante arpegios de notas largas y lentas, más propias de sonatas que del travieso, provocativo y brillante ritmo que impregna nuestra piel. Paulatinamente, un aliento épico como el de las grandes bandas sonoras de las producciones hollywodenses, fue llenando todo el salón. Luego, tras una descarga de metales, empezamos a escuchar y sentir la resonancia de los tambores de nuestra africanidad. Llegamos al éxtasis con las seductoras notas sincréticas de Papá Bocó, con la provocación metálica del pambiche lento de Los algodones, con la picardía histriónica La Maricutana.
Entre cada descarga de alegre fantasía, surgían transiciones en las que la batuta del compositor y director parecía dibujar en el aire secuencias de notas que se resistían al silencio. En fin, melodías sencillas, sublimadas con toques armónicos y alteraciones complementaria, enaltecidas mediante la desaceleración de compases, para estallar en matizaciones inesperadas en las cuales las características escalas mayores, usuales del merengue, parecían derivar hasta llenarse de la plasticidad lúdica y añoranza de los tonos menores.
Un espléndido programa concebido con inteligencia, evidente en la selección de piezas basadas en la tradición musical vernácula y la presencia de figuras como Santy Rodríguez y Aisha Syed, oriundos de estos lares. Se cumplió a cabalidad el propósito de Orquesta Sinfónica Nacional de seducir a los cibaeños con la calidad cercana del concierto y la promesa de que, en el 2023, nos visitará con la primavera. Exhortamos a que, desde ya, Ministerio de Cultura, Fundación Sinfonía, Centro León, Banco Popular Dominicano y los demás auspiciadores, incluyan en sus respectivos presupuestos esta apuesta a lo mejor de lo que somos.