El asesinato de Orlando Jorge Mera ha provocado en todos los dominicanos un torbellino de emociones: estupor, pena, ira, desesperanza… Ha provocado el estupor causado por el envilecimiento que caracteriza a un número cada vez mayor de nuestros compatriotas, un envilecimiento que se manifiesta en la adicción a las drogas y a los juegos de azar, en un afán de lucro no acompañado por la paciencia y el amor por el trabajo duro. Ha provocado la pena de ver segada la vida de un hombre bueno, de un padre, de un esposo. Ha provocado la ira de asistir a una muestra más de la devaluación que  experimenta en nuestro país la vida humana. Ha provocado, en fin, la desesperanza de ser testigos de la desaparición de un político comprometido con el porvenir de nuestra nación, de un político que formaba parte de una minoría que se achica alarmantemente.

Esta resaca moral, sin embargo, acabará por desaparecer. Todos debemos ir, como dijo el malogrado poeta español Miguel Hernández, de nuestros corazones a nuestros asuntos. En consecuencia, nuestros sentimientos no bastan para honrar la memoria de Orlando Jorge Mera. Su absurda muerte nos obliga a reflexionar, pero no solo eso. Su absurda muerte nos obliga también a emprender acciones, porque la reflexión sin acciones es un ejercicio completamente estéril.

¿Quiénes deben tomar acciones? Todos los dominicanos. El presidente de la República. Los miembros de su gabinete. Los policías y los militares. Los legisladores. La población en general.

¿Qué decisiones deben tomarse? A mi juicio, las siguientes:

El presidente debería ordenar – si es que no existen ya – la instalación de detectores de metales en las oficinas públicas. Es inconcebible que un individuo pueda entrar en un ministerio como Pedro por su casa.

El ministro de Interior y Policía debería ordenar un estudio sobre la situación actual de las armas de fuego en nuestro país. Determinar cuántas existen. Cuántas son tenidas o portadas sin el permiso necesario. Debería ordenar, además, redadas, chequeos aleatorios e incautaciones definitivas de las armas de aquellos que no respeten la legislación correspondiente.

Y hablando de legislación, en lugar de crear leyes inútiles, los congresistas deberían revisar la ley sobre porte y tenencia de armas. Deberían restringir, dificultar el acceso a las mismas. Condicionar el otorgamiento de las licencias a un examen psicológico anual de aquellos dominicanos que pretendan adquirir un nuevo permiso o renovar uno existente. Deberían desalentar la adquisición de armas de fuego aumentando significativamente el costo de los exámenes antes mencionados y los de las licencias correspondientes.

Pero no solo eso. Los legisladores deberían modificar las leyes relativas a los juegos de azar. Votar el aumento de los impuestos que los gravan. Votar el registro de individuos que son víctimas de la adicción a los juegos de azar y la prohibición del acceso de los mismos a bancas y casinos.

Una vez aprobadas estas leyes, los policías e incluso los militares tendrían las bases legales para la regularización, para la disminución del porte de armas de fuego en los lugares públicos.

Finalmente, los dominicanos todos debemos exigir la implementación de estas medidas. La devaluación de la vida humana en nuestro país de la que he hablado no se limita al asesinato de ministros ni al de legisladores. Recordemos que un simple accidente de tránsito, que el robo de un simple celular o de algunos pesos mohosos puede costarle la vida a cualquiera.

Si nos limitamos a expresar nuestras omisiones, si nos limitamos incluso a opinar y reflexionar, si nos abstenemos, en fin, de tomar y exigir medidas, Orlando Jorge Mera, los que fueron asesinados antes y los que serán asesinados después, habrán muerto en vano.