Este artículo se publicó originalmente en la revista Global No99, página 34-46.

«El dinero es un gran sirviente, pero un mal maestro».

Francis Bacon

Las monedas digitales son una gran innovación tecnológica que ha transformado la forma como concebimos y usamos el dinero. Actualmente existen miles que han surgido posteriormente al nacimiento del bitcoin en el 2009[1], ideado como una opción de dinero electrónico descentralizado cuyas transacciones fuesen rápidas, seguras y sin intermediarios.

El bitcoin emergió cuando se manifestaban las funestas consecuencias de la crisis financiera del 2007-2008, que conllevó grandes quiebras bancarias y fuertes caídas del mercado de valores, generando una enorme contracción y un alto desempleo, mientras pulverizaba una gran cantidad de ahorros e inversiones, significando también problemas de liquidez y confianza del sistema financiero en su conjunto.

Además, los rescates bancarios con fondos públicos, y sin consecuencias para los responsables, produjeron gran indignación y reforzaron las posiciones antisistema de los grupos iniciales del Bitcoin, que proponían un circuito monetario independiente de las grandes instituciones financieras y las gigantes tecnológicas del Internet (BigTechs).

Esos grupos entendían que las personas solo se expresan claramente cuando sienten protegidas sus identidades y que la criptografía creaba la oportunidad de comunicarse libremente y realizar transferencias de forma anónima. Desconfiaban del sistema financiero y creían que cuando se conocen las transacciones económicas de una persona, se sabe todo sobre ella. Consideraban que Internet se había convertido en un gran supermercado y «quien controla el comercio controla la libertad».

Pero ellos no fueron los únicos entusiastas iniciales con un sistema de dinero independiente y descentralizado, sino también algunas personalidades de un litoral político e ideológico distinto, como el neoliberal, que promueve una sociedad con predominio de las iniciativas privadas y con un Estado pequeño y poco interventor. De ahí el respaldo del «Tea Party» y de varios políticos del Partido Republicano.

También se interesaron sectores involucrados en el blanqueo de dinero y en el tráfico de armas, drogas y pornografía infantil, al entenderlo como una opción de pagos anónimos y sin intermediarios. Las revelaciones del exempleado de la CIA Edward Snowden sobre el programa de espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA), evidenciaron el nivel de intervención en las comunicaciones y la vida privada, exacerbando más a los ciberpunks y ciberanarquistas.

Aunque para algunos el bitcoin continúa siendo un símbolo anti-establishment, lo cierto es que el proyecto que inicialmente fue concebido para comunidades libertarias horizontales ha sido conquistado por la lógica del sistema, convirtiendo las criptomonedas en un activo financiero especulativo, en lugar de un mecanismo de transacciones entre iguales. Un proceso motorizado por la codicia y el afán de enriquecimiento rápido, potencializado por la posibilidad de adquirir algo a un precio muy bajo, que posteriormente se irá apreciando hasta alcanzar las nubes; como ocurrió con quienes compraron bitcoins a 10 centavos de dólar para luego venderlos a decenas de miles.

Con las criptomonedas sucedió algo similar a Internet, contemplado inicialmente como un espacio alternativo de interacción dialógica, que luego fue capturado por el sistema, convirtiéndolo en uno de los mayores instrumentos de control, domesticación y producción estandarizada de seres humanos, así como en una importante fuente de adicción, adormecimiento y promoción de la pasividad política y la fragmentación social. El poder permite las iniciativas contestatarias en el territorio virtual de la Red, donde puede monitorearlas y vigilarlas fácilmente en una especie de panóptico digital. Todo sucediendo bajo un ejercicio ilusorio de libertad y esfuerzo alternativo, de baja eficacia y escaso poder transformador.

Una particularidad del bitcoin es la de ser simultáneamente una moneda digital (bitcoin) y una red de transacciones (Bitcoin). La moneda es dinero programable; y la red, un conjunto descentralizado de ordenadores articulados bajo la tecnología Blockchain (Cadena de Bloques), operando en el entorno virtual de Internet y constituyendo ambos un innovador tándem tecnológico.

La Blockchain es una base de datos pública transaccional que permite el intercambio de archivos encriptados a partir de conexiones directa en una red P2P (peer to peer o de igual a igual). Distinto a sistemas centralizados como las tarjetas de créditos y la plataforma PayPal, funciona como un libro de contabilidad descentralizado, que registra la propiedad de cada bitcoin y las transacciones en tiempo real y en todos los dispositivos conectados.

El sistema establece el origen y destino de cada operación, haciendo que cada archivo sea único y rastreable, evitando copias y alteraciones. La creación de nuevos bitcoins y la validación de las transacciones corresponde a los llamados «mineros», que pueden ser cualquier persona con equipos especializados, compitiendo por verificar la integridad de las transacciones y su consistencia con las validaciones anteriores. Para garantizar la minería se entrega una recompensa de nuevos bitcoins a quien haga la verificación primero, lo que es inmediatamente confirmado por el resto. El protocolo del sistema establece que la recompensa es decreciente en el tiempo.

La Blockchain es adecuada para monedas digitales dados sus altos niveles de seguridad que la hacen prácticamente inviolable, por lo que no se ha jaqueado hasta el momento. Se estima que la potencia de cálculo de la red Bitcoin es superior a la suma de las 500 mayores supercomputadoras combinadas[2], y que su seguridad es tan robusta que para afectar un sector importante se requeriría una potencia computacional similar a la de Google.

Asimismo, es prácticamente imposible falsificar un bitcoin. Las sustracciones y fraudes ocurren por acciones que no involucran a la red o a la moneda, como el robo de contraseñas en dispositivos y carteras digitales, la compra de criptomonedas en falsos brokers y el manejo fraudulento de las exchanges, que son las firmas que ofrecen plataformas para compra, venta y almacenamiento de criptomonedas, así como para su seguridad y manejo, existiendo actualmente unas 240[3]. Las exchanges tienden a funcionar desde paraísos fiscales donde se alejan del control y las regulaciones financieras, y donde no existen muchos requisitos de transparencia ni exigencias de auditorías periódicas.

La abstracción y desmaterialización del dinero

Desde los primeros intercambios de productos en los albores de la humanidad, se ha experimentado un proceso de agilización y simplificación de las transacciones basado en la utilización de medios de cambio con las mayores características posibles de homogeneidad, portabilidad y aceptación generalizada.

Lo que llamamos dinero pasó de ser inicialmente un producto de satisfacción de necesidades básicas (un artículo de consumo), para convertirse en bienes con valor intrínseco, pero no consumible (monedas fundidas con metales preciosos), transformándose luego en objetos representativos de esos bienes (papeletas bajo el patrón oro), constituyendo un viaje desde lo concreto hacia lo abstracto. En las últimas décadas, producto de la aceleración de las dinámicas humanas y del desarrollo tecnológico, el dinero se ha hecho más líquido y etéreo (Bauman), al pasar desde el soporte físico de las monedas y las papeletas al de la existencia virtual en ordenadores y dispositivos electrónicos, acelerando su desmaterialización progresiva.

Los primeros intercambios humanos de productos eran directos y buscaban satisfacer necesidades mutuas. De esa forma surgió el trueque, como una modalidad arcaica donde cada producto era al mismo tiempo medio de pago y mercancía, constituyendo la forma más concreta y básica de dinero. Para agilizar esas operaciones crecientes y variadas, se empezó a utilizar, como un artículo común en las transacciones, un producto relativamente escaso e intrínsecamente valioso como la sal, la pimienta, el té, el arroz o el cobre, entre otros. Con esas operaciones inició el llamado «dinero mercancía», un producto homogéneo y de uso universal que contiene simultáneamente valor de uso y valor de cambio, por lo que también es llamado «dinero real».

Esos productos poseían parte de las funciones actuales del dinero, ya que operaban como medio de pago, gozaban de una aceptación generalizada y servían como medida de valor. Por ejemplo: un determinado volumen de carne de ganado podía adquirirse pagando el «precio» de unos 30 granos de sal de tamaño medio. Posteriormente, autoridades de determinados territorios acuñaron o fundieron monedas en metales escasos y apreciados, como el oro y la plata. El valor de las monedas dependía de la proporción de esos metales «nobles» o «preciosos» y los precios se establecían en función de la oferta y la demanda.

Las primeras monedas fueron acuñadas por autoridades de China y Constantinopla y tenían un valor universal para sus territorios, vinculando desde muy temprano el dinero con el poder político. Tiempo después apareció el papel moneda en países occidentales, a partir de la aceptación de los recibos o pagarés que se entregaban como comprobantes de los depósitos en oro que se hacían en bancos o instituciones de cambistas reconocidos. Pero, por su fácil portabilidad y ligereza, se empezaron a utilizar en transacciones de compra y venta donde todas las partes aceptaban la cantidad de oro que especificaban.

La aceptación se basaba en la confianza de que alguien de buena reputación, como los Médicis en su momento, entregaría el oro indicado en el papel a quien lo reclamara presentando el comprobante entregado. De esta forma inician los medios de pago sin un valor intrínseco más allá de la confianza, acrecentando la dimensión abstracta del dinero y ampliando el campo de posibilidades de intercambios.

Más adelante se asignó a instituciones oficiales la responsabilidad de imprimir papel moneda garantizado por reservas en oro en bóvedas estatales, en una relación de valor que se denominó «patrón oro». Bajo este esquema, cada billete estaba respaldado por el peso en oro correspondiente al monto de su denominación, intensificando notablemente las transacciones y el comercio.

Luego, en el verano de 1944 y finalizando la Segunda Guerra Mundial, que devastó las grandes economías europeas y catapultó a Estados Unidos como la mayor potencia del planeta, se reunieron los principales países occidentales en Bretton Woods (New Hampshire, Estados Unidos), durante la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, para establecer las reglas del nuevo orden económico internacional, el cual descansaría en un sistema monetario basado en el dólar estadounidense. A partir de ese momento, muchos países decidieron adoptar el dólar como respaldo de sus monedas, inaugurando el sistema del patrón dólar. Simultáneamente, Estados Unidos se comprometió a mantener la onza de oro a US$35 y al intercambio sin límites entre dólares y oro.

En los años subsecuentes la onza de oro mantuvo el valor acordado, y los bancos centrales podían entregar dólares a la Reserva Federal de los Estados Unidos a cambio de su equivalente en oro. Pero el 15 de agosto de 1971 el presidente Richard Nixon anunció en un discurso televisado que Estados Unidos no garantizaría «temporalmente» el respaldo en oro de su moneda, con lo que implícitamente otorgaba libertad a la Reserva Federal y a los bancos centrales de todo el mundo a imprimir dinero sin sustento, sometiéndolo a las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Acontecimiento que se conoce como el «Nixon Shock».

De esa forma nació el dinero inorgánico o fiduciario, creado por cada país a través de instituciones con esa responsabilidad. Es un dinero de aceptación universal en un determinado territorio, cuya confianza descansa en ser aceptable, reutilizable y de uso obligatorio por mandatos de las autoridades centrales a partir de una ordenanza legal (dinero fiat). Al no contar el dinero con un bien de respaldo, se hizo todavía más abstracto; siendo así las monedas actuales: dólar estadounidense, euro, yuan, libra esterlina, yen, rublo, real brasileño y peso dominicano, entre otras. Una masa monetaria gigante sin oro disponible para respaldarla.

Posteriormente, surgió el dinero virtual con la creación de los registros contables bancarios de operaciones de ahorro y préstamo, lo que se llama «el multiplicador monetario», que se activa cuando los bancos reproducen el dinero que reciben como ahorro otorgándolo como préstamo y manteniendo una pequeña parte en sus bóvedas como encaje legal. Entonces, el ahorrante dispone de los recursos depositados; el banco, del encaje, y quienes toman prestado, de la diferencia entre los dos anteriores.

Cuando el prestatario gasta el dinero entregado, los vendedores lo depositan en bancos, iniciando otro proceso similar al previo, el cual continúa subsecuentemente a partir de montos menores producto del encaje obligatorio que se retiene en cada operación. De esa forma el dinero se multiplica varias veces a una tasa decreciente hasta agotar el proceso. En el caso de Inglaterra, por ejemplo, se estima que más del 90% del dinero existente son números en sistemas informáticos. Las tarjetas de crédito, también llamadas «dinero plástico», son una forma de pago sin presencia de efectivo, lo que acrecienta la desmaterialización del dinero.

Irrupción y desarrollo de las criptomonedas

El paso más reciente del dinero en su trayecto hacia lo intangible lo constituye el advenimiento de las criptomonedas, acuñadas electrónicamente a partir de procedimientos de cifrado criptográfico que garantizan la seguridad de las transacciones y el derecho de propiedad. La primera criptomoneda fue el bitcoin, lanzada en Internet en enero del 2009 junto a la red Bitcoin, desarrollada en tecnología Blockchain. Previamente hubo algunas iniciativas de dinero virtual que no progresaron lo suficiente.

El bitcoin surgió como una nueva forma de dinero, una moneda independiente y descentralizada, no perteneciente a ninguna institución o persona y con capacidad de ser transferible entre dos direcciones o usuarios (peer to peer). Cada usuario dispone de una dirección pública para recibir monedas y de otra privada para pagar, transferir o retirar, ambas en código QR.

Nadie puede emitir bitcoins. El sistema utiliza la encriptación para la creación de nuevas unidades y tiene una limitación cuantitativa de 21 millones, una escasez programada con un algoritmo de diseño que reduce la producción a la mitad cada cuatro años, estimándose que se alcance el total a mediados del siglo XXII. La existencia limitada y el término «minería» se corresponde con la idea de que el bitcoin es «oro digital». Un objeto de valor en una mina cuya cantidad disminuye mientras mayor sea su extracción.

El Bitcoin es una creación brillante, ingeniosa y revolucionaria, una obra de arte de ingeniería de sistemas que Bill Gates calificó como «una hazaña tecnológica». Se concibió originalmente con criterios de funcionamiento horizontal, participativo y democrático, a partir de un protocolo de código abierto que cualquiera puede trabajar, pero no controlar, pudiendo añadir desarrollos y nuevos productos que mejoren su funcionamiento y seguridad. Su diseño y lanzamiento se atribuye a la figura mítica de Satoshi Nakamoto, nombre que parece ser el seudónimo de uno o más responsables del proyecto, bajo cuya titularidad se registró el dominio Bitcoin.org en agosto del 2008, y quien, en octubre de ese mismo año, publicó el famoso artículo «Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico de usuario-a-usuario», conocido como el «White paper», donde se describe la moneda virtual[4].

En enero del 2009, Nakamoto «minó» los primeros bitcoins y en octubre de ese año se efectuó la primera compra de bitcoins con dólares estadounidenses, poniendo en funcionamiento el primer concepto operativo de dinero digital. En el 2010 Satoshi Nakamoto transfirió responsabilidades al desarrollador bitcoiner, Garvin Andresen, para luego desaparecer sin dejar rastros.

Con el bitcoin se solucionó satisfactoriamente la piedra angular del «doble gasto» (doublespending), un tema fundamental entre los ciberpunks que no se había resuelto en intentos anteriores. El asunto consistía en desarrollar una moneda digital cuyas unidades no pudiesen copiarse y reutilizarse, funcionando como un billete físico que siempre es único, aunque pase de mano en mano. La criptografía fue la solución al doble gasto, permitiendo que surgiera la moneda digital o el dinero criptográfico. Cuando se paga o transfiere un bitcoin, sale del comprador o remitente con una instrucción para la red de que cambió de dueño. No se envía una copia de una unidad monetaria electrónica, sino un objeto digital único y no replicable.

A partir del bitcoin se han creado numerosas monedas digitales de características muy variadas, algunas con un centro responsable y otras descentralizadas, como el bitcoin. A finales del 2022 existían más de 9,000[5], que alcanzaban un valor de mercado (MarketValue) cercano a US$850,000 millones, un monto cercano al producto interno bruto (PIB) de Holanda, la decimonovena economía mundial, y unas diez veces el de la República Dominicana[6].

En términos generales, las criptomonedas carecen de regulación y sus operaciones solo están regidas por los algoritmos de sus sistemas informáticos. Al igual que el dinero fiduciario, la gran mayoría no están respaldadas por ningún activo de valor más allá de la confianza. Entre las criptomonedas también existen las llamadas stablecoins (monedas estables), que buscan reducir o eliminar los riesgos provenientes de la falta de respaldo y de la gran volatilidad del mercado. Se dividen en dos tipos. Por un lado, las que tienen sustento en un activo de valor como el dólar o el oro, adoptando el precio del activo para la moneda digital y produciendo un «anclaje» y movimiento paralelo. Por otro, las que no tienen respaldo ni vinculación a ningún bien físico y cuya estabilidad se garantiza mediante algoritmos que evitan grandes fluctuaciones.

A pesar de que las criptomonedas pueden funcionar como un medio rápido y económico para pagos y transferencias, se usan principalmente como activos especulativos de renta variable que se negocian en mercados financieros que han emergido con ellas, no teniendo utilidad social para la economía real. La posibilidad de multiplicar el dinero con una rapidez inusitada, a pesar de las caídas eventuales, es el factor que mejor explica su atractivo y expansión. Las criptomonedas han fracasado como medio de pago y han triunfado como instrumento de inversión, ya que la inmensa mayoría de adquisiciones se destina a inversión a mediano y largo plazo (reserva patrimonial), por una parte y, por otra, a transacciones (trading) a corto plazo. Los traders realizan operaciones de compra y venta de criptomonedas en plataformas especializadas mediante dispositivos conectados a Internet.

Al trabajar con un activo digital con escasa interacción con el entorno y la economía real, se dispone de pocas variables para determinar sus posibles fluctuaciones, por lo que las decisiones de trading se convierten en una especie de apuesta para muchos y, para otros, en la elección de opciones de posibles comportamientos determinados por modelos abstractos y series matemáticas como las de Fibonacci. El trading largo apuesta a aumentos de precios en el mediano y el largo plazo; mientras el corto y muy corto, a subidas o bajadas en horas o pocos días, pudiendo ganar siempre que se apueste en la dirección y magnitud del cambio ocurrido, y dentro del plazo aproximado en que se produzca.

Situación actual de las criptomonedas

Las monedas digitales han tenido un desarrollo muy acelerado si partimos de la cantidad existente, del total de usuarios, de la magnitud de los recursos invertidos y de los nuevos actores que han emergido en su entorno, constituyendo un verdadero ecosistema particular.

Hoy día el sector ha sido conquistado por una nueva plutocracia financiera, distorsionando su propósito original al convertirse en un mecanismo de acumulación de riqueza de unos pocos. También tiene muy mala fama, producto de los escándalos y la desconfianza por la alta volatilidad de los precios, lo que se ha agudizado con las quiebras de los últimos meses, debidas, fundamentalmente, a deficiencias de regulación y controles internos.

Durante el pasado mes de noviembre se declararon en bancarrota dos grandes exchanges: FTX y BlockFi. FTX era la tercera luego de Binance y Coinbase, con más de un millón de usuarios y con una valoración superior a US$30,000 millones, afectando todo el ecosistema. La falta de controles internos y la ausencia de supervisión son responsables de que FTX llegara a tan grandes niveles de insolvencia. El liquidador seleccionado, John J. Ray III, un experto en quiebras, declaró que en sus 40 años de carrera nunca había visto «un fallo tan completo de los controles corporativos y una ausencia tan grande de información financiera fiable», añadiendo que era una situación sin precedentes, donde la integridad de los sistemas estaba comprometida y el control se encontraba en manos de un pequeño grupo de personas inexpertas y poco sofisticadas.

A los pocos días, BlockFi y sus ocho filiales también se declararon en bancarrota, acogiéndose al Capítulo 11 de la Ley de Quiebras y dejando atrapada una gran suma de dinero de sus usuarios. Su valoración es de cerca de US$3,000 millones y a finales del 2021 tenía uno 250,000 usuarios.

Además de las exchanges mencionadas, otras que quebraron en el 2022 fueron Celsius y Terra, así como el fondo de inversión Three Arrows Capital. Las quiebras no implican necesariamente la pérdida de todo el dinero invertido por los usuarios, pudiendo haber recuperaciones a partir de la liquidación de los activos de las empresas en bancarrota.

Casos como los anteriores crean temores que minan la confianza en las criptomonedas, conllevando caídas en sus precios debido a los altos volúmenes de ventas y solicitudes de retiro por parte de los tenedores. Aunque en la coyuntura actual los descensos de precios no han sido proporcionales al escándalo, evidenciando cierto nivel de resiliencia del sector. Además, parecería que las llamadas «ballenas», personas o firmas que acumulan gran cantidad de criptomonedas, proceden con cautela en momentos de crisis, no reaccionando con grandes retiros de forma precipitada, lo que aceleraría el descenso de los precios, aumentando la desconfianza y alejando la recuperación.

Los altos precios de las monedas digitales y su incremento continuo son un atractivo para atraer inversiones y nuevos usuarios, muchos de los cuales terminan engullidos por grandes «ballenas», que aumentan de tamaño. Según un informe del Banco de Pagos Internacionales (BPI), durante el período 2015-2022 entre el 73 y el 81% de los nuevos usuarios pierden el dinero invertido.

El 2022 terminó como un año muy convulso, con quiebras y salidas de importantes exchanges. El rescate de Genesis por Binance parece haber detenido o amainado el efecto contagio de FTX y algunos consideran que se ha producido una limpieza necesaria, que se tocó fondo y que pronto inicia el camino de la recuperación. Aunque a nuestro entender, en caso de suceder, ocurrirá lentamente debido al daño producido a la imagen y a la confianza del sector.

Las monedas nacionales digitales

Los desarrollos tecnológicos actuales, la virtualización creciente de diversos aspectos de la vida moderna y la experiencia de las criptomonedas y sus altas inversiones, así como el temor a quedar rezagado en una carrera global que parece indetenible, han empujado a muchas naciones a explorar el desarrollo de monedas digitales de los bancos centrales (CBDC, por sus siglas en inglés). Inclusive, hay quienes afirman que esas acciones buscan enfrentar y hasta poner fin al auge del dinero digital, que se ha desarrollado al margen del sistema oficial y de los mecanismos de control tradicionales. Otros plantean que abren una oportunidad de democratización del dinero, al crear una infraestructura pública donde en lugar de circular vehículos o agua potable se movilicen flujos de recursos de forma más libre, rápida y económica, rompiendo el monopolio de los bancos y otros actores del sistema.

Indudablemente, las criptomonedas actuales son el precedente principal de las CBDC, que buscan incorporar sus tecnologías y dinámicas de innovación. El advenimiento del dinero digital de los bancos centrales no significa necesariamente el fin de las criptomonedas, ya que son productos con zonas comunes y otras diferenciadas. Las CBDC son muy superiores como medio de pago y, al igual que las versiones fiduciarias, pueden convertirse en instrumentos de inversión, pero sin las características especulativas y la volatilidad de las criptomonedas. Las cripto permiten mayor privacidad y anonimato, y transmiten una mayor sensación de libertad, de independencia y de ejercicio civil alternativo. Asimismo, algunas pudiesen garantizar su supervivencia al estar diseñadas para funciones específicas de utilidad creciente, como en el caso de ethereum y los llamados «contratos inteligentes».

Las CBDC tienen muchos atributos, entre los que se destacan la aceleración de los intercambios financieros y la reducción de sus costos, reconociendo que una moneda digital puede estar en cualquier lugar del planeta de forma casi instantánea. Igualmente, se resalta la posible disminución de las tasas de interés, por reducción de las estructuras administrativas, y la facilidad para integrar a poblaciones no bancarizadas y sub-bancarizadas, haciendo también más simple y directo el envío de remesas y el pago de beneficios sociales. Dentro de este esquema, crear una cuenta para operaciones básicas sería tan sencillo como abrir un correo electrónico.

Además, las CBDC son de interés oficial, al permitir mayores controles en el uso del dinero, facilitando la detección de operaciones de blanqueo y compras ilegales, así como los intentos de evasión y elusión impositiva. Adicionalmente, pueden ahorrar parte del dinero que los gobiernos utilizan en impresiones de billetes y monedas, lo que en Estados Unidos significa más de mil millones de dólares cada año.

Los principales cuestionamientos provienen del sector bancario, que se ha mantenido observando con atención el proceso, cuestionándolo sin condenarlo y, posiblemente consciente, de que en algún momento tendrá que integrarse para no quedar al margen. Particularmente, las mayores preocupaciones provienen de la banca minorista. Entre los puntos que señalan se encuentran la amenaza a la privacidad y el concentrar demasiado poder en el Estado y su banco central, así como la posibilidad de politización y manejo discrecional de las autorizaciones para las transacciones.

También han señalado los riesgos cibernéticos y el temor de que el Estado pueda convertirse en árbitro de la compra de productos controversiales como armas de fuego y drogas lícitas. Igualmente, al ser dinero programable, se podría poner límites a su uso, como, por ejemplo, estableciendo un tope para adquirir gasolina o cualquier otro producto que se busque racionar en algún momento, vulnerando el derecho individual a realizar transacciones fuera de la vista de las autoridades. Para afirmar luego que son los mejores posicionados para manejar las criptomonedas oficiales.

El CBDC no pretende sustituir el dinero físico, sino complementarlo, al menos durante largo tiempo. Actualmente, 11 naciones han lanzado monedas digitales nacionales y cerca de 100 países exploran la opción[7]. Las dos mayores supereconomías avanzan en esa dirección, aventajando China a Estados Unidos en el proceso. El yuan digital del Banco Popular de China se encuentra en una fase avanzada de desarrollo, probándose en varias provincias del país.

Mientras, la Reserva Federal de Estados Unidos, buscando preservar el dominio global de su moneda, anuncia que lanzará en Nueva York un proyecto piloto de 12 semanas con datos simulados y utilizando una plataforma interoperable que integrará algunos actores de la comunidad bancaria y de pagos de la nación. Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE) trabaja de forma acelerada y entusiasta en el euro digital; y su presidenta, Christine Lagarde, afirmó que los bancos centrales que permanezcan al margen corren el riesgo de quedar obsoletos.

El futuro del dinero digital

Sin lugar a dudas, el dinero electrónico, no necesariamente las criptomonedas actuales, terminará imponiéndose, de forma similar a como las versiones digitales vienen reemplazando los equipos analógicos en numerosos ámbitos de nuestras vidas.

La fascinación con la tecnología y los dispositivos electrónicos, así como la búsqueda de independencia y manejo personal de los recursos propios, sobre todo en las jóvenes generaciones, incidirá favorablemente en la adopción del dinero digital. Además, la crisis de la covid-19, con el distanciamiento social y el temor al contagio, aumentó el uso de los pagos electrónicos, haciéndolos más comunes y familiares en gran parte de la población.

La realidad virtual del metaverso, o los metaversos, se desarrollará en los próximos lustros concentrando una importante cuota de actividades humanas. Dentro de este nuevo universo se realizarán múltiples transacciones, significando un aumento de la vigencia del dinero digital como medio de pago*.

En el futuro inmediato, es previsible que las criptomonedas continúen operando de forma similar, independientemente de su precio actual y de los escándalos recientes. Las cripto seguirán siendo, fundamentalmente, un instrumento de inversión, avanzando poco como medio de pago, al mantenerse las restricciones para ese propósito. Continuarán siendo más un criptoactivo que una criptomoneda, ya que es difícil llamar «moneda» a algo que se usa escasamente para comprar.

Algunas de las restricciones para extenderse como medio de pago son: la baja aceptación en negocios y comercios, el tener que competir con formas de pago de gran circulación como el efectivo y las tarjetas de crédito y débito, y los altos costos relativos de las comisiones para operaciones de «micropago». Igualmente, las dificultades de las empresas para fijar precios en monedas con un valor cambiante e inestable, lo que genera incertidumbre entre compradores y vendedores. Tampoco es conveniente el pago de salarios en monedas fluctuantes, cuyo poder adquisitivo varíe significativamente en corto tiempo. Asimismo, las empresas no estarían dispuestas a pagar salarios fijos con monedas que tuviesen que adquirir mensualmente con un valor creciente.

El lanzamiento de las CBDC también podría afectar las criptomonedas, contribuyendo a que se mantengan como un medio de pago residual y reforzando su uso como instrumento de inversión. Las CBDC estarán avaladas por el Estado y serán de uso obligatorio en sus territorios. Inclusive, una vez circulando podrían aumentar las restricciones y prohibiciones de las criptomonedas.

El dilema entre seguridad y privacidad, condiciones ambas favorables que tienden a relacionarse de forma inversa, mantendrá su presencia en el sector, ya que la desconfianza y los riesgos de pérdidas demandan mayor seguridad, aunque se sacrifique privacidad. Incluso muchas personalidades del sector abogan, desde hace tiempo, por la adopción de verdaderas normas de control y regulación, lo que posiblemente se intensifique en los meses siguientes.

El escenario actual es propicio para intervenir con fuerza. Inclusive, el presidente norteamericano Joe Biden, en la pasada reunión del G20 en Bali, urgió a proteger a los consumidores con reglas y una supervisión rigurosa, reconociendo también que debían aprovecharse la creatividad y la innovación de las criptomonedas. Palabras que fueron ratificadas por la concurrencia, que igualmente consideró un tema crítico la necesidad de crear normas internacionales para el ecosistema. El reto actual del sector es recuperar la confianza, aumentando la seguridad y disminuyendo los riesgos. La adecuada regulación contribuiría a reducir los fraudes y las actividades ilícitas, pudiendo atraer más usuarios y recursos.

Un aspecto de las criptomonedas con gran costo reputacional es el concerniente al alto consumo eléctrico y a la gran huella de carbón que generan las actividades de minería usadas para verificar la integridad de las transacciones y la propiedad de las monedas. En el caso del bitcoin, el consumo de su minería es superior al de más de 130 países por separado y se estima que, junto a la de ethereum, ocuparían el puesto 15 en el gasto global de energía, similar a México. Lo más preocupante es que, mientras más aumentan las transacciones y se hacen más extensas las cadenas de bloques, se requiere mayor potencia computacional y más energía.

Un punto que incide en la expansión global de las criptomonedas, y que afectaría también las CBDC, es la disponibilidad de dispositivos electrónicos y conexión a Internet, lo cual se requiere para hacer transacciones. Según el Digital Report 2022[8], en enero de ese año la penetración de Internet a nivel mundial era de un 62.5%, unos 4,950 millones de usuarios.

Otro factor de importancia en las fluctuaciones de las criptomonedas, son las informaciones sobre autorizaciones y prohibiciones en las grandes economías, entendiéndose que, mientras más países permitan la circulación de criptomonedas, más fácil será su expansión generalizada. Igualmente, en sentido contrario.

Inclusive, la oficialización del bitcoin en un país pequeño como El Salvador en el 2021 fue una información simbólica de importancia al momento de producirse. Pero posteriormente ha operado en sentido contrario al conocerse las pérdidas por la compra inoportuna de bitcoins y los problemas provocados a las finanzas nacionales, al necesitarse esos recursos para el pago de la deuda externa y no caer en default. Además, también se han difundido los inconvenientes del comercio para fijar precios y reponer inventarios, debido a la fluctuación del bitcoin en los últimos meses.

Tanto el poder como la expansión de las criptomonedas actuales dependerán mucho de su nivel de adopción, de la cantidad de usuarios, del volumen de sus transacciones y del valor de mercado de los recursos invertidos. Mientras más usos, dinero y usuarios concentren, más intereses y fuerzas tendrán, y mayor será el riesgo de su contención o prohibición. Como se mencionó previamente, el valor actual de las criptomonedas es de cerca de US$850,000 millones, con más de 300 millones de usuarios, algo que puede ser considerado «muy grande para caer».

Finalmente, en un mundo tan dinámico y cambiante es difícil hacer predicciones sobre las criptomonedas a corto y mediano plazo, mucho más por la complejidad del fenómeno y la gran cantidad de dinero e intereses envueltos.

Dada la propensión al pensamiento binario, las criptomonedas y otros fenómenos sociales producen campos polarizados de defensores acríticos y acérrimos opositores, tiñendo con prejuicios, a favor o en contra, cualquier intento de percibir y analizar el fenómeno con cierta imparcialidad y objetividad.

Igualmente, tendemos a proyectar el futuro sobrecargándolo con las características más destacadas del presente, en lugar de identificar las estructuras y tendencias más profundas que puedan estar incidiendo en el devenir del fenómeno. De ahí que sea diferente un ejercicio prospectivo en momentos en que el bitcoin llevaba una carrera alcista que lo situó en US$64,000, arrastrando una parte de las criptomonedas, de otro de bancarrotas como el actual.

 

*Este párrafo se añadió luego de que la revista estaba en imprenta, no estando en la versión física del artículo.

[1] https://www.investing.com/crypto/currencies

[2] https://www.forbes.com/sites/reuvencohen/2013/11/28/global-bitcoin-computing-power-now-256-times-faster-than-top-500-supercomputers-combined/?sh=32e83ebd6e5e

[3] https://coinmarketcap.com/rankings/exchanges/

[4] https://bitcoin.org/files/bitcoin-paper/bitcoin_es_latam.pdf

[5] https://www.statista.com/statistics/863917/number-crypto-coins-tokens/

[6] https://datosmacro.expansion.com/paises/grupos/naciones-unidas

[7] https://www.atlanticcouncil.org/cbdctracker/

[8] https://datareportal.com/reports/digital-2022-global-overview-report