Orhan Pamuk es un escritor turco nacido en Estambul, antigua Constantinopla. Ligado como escritor a la vida occidental Orhan Pamuk, nacido en 1952 ha escrito y descrito los lugares imaginarios, no solo de su espacio de origen, sino también de una contemporaneidad humanizada de la tradición islámico-cristiana, muy presente en la estética y la axiología de su escritura.
Las tensiones políticas acentuadas por los diferentes grupos islámicos y religiosos han incidido en la escritura y la estética de Pamuk, así como en el modo de organizar la temática y la expresión, releyendo los signos del pasado y los signos del presente de su país. El contacto Oriente-Occidente marca una travesía de las cardinales escriturarias, así como las claves de producción de su universo.
En Me llamo rojo, (Mondadori, Barcelona, 1998(2009), Orhan Pamuk traza las claves comprensivas de un comportamiento que involucra visión, tradición, orientalismo y occidentalismo tomando como punto de partida el crimen del ilustrador y pintor Maese Donoso, por contradicciones con un compañero ilustrador, a propósito de la pureza, la verdad, la absoluta creencia en la palabra coránica y la imagen favorecedora de la tradición en cuanto a la ilustración de sus páginas. A todo lo largo de dicha obra vernos cómo el escritor insiste en la relación imagen y palabra en El Corán y sobre todo en los conflictos que genera el hecho mismo de ilustrar este libro sagrado. El artista-ilustrador debe estar formado en una escuela tradicional para ser educado en los azora fundamentales del Sagrado Corán.
El gran Sultán pagaba grandes sumas por libros ilustrados y por el Corán que debía ser ilustrado por maestros educados en la tradición de la pintura y la escritura coránicas. La escuela de ilustradores a la que alude Pamuk en Me llamo rojo revela su adherencia a costumbres, principios y mandatos confirmados por una filosofía de la historia que tiene sus claros propósitos en la cultura misma de la letra y la imagen.
Maese Donoso evoca todo un mundo y un conflicto teológico, estratégico y soteriológico desde una muerte que le reclama a la vida un pago por el crimen cometido contra él, pero sobre todo le reclama justicia al implicado en su vulgar y grosero crimen, arrojando indicios desde una realidad imaginaria potente y latente desde su estado de cadáver, de cuerpo-fragmento, descompuesto, deshecho debido a los cuatro días en los que ha permanecido en un pozo negro, pestilente y solitario.
He aquí la voz impersonal del personaje Donoso justamente en la pauta de comienzo de la novela:
“Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Hace mucho que exhalé mi último suspiro y que mi corazón se detuvo, pero, exceptuando el miserable de mi asesino, nadie sabe lo que me ha ocurrido. En cuanto a él, ese repugnante villano, escuchó mi respiración y comprobó mi pulso para estar bien seguro de que me había matado, luego me dio una patada en el costado, me llevó hasta el pozo, me aló por encima del brocal y me dejó caer.”
En este primer foco de comienzo encontramos el núcleo generador del conflicto entre el hecho y la materia imaginaria. Desde ese pozo lúgubre encontramos los detalles narrados por el propio personaje como parte de un relato acerca de su fatalidad y destino. Los elementos particulares de aquella muerte grotesca y calculada se van presentando mediante un estado del cuerpo:
“Mi cráneo, que antes había roto (el asesino), con una piedra, se destrozó al caer al pozo; mi cara, mi frente y mis mejillas se fragmentaron hasta el punto de desaparecer, se me rompieron los huesos, mi boca se llenó de sangre… Llevo cuatro días sin volver a casa: mi mujer y mis hijos deben estar buscándome. Mi hija, agotada de tanto llorar, estará vigilando la puerta del jardín; todos estarán en el umbral con la mirada en el camino.”
La siguiente secuencia textual funciona como predicado y complemento textuales, para lograr aún más el eje descriptivo de detalle que completa una vez más el sentido:
“Tampoco sé si realmente están en la puerta. Quizá ya se hayan acostumbrado a mi ausencia, ¡qué espanto! Porque cuando uno está aquí tiene la impresión de que la vida que ha dejado atrás sigue adelante como solía. Antes de que naciera había a mis espaldas un tiempo infinito. Y ahora, después de muerto, ¡un tiempo inagotable! No pensaba en eso mientras vivía; vivía rodeado de luz entre dos tiempos oscuros. Era feliz, creo que era feliz; ahora lo comprendo; yo era quien hacía las mejores iluminaciones del taller de nuestro Sultán y no había nadie cuya maestría se aproximara siquiera a la mía, con los trabajos que hacía fuera conseguía novecientos ásperos al mes. Por supuesto, eso hace que mi muerte sea aún más insoportable.” (2)
La voz del personaje crece mediante un pronunciamiento del trazado estratégico de la narración que, de manera específica y puntual, escribe y describe Pamuk como parte de un núcleo narrativo cohesivo en su desarrollo y mirada. Así, el personaje particulariza aún más y de manera complementaria otro nivel de su vida y dedicación:
“Sólo me dedicaba a ilustrar y a iluminar: adornaba los márgenes de las páginas, coloreaba el interior de los encuadres y dibujaba en ellos hojas, ramas, rosas, flores y aves multicolores, nubes rizadas al estilo chino, hojas entrelazadas, bosques de colores y gacelas, galeras, sultanes, árboles, palacios, caballos y cazadores que se escondían en ellos…”(Op.cit.)
En su pensamiento desde la muerte, el personaje recuerda también que:
“… Antiguamente a veces decoraba un plato; a veces la parte posterior de un espejo, el interior de una cuchara, el techo de una mansión o un palacete en el Bósforo, a veces un arcón… En los últimos años sólo trabajaba en páginas de libros porque nuestro Sultán pagaba grandes cantidades de dinero por los libros ilustrados. No es que vaya a decir que al enfrentarme a la muerte comprendiera que el dinero no tiene la menor importancia en la vida. Incluso cuando ya no está vivo sigue siendo consciente de la importancia del dinero.” (Ibíd.)