Estambul, ciudad y recuerdos es una novela autobiográfica, donde la niñez resulta ser la niñez del escritor en términos de familia y de vivencia familiar “solitaria”. Todo lo que relata el narrador son las marcas y signos legibles en su comportamiento, pero ante todo, las imágenes justificadas por sus trazados verbales, tal y como sucede en las ocurrencias y en el trazado de la novela.

 

Así pues, revela Pamuk:

 

“En una de las paredes de aquella casa, en la que siempre fui recibido con cariño y sonrisas, estaba colgado el retrato de un niño pequeño enmarcado en blanco. De vez en cuando mis tíos me señalaban el retrato de la pared y me decían sonriendo: “Mira, ese eres tú”. (Ibídem. Op. cit. p.14).

 

Conforma esta cita la parte de un “biografema” explícito que se nutre de las relaciones, espacios y tiempos del ocurrir existencial y memorial. El niño Pamuk, futuro escritor y premio Nobel de Literatura, iba a plasmar también, y sobre todo en su memoria narrativa, su “doble” y con ello su mundo dividido, fragmentado y por lo mismo, alterado:

 

“Aquel niño tan mono de ojos enormes, sí se me parecía un poco. Además, llevaba en la cabeza una de esas gorras que yo me ponía cuando salía a la calle. Pero, no obstante, sabía que aquella no era exactamente mi imagen. (En realidad, era una reproducción kitsch procedente de Europa de un niño muy mono). Siempre pensé: ¿podría ser ese otro Orhan que viviera en otra casa? (ibíd.)

 

El biografema se completa como forma de un mundo de la infancia que va y viene entre el origen y el presente de la narración; que quiere trazar el orden de una persona-personalidad que se desprende del “doble”, de “la pregunta por la cosa” humana.

 

“Pero ahora yo mismo había empezado a vivir en otra casa. Era como si para que pudiera encontrarme con ese doble que vivía en otro lugar yo también hubiera tenido que mudarme, pero no me hacía en absoluto feliz aquel momento. Quería volver a mi auténtica casa, al edificio Pamuk.” (pp. 14-15)

 

Dentro del estado de una biografía-novela ocupa un lugar significativo la memoria viva y el testimonio obsesivo. El espesor del recordar se moviliza en el contexto de la vida y en el cuerpo de un relato que cada vez más acerca al sujeto personificado a la vida misma de la imaginación, en este caso, narrativa:

 

“Cuando me decían que yo era el del retrato de la pared, me sentía un tanto confuso, todo se me mezclaba, yo, mi retrato, el retrato que se me parecía, aquel niño que se parecía a mí, los sueños de otra casa, y lo único que quería era regresar a la mía y quedarme allí para siempre con el resto de la familia.” (p. 15)

 

El escritor, conforme a lo planteado en sus conferencias Charles Eliot Norton de la Universidad de Harvard (ver Orhan Pamuk: El novelista ingenuo y sentimental, Eds. Random House Mondadori, Barcelona, 2011), se reconoce como un viviente de la memoria, asimilando las diversas tradiciones narrativas universales (Mircea Eliade, Boccaccio, Lewis Carroll,  Dante, Ibn  Arabi, Las mil y una noches, el Ramayana, Ion Luca Caraggiale, Tolstoi, Dostoievski, Balzac, Dickens, La Novela mágica, El Bildungsroman, Faulkner, Jack London, Goethe y otros), en cuyas vertientes narrativas observamos algunos avances tardo-modernos.

 

El espesor narrativo y sus cardinales textuales, ordenan aquí la significación del relato-memoria como cuestión fundamental:

 

“Y llegamos a la cuestión fundamental. Desde el día en que nací, nunca he dejado las casas, las calles y los barrios, en que he vivido. Sé que el hecho de que cincuenta años después siga viviendo en el edificio Pamuk (a pesar de haber residido entretanto en otros lugares de Estambul), el mismo lugar en que mi madre me cogió en brazos y me mostró el mundo por primera vez y donde me hicieron las primeras fotos, tiene que ver con la idea del otro Orhan en otra parte de Estambul, con ese consuelo.” (Ibídem.)

 

En toda la narrativa de Pamuk lo que principalmente habla es el “otro” frente a la mismidad, origen ligado a la huella vital. De ahí la importancia de Estambul. Ciudad y Recuerdos, como cuerpo narrativo que recoge el espacio íntimo del autor y de una ciudad conformada por ejes mágicos, fantásticos y urbanos que empalman con el mito en su sentido de narración. Camino, travesía imaginación y vertiente. Para Pamuk, esta ciudad que estando en Europa vivía en posición mirando hacia el Oriente lejano y el Cercano Oriente, desde perspectivas, a veces milagrosas, otras veces irrepetibles, posibilita en su concepción novelesca aquellos mitos de una historia familiar, y por lo mismo de un imaginario narrativo reveladores de una conciencia identitaria, pero que sin embargo quiere asumir el escritor como tejido inseparable de su ethos cultural.

 

Algunos  topoi advertidos en Estambul, Ciudad y Recuerdos, conectan con Me llamo Rojo de manera inevitable, de suerte que si leemos y comparamos ambas visiones como narraciones culturales sentimos sus bordes, surcos, soportes y espacios imaginarios como un libro que se abre y se cierra desde las suturas y distanciamientos sociopolíticos y socioculturales.