“A veces me siento desdichado por haber nacido en Estambul, bajo el peso de las cenizas y las ruinas decrépitas de un imperio hundido, en una ciudad que envejece respirando opresión, pobreza y amargura… Comprendo que Estambul, donde nací y donde he pasado toda mi vida, es para mí un destino incuestionable…”
Orhan Pamuk: Estambul. Ciudad y Recuerdos.
Orhan Pamuk nacido en Estambul, Turquía, el 7 de junio de 1952, es un escritor que habla desde su tradición artística, cultural, literaria, política y religiosa. Al leer su obra Estambul, Ciudad y Recuerdos (Ed. Mondadori, Barcelona, 2006, trad. Rafael Carpintero), leemos también los complejos signos familiares, urbanos, económicos, políticos, religiosos y psico-antropológicos que muestra toda su narrativa, pues para este escritor turco narrar significa “no olvidar”, sino, también, presentificar su mundo.
En Estambul. Ciudad y Recuerdos, la escritura remueve la memoria desde la fatal caída del imperio otomano, hasta la ciudad moderna que evoca el escritor como una ciudad dinámica pero triste. Así la piensa desde su difícil entorno familiar, esto es, desde la relación con su hermano mayor, su abuela, el padre y la madre; su tío y las amistades de su familia que se reúnen para compartir sus vidas y conflictos. Pamuk, quien dice escribir desde los veintidós años, asume la escritura desde los conflictos que vive en su núcleo familiar (hermano mayor, abuela, tíos, tías, él, padre-madre), que ha sido el espacio referencial más agresivo y a la vez amoroso y acogedor, debido al problema económico incidente en ella y a las malas inversiones de su padre y otros miembros de la familia.
Cuando leemos Me llamo Rojo y Estambul. Ciudad y Recuerdos, estamos en una encrucijada y en el núcleo mismo de un tejido textual sumergido en la tradición artística (pintura de arte, dibujo, grabado, telas y objetos pintados). Existe una relación que no se pierde ni se borra de obra a obra. Si bien es cierto que las contradicciones y las fuerzas locales e inmigrantes asumen su país en un total caos, donde la visión que prevalece es la mayoría patriarcal. Ello no evita que el lector imagine, desde la alteridad, los caminos de un sujeto con un espacio ambiental no muy bien definido como imagen-tema o centro del ego-ojo.
Las obras de Pamuk quieren ser un espejo de agua que organiza los elementos e imágenes más actuales de aquella ciudad, y donde se presenta a los vagabundos y a los liberales como una peste. En las novelas de este escritor turco ligado a su capital, Estambul, se hace visible un tejido de imágenes históricas, mágicas, políticas y míticas, animadas desde aquella trama de lo real y lo conflictivo que es el país mismo. El relato novelesco de Pamuk remite siempre a una vida marcada por sus signos y puentes culturales, tradicionales y modernos. Cada imagen que leemos en Pamuk obedece a un lugar de mundo que, en su caso, responde a la “cosa” existencial, familiar, religiosa y artística. La ciudad como museo es una metáfora y un trazado iconográfico en movimiento. Lo que le permite al autor soñar su presente y buscar su pasado, tal como se puede advertir en El museo de la inocencia (2008). Se trata de un sentido perdido y un sentido encontrado como memoria de la cultura otomana.
Al igual que Nabokov, Flaubert, Mann, Conrad, Thomas Hardy, Dickens y otros, Pamuk hace de su escritura novelesca un espacio-tiempo del compromiso con la historia, la memoria y las artes. Basta con entrar a su mundo como testigo para observar cómo las sombras, los personajes, las acciones diversas, las peripecias y los asombros o perplejidades hacen de su ser-en-el-mundo un cuerpo de lo diverso y lo divergente. En efecto, diríamos que narrar, para Pamuk es encontrar al “otro” y a los “otros” como dobles en el mundo de la vida. El Oriente que se reconoce en sus obras (ver Mi libro Negro, Me llamo Rojo, El museo… y otros textos, se expresa a través de aquellas imágenes de lo diverso, de los signos y fuerzas culturales que se entrecruzan como alados vórtices en las acciones cotidianas y que son interpretados como rompimientos, rechazos, torbellinos, defensas, modos de ser y vivir en el espacio-tiempo de aquella ciudad donde lleva más de cuarenta años viviendo sin poderse desprender de ella.
Pero Estambul es también la huella de una desesperación que el escritor revela a través de una mirada crítico-narrativa. Ciudad escrita, desmitificada y reinventada en una escritura que insiste en ser camino y agua desde la lejanía, humo y polvo desde la huella histórica. Visión que como espacio se ordena en un choque y a la vez en un encuentro entre Oriente y Occidente.
Para el escritor, esta ciudad existe en el recuerdo y en la raíz cultural de una violencia surgente de la crisis ancestral y de paradigma laicos y religiosos. No debemos olvidar que el comercio, la religión, la política y la familia son instancias incidentes que funcionan conectadas en las obras de Pamuk. El barco de la ciudad, el polvo y las constantes guerras económicas y religiosas, hacen de la llamada República turca un encuentro y un desencuentro que se explica por lo que son las clases que conforman y han conformado históricamente el país en cuanto a religión, cultura, historia y sociedad.
Ahora bien, ¿cuál es el ambiente literario y artístico donde se formó y creció Orhan Pamuk? La misma formación del hoy Premio Nobel de literatura, se define como ecléctica en su nivel cultural, pero también orientada a cruces euroamericanos que solicitan una investigación cuidadosa de sus cruces estéticos. Ver por ejemplo sus ensayos-conferencias Charles Eliot Norton de la Universidad de Harvard, que reunió el escritor en su libro El novelista ingenuo y el sentimental, Eds. Penguin Random House. Mondadori, Barcelona, 2013). Al escudriñar sus obras, o sobre sus obras, podemos tender un puente entre el pasado y el presente, y sobre todo entre el Cercano Oriente y el Lejano Oriente; entre la influencia coránica y el fabulario chino, persa, balcánico, hindú y otros entrecruces que se hacen legibles en textos como El libro negro (2008), El Castillo blanco (1985, 2007, 2008); La vida nueva (1995); Nieve (2001); El astrólogo y el sultán (1991); La maleta de mi padre (2006); La casa del silencio 1983 (2006), y otros.
Leemos en Estambul. Ciudad y Recuerdos (Ed. cit.), las líneas de un relato focal dirigido a retratar lugares, personas familiares y el núcleo mismo de un espacio cultural, familiar, económico, político y religioso. La visión que se agita en este libro-malla, registra además los ejes de una imaginación basada en cardinales narrativas puntuales:
“Desde niño me he pasado largos años creyendo en un rincón de la mente que en algún lugar de las calles de Estambil, en una casa parecida a la nuestra, vivía otro Orhan que se me parecía con todo, que era mi gemelo, exactamente igual a mí. No recuerdo dónde ni cómo se me ocurrió semejante idea por primera vez. Muy probablemente se me grabara como consecuencia de un largo proceso tejido de malentendidos, coincidencias, juegos y miedos. Para poder explicar lo que sentí cómo aquel sueño empezaba a centellear en mi cabeza voy a contar uno de los primeros momentos en que lo noté de manera más clara”. (p. 13, op.cit.)
Contar significa para Pamuk recordar, testimoniar, memorizar algunos hechos y líneas psicológicas de su ser más originario y de sus imágenes más obsesivas:
“Cuando tenía cinco años me enviaron durante un tiempo a otra casa. Mis padres, después de una de sus peleas y separaciones, se habían reencontrado en París, y a mi hermano mayor y a mí, que nos quedamos en Estambul, nos separaron. Mientras mi hermano se quedaba en Nisantasi, en el edificio Pamuk, con mi abuela materna y el grueso de la familia, a mí me enviaron a casa de mi tía materna, a Cihangir…” (Op. cit. p. 14).