El amor que siente cada ser humano por sus padres se genera, en la mayoría de los casos, por esa relación de protección y sentimientos en la primera etapa de la vida. Sin embargo, el orgullo que un ser humano puede sentir por sus padres depende de los méritos que los padres hayan acumulado como seres humanos, como ciudadanos, como profesionales.

 

Siempre he estado orgulloso de la labor que como periodista ha realizado mi padre, Francisco Álvarez Castellanos, y ahora que ha recibido el Caonabo de Oro de parte de la Asociación Dominicana de Periodistas y Escritores, en la honradora compañía de Ángela Peña, me alegra saber que no es un orgullo teñido por la parcialidad debida a alguien que siempre se ha desvelado de manera casi enfermiza por todos sus hijos. Cuando era adolescente deseaba estudiar periodismo y decidí no hacerlo porque temía no alcanzar la excelencia técnica de mi padre y defraudarlo, sobre todo llevando el mismo nombre. Además de la capacidad técnica, mi padre ha exhibido una conducta profesional intachable a lo largo de cerca de cincuenta años de ejercicio. Ha sido un trabajador incansable y no olvido los distintos empleos que debía tener, desde la madrugada de cada día, para poder sostener a su familia y dar a sus hijos la mejor educación posible.

 

A mi hermano Frantuchy le ha tocado vivir en el extranjero desde hace muchos años, separado (sólo) físicamente de la familia. Su mensaje a  nuestro padre, con motivo del reconocimiento recibido, recoge nuestra visión sobre él: “Quiero darte un fuerte abrazo a la distancia, enredarlo de alguna manera entre estas líneas y decirte lo orgulloso que estoy de ser tu hijo. Orgulloso de que vives modestamente; de que, equivocadas o no, nunca has vendido tus ideas al mejor postor. Orgulloso del valor con que has enfrentado a los que han tratado de apagar el sagrado derecho de la libertad de expresarse; de que los errores que hayas podido cometer han sido fruto de la pasión de tus creencias, no de las conveniencias del momento. Orgulloso de que hayan criticado lo que escribes, pero nunca la honestidad con que lo haces. Orgulloso de haber caminado toda una vida en medio del fango sin ensuciarte siquiera las suelas de tus zapatos.  Orgulloso de tu pluma, que ha recogido sin titubear todos los espectros del pensamiento desde la poesía hasta la crítica implacable. Sólo espero poder ser un hijo digno de ti, y perpetuarte impregnando a mis hijos con el ejemplo que me diste”.

 

Como lo expresa mi hermano, no se necesita coincidir con las ideas de mi padre para reconocer en él a un periodista capacitado e íntegro. En mi caso particular tengo diferencias de fondo en algunos temas que él maneja en sus columnas de opinión. Habrá otros que como yo tal vez tengan similares diferencias, como muchos que coincidan con él. Lo importante es que el único dueño de esas opiniones que transmite es él y nadie más y que las mismas no tienen precio. Mi padre decidió distribuir en vida su patrimonio, integrado sólo con su ejemplo de profesional responsable, dedicado y su honradez a toda prueba, y nos hizo inmensamente ricos. Ese activo intangible que nos ha regalado no se va por el agujero de ningún banco ni se pierde en malas inversiones.  Además del inevitable amor filial, es inmenso el orgullo de ser hijo de Francisco Álvarez Castellanos y proclamarlo a los cuatro vientos.

Nota: artículo publicado en edición de El Caribe del 8 de septiembre de 2004, que ahora vuelvo a publicar en Acento.com.do, sin cambios, recordando a mi padre, fallecido el 7 de abril de 2023.