El primer tratado internacional, del estado dominicano, con la República de Haití, tuvo efecto el 9 de noviembre de 1874, treinta años después de la proclamación de Independencia o separación de Haití, del 16 de enero de 1844. Ese acuerdo de Paz, amistad, comercio, navegación y extradición puede ser considerado el reconocimiento, medianamente tácito, medianamente abierto, del surgimiento de un nuevo estado, en la Isla de Santo Domingo.
Fue firmado por el presidente Ignacio María González, el ciudadano dominicano Carlos Nouel y los generales de División Tomas Cocco y José Caminero, y, por la parte haitiana, su presidente G. Prophete, D. Labonte, y V. Lizaire. Wenceslao Vega Batlle, Los documentos básicos de la historia dominicana, páginas 293 y siguientes.
Esto indica que, al igual que los Estados Unidos, a los que se adelanta Haití en cuanto a la eliminación de la esclavitud, y la República Francesa, debió pasar cuarenta años para que esta última reconociera la independencia, debidamente pagada, de su antigua colonia del Caribe.
La historiografía de la cohabitación insular de ambos estados tiende, maliciosamente o por comodidad, a torcer y poblar de sesgos los mitos, hitos, acontecimientos, procesos, hechos y figuras de la inevitable historia compartida con Haití. Eso dificulta, y ha obstruido sin dudas, la posibilidad de un abordaje más objetivo y realista, de la situación de Haití, junto con la situación nacional. Se ha apostado a difundir el error, por parte de historiadores e intelectuales y, a incentivar el caos de las relaciones bilaterales, por la innegable rentabilidad del desorden histórico.
Manuel Arturo Peña Batlle, sin dudas una de las mentes más preclaras del siglo XX dominicano, en su obra Historia de la Cuestión fronteriza dominico – haitiana, Volumen IX, de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, resalta en su página 161, dice, citando la Constitución dominicana de 1844: La parte española de la Isla de Santo Domingo y sus islas adyacentes, forman el territorio de la Republica Dominicana. Y el articulo 3, dice, Los límites de la Republica Dominicana son los mismos que en 1793 la dividían, por el lado de Occidente, de la parte francesa, y estos limites quedan definitivamente fijados.
Aunque el problema con Haití no es solo frontera, hemos preferido comenzar por ese aspecto básico, resaltando, de plano, el hecho de que las fronteras y la superficie territorial compartidas entre uno y otro estado, aunque el nuestro haya nacido casi cuarenta años después del haitiano, no fueron fijados por las armas de las guerras de la campaña de Independencia, sino que fueron establecidos, bien lejos de aquí, en Europa, por los representantes de dos potencias, a saber, España y Francia. En esa partición, la corona española recibió dos tercios, y solo un tercio le tocó a Francia. Por ello, la canción Media Isla, es errónea, porque no ocupamos media isla, sino dos tercios.
Esa obligada cohabitación insular ha estado plagada de indiferencia recíproca, de ignorarse mutuamente, de encuentros, muy pocos, y muchos desencuentros.
Lo grave es que nunca la nación dominicana ha estado atravesando una crisis tan grave como la actual. Hemos superado la supuesta invasión haitiana de 1822, la ocupación estadounidense de 1915 a Haití, y en 1916 a Santo Domingo, el derrumbe de 1916, tal y como lo describe don Federico García Godoy, en su obra homónima, pero ahora estamos asistiendo al peor derrumbe nacional, estamos en aquella desnacionalización dominicana que describe y advierte, hace más de treinta años, Manuel Núñez, en El ocaso de la nación dominicana.
El escenario no puede ser peor por varios factores y amenazas que se ciernen sobre la existencia misma de la nación, el pueblo y el estado dominicanos. Por un lado está el Plan de Contingencia ante flujos migratorios, redactado por representantes de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, y su Organismo Internacional de Migraciones OIM, el Instituto Nacional de Migraciones y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ACNUR, pasado por debajo de la mesa y suscrito por Danilo Medina, además el contrato o acuerdo internacional HR-4133, impulsado por el congresista estadounidense Adriano Espaillat, los senadores Mr. Green, de Tennessee, Mr. Meeks, y Mr. McCaul, ante el Comité de Asuntos Extranjeros, para, con la excusa de la asistencia ante ciclones y desastres, instalar una base militar en territorio dominicano, acorde con la United States-Caribbean security partnership, ya aprobado en Estados Unidos y que se presume ya está en poder del gobierno dominicano, quien debe no solo hacerlo público, sino enviarlo al congreso nacional para su aprobación o rechazo. El gobierno recibiría unos 74,800,000 dólares para impulsar la iniciativa y el necesario lobbysmo del maletín en el Congreso.
A este escenario sombrío se unen los funcionarios dominicanos abiertamente opuestos al interés nacional y francamente apoyadores de una solución para Haití, pero del lado dominicano, lo que acabaría por jodernos a ambos países, congresistas como el norteamericano Adriano Espaillat, quien admite abiertamente que la República Dominicana es la única válvula de escape para la crisis haitiana, el trasiego de armas cada vez más abundante y de mayor calibre y efectividad, que está equipando y armando hasta los dientes a las BACRIM o bandas criminales de Haití, la ausencia y debilidad nunca vista del sector defensa en la República Dominicana, donde los militares están en todo y en cualquier cosa, menos en misa, en sus tares connaturales de defensa echadas al olvido, muy ocupados en copar y ocupar todas las tareas posibles que le son condignas al sector seguridad y, para cerrar, la falta de una política nacional para normar las relaciones con Haití, mientras se construye un muro, como oportunidad de negocios, para que los haitianos no puedan irse, y los tres renglones más importantes para el desarrollo de cualquier país, producción alimentaria e infraestructura o construcción y el turismo, dependen, casi exclusivamente de manos haitianas, mientras el presidente no dice nada y mira para otro lado, nunca para atrás.