Colombia sigue firme en un tercer lugar en el tablero de posiciones de los extranjeros no residentes que han visitado al país hasta el mes de octubre. En la gráfica se observa que ya en el 2021, cuando se empezaron a eliminar las restricciones globales absurdas a las libertades humanas, las visitas de colombianos superaron las del año 2019 y las del 2022 a la suma de los que llegaron ese año y en el año anterior.

Con Colombia y otros países de América del Sur se ha logrado mitigar la drástica caída de más de un cuarto de millón de visitantes rusos y ucranianos que, de enfrentarse en partidos amistosos de fútbol en la arena de nuestras playas, hoy son enemigos mortales en un conflicto bélico.

De manera que las gracias extensivas también a todos los sudamericanos que en el mes de octubre han permitido que la región supere el número de turistas europeos. En realidad, hay que agradecer a todos los que visitándonos revelan su preferencia por nuestro país, uno que compite con varios destinos similares.  No tenemos en esta zona la exclusividad de playas espectaculares, oferta amplia de habitaciones, aeropuertos modernos, seguridad aceptable y simpáticos colaboradores en todas las áreas de un hotel.  Pero ahí tenemos un flujo de turistas otra vez con la dinámica de los mejores tiempos gracias, principalmente, a los emprendedores que logran llevar a su oferta los atractivos para que sea aquí, y no en Cancún, que caiga la reservación.

La existencia de alternativas es algo que siempre tiene en cuenta quien en la actividad turística pone a riesgo su patrimonio. No puede ser de otra manera porque no existe un mecanismo automático de transferencia de pérdidas a la sociedad, ni rentabilidades astronómicas que permitan recuperar el capital invertido cada tres años.  Tampoco tienen protección legal que impida a los clientes hacer memes en redes sociales por un mal servicio o a celebridades quejarse porque en el baño apareció una cucaracha. No hay un proveedor de huéspedes de última instancia en caso de corrida hotelera. De ahí que el compromiso con la calidad sea algo que se lleve en el ADN, no algo que agradecen a un consultor los deslumbró en un seminario de planificación estratégica.

Y por eso no me convencen mucho las críticas por sus preferencias al modelo de “todo incluido”.  Primero, al que viene a vacacionar no se le puede imponer algo que le desagrade y más costoso que las alternativas de alimentos y diversión para toda la familia que se encuentran fuera del resort. Segundo, sobre esa oferta alternativa de negocios de todo tipo que están cerca de los hoteles tienen poco poder para que los costos, calidad y seguridad sean también atractivos para sus huéspedes. Ese es un ambiente que es responsabilidad tanto de esos dueños como de las autoridades gubernamentales y municipales llamadas a proveer servicios públicos de calidad para todos.