El 2 de mayo del año pasado nuestra entrega a este medio la titulamos “Lo absurdo”. Decía entonces que lo absurdo puede ser entendido como aquello que carece de sentido o que es opuesto a la razón; pero también lo extraño, raro, incluso, lo descabellado, como lo ilógico o lo insensato.

Escucho y leo incluso a actores importantes y con peso de decisión en el ámbito educativo señalando cosas que casi se mueven en ese mundo de lo absurdo. Una autoridad que dice no tener la autoridad y otra no autoridad que si la tiene. Es una historia reciente que tiene muchos antecedentes y se ha repetido varias veces. Quizás lo novedoso en esta ocasión es la admisión por parte de la primera de esta realidad.

Los maestros, directores y todo el personal de la escuela se supone que tienen funciones muy específicas que cumplir, las cuales tienen que ver con el futuro del país, de la nación dominicana, pues se trata nada más y nada menos que el de la formación de las nuevas generaciones para desarrollar en ellos las competencias necesarias para la vida, la vida en todo el sentido de la palabra.

Pero no. Ante una razón tan poderosa como es desarrollar los talentos humanos que harán posible poner en funcionamiento nuestra sociedad, se encuentra excusas y escollos para hacerlo imposible. Es una situación parecida a aquella de que hay “ciertos personajes” que se arrogan el derecho por encima del bienestar y la seguridad colectiva, de talar bosques que generan o agravan la crisis de agua que estamos viviendo. Otra historia, otros escenarios igualmente preocupantes.

En aquel entonces, traje a propósito el mito griego de Sísifo, conocido como el mito de lo absurdo, que narra el castigo al cual fue sometido empujando cuesta arriba por una montaña una piedra que antes de llegar a la cima volvía a rodar hacia abajo, una y otra vez, y Sísifo de nuevo repetía la frustrante y absurda tarea de empujar la misma roca hacia la cima. La historia se repetía y se repetía muchas veces.

¿No les parece a ustedes que en educación que estamos repitiendo y repitiendo el absurdo de Sísifo y que por lo visto esta es una historia de nunca acabar?

¿Cómo es posible que la autoridad carezca de la misma para poner el orden y en funcionamiento un sistema, como el educativo, que es fundamental para el desarrollo de nuestro país y donde están en juego muchas cosas que se dice son importantes?

¿Es posible que sigamos trillando el camino de lo absurdo y que cada año la piedra de los bajos logros educativos alcanzados por nuestros estudiantes se nos vengan encima y nos muestren lo mal que andamos? Y lo peor, ¿que sigamos dándonos golpes de pecho buscando los responsables en unos “factores asociados” que no gestionan nada del sistema?

¿Será verdad que se hará necesario asumir medidas absolutamente inesperadas e impensadas como declarar una cuestión penal toda acción, venga de donde venga, que atente contra el desarrollo de los ciudadanos y ciudadanas dominicanas?

La historia de los Estados Unidos recoge un hecho asombroso en ese sentido. El personaje de Alphonse Capone (Al Capone) no pudo ser condenado por todos los crímenes cometidos en contra de la vida de muchos ciudadanos, pero si por el acto criminal de evadir los impuestos en su negocio de bebidas alcohólicas. Ese hecho lo llevó en el 1931 a la prisión de Alcatraz en la que el 25 de enero de 1947 murió de un paro cardíaco luego de un derrame cerebral, según se dice. Es una historia que tiene algo de irónico como de absurdo.

Es decir, no fue la lógica, ni el buen sentido común, la solidaridad y la compasión, como tampoco el deber ser y, por supuesto, la ética como norma de vida lo que pudo con esa “autoridad” del mundo del crimen organizado, fue la aplicación de una ley ante un hecho que atentaba contra el Gobierno Federal.

¿Será entonces que tendremos que penalizar todo acto que atente contra la educación de nuestros niños, niñas y adolescentes, así fuere mediante el uso indebido de los recursos de presupuesto para fines que riñen con la sagrada misión de educar, como incluso la suspensión de las clases por razones que nada tienen que ver con los intereses, como la seguridad y la preservación de la vida de ellos?

Pienso que aún podemos apelar a la sensatez y empezar a hacer las cosas en educación de manera totalmente distinta a como hemos venido haciéndolas. Reconozcamos que no andamos bien, y que las cosas van de mal en peor; que es posible y preferible enfrentar la cruenta realidad de la educación por el cúmulo de cosas pendientes de pasadas y presentes reformas, que seguir reconfortándonos en nuestros ámbitos con mentiras piadosas, como aquellas que proclamaban veinte mil docentes de calidad en cuatro años o de llenar de contenidos curriculares la jornada extendida. Al final, ni una cosa ni la otra.

El único pacto por la educación imprescindible en este momento, si es que queremos real y efectivamente una educación de calidad, es asumir hoy lo señalado por el maestro Osvaldo García de la Concha al presidente Horacio Vázquez: ¡presidente saque la política de la escuela! Un mal histórico que sigue pesando mucho.