El masacre se pasa a pie
Freddy Prestol Castillo, un juez enviado a Montecristi poco después de la matanza, publicó en 1973 El Masacre se pasa a pie, la única novela testimonial acerca del genocidio de 1937. El autor explica en el “Prólogo”, una especie de metatestimonio, que el texto fue escrito in situ después de la matanza. Sin embargo, las diferencias de estilo y de marcas deícticas en los diferentes capítulos sugieren que el libro fue también escrito en etapas sucesivas. En este libro, Prestol Castillo relata, en primera persona, una “experiencia significativa” de la que fue testigo: “Héme aquí en estas tierras. Soy un testigo mudo. Un testigo cómplice” (131). En El Masacre se pasa a pie, Prestol Castillo agrega algunos detalles ficticios y cambios de nombres para “proteger” la identidad de algunos sujetos.
A lo largo de sus capítulos, el autor se lamenta de su propia cobardía, sumisión y silencio frente a los acontecimientos acaecidos en la frontera. A pesar del mea culpa del autor-narrador, que busca, con esta figura retórica del humilitas (Lausberg 32), crear un realismo social y granjearse la simpatía de los lectores, la visión primitivista de Prestol Castillo con respecto a los haitianos no se diferencia en mucho de las de Balaguer y Peña Batlle. Aunque con más elaboración retórica y menos pretensiones científicas que los otros dos autores, los tropos del primitivismo construidos por Prestol Castillo deshumanizan a los haitianos y los asimilan a la naturaleza en oposición a la “civilización” dominicana: “Un abecedario de los olores, que lee esta raza primitiva. (75)
Lo que Balaguer llama la “raza africana” es para Prestol Castillo la “raza primitiva”. Prestol Castillo generaliza el primitivismo a todos los haitianos a través de la sinécdoque del gentilicio “el haitiano”. Para los tres autores no existe ninguna diferencia entre haitiano, negro, africano y primitivo.
El genocidio de 1937 no fue sólo la decisión individual y omnímoda del dictador fascista Trujillo, como sugiere el autor-narrador de El Masacre se pasa a pie, sino también el resultado de los conflictos históricos entre las dos naciones, justificado por el discurso primitivista antihaitiano de las élites y de la mayoría de los dominicanos. Sin embargo, hay que reconocer que, en última instancia, el nacionalismo a ultranza y las razones de índole personal de este dictador caribeño catalizaron dichos acontecimientos. La masacre de 1937 constituye el hecho más importante en la formación del mito fundacional de la “Patria Nueva”. Peña Batlle confirma este planteamiento cuando, en una conferencia, expresa que “La Patria Nueva vive antes que en ninguna otra parte, en las nuevas fronteras” (103).
La fundación de la nación dominicana requería, sin embargo, del sacrificio humano en forma de fiesta sagrada. En El Masacre se pasa a pie, el genocidio es representado como el mito primitivo de una fiesta sangrienta. La matanza es llamada “festín homicida” o “vendimia roja” (26-27): “La patrulla, con ´órdenes´, borracha de ron y de sangre, no perdona” (34. Comillas en el original). Durante varios días, los soldados y conscriptos, borrachos y armados de machetes decapitaron a miles de haitianos en una de las matanzas más execrables del siglo en Latinoamérica. La masacre, como “fiesta trágica” (55), remite a la fiesta mítica estudiada por Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano. Este autor, quien ha escrito sobre las religiones y símbolos de las culturas “primitivas”, se refiere a la “fiesta” como tiempo sagrado o como “Una fiesta se desarrolla siempre en el Tiempo original” (76-79).
Al igual que Peña Batlle, Prestol Castillo representa a Trujillo investido de un mesianismo que lo instaura en un Tiempo sagrado (ahistórico). Los participantes de la Fiesta Sangrienta se acercan a Trujillo como si fuera un Dios: “El capitán bebe, como brindando por el Dios del Corte, el ídolo de la matanza” (87), o también, “Los reservistas quedaron callados, maravillados de esta rauda escena. Era como la aparición y desaparición de una deidad” (120). La megalomanía del dictador llegaba a tal extremo de que éste se identificaba con Dios en el lema “Dios y Trujillo”. Con la instauración de este Tiempo sagrado, Trujillo logra la vuelta a un Tiempo primordial. Aquél de la matanza de Xaragua, a través de la cual el Gobernador español Nicolás de Ovando ordenó el asesinato de miles de Taínos a principios del siglo XVI. Ovando, quien justificó jurídicamente el genocidio en la alegada rebelión de los indios de esa región, se impuso definitivamente en la isla Hispaniola para fundar un Tiempo Histórico. De la misma manera, Trujillo logra fundar su propio Tiempo Histórico, la Era de Trujillo, y con esta la Patria Nueva de todos los dominicanos.
La frontera dominico-haitiana ha constituido el espacio social por excelencia del discurso primitivista dominicano con respecto a los haitianos. Es también el espacio de construcción de la identidad cultural dominicana en oposición a la haitiana. La masacre de 1937 fue la culminación del discurso primitivista antihaitiano, enmarcado dentro del nacionalismo exacerbado de Trujillo y la ansiedad de los conflictos de identidad cultural de la mayoría de los dominicanos. Con esta masacre, Trujillo logra reestablecer la hispanidad imaginaria del pueblo dominicano y “limpiar” la nación de elementos impuros como son la religión, la lengua y las costumbres de nuestros vecinos haitianos, los “Primitivos”.
A través de la Fiesta Sangrienta, Trujillo también niega su propia ascendencia haitiana, y por tanto “negra”, africana y “primitiva” para pensarse imaginariamente como dominicano, es decir, descendiente de español. El discurso del primitivismo antihaitianismo ha servido de justificación intelectual para la deshumanización, esclavización y genocidio del pueblo haitiano, planteados como una necesidad histórica para la fundación de la “Patria Nueva” de la cual Trujillo era el Padre y Dios.
El discurso primitivista con respecto a Haití y el conjunto de tropos que posibilitan su articulación continúan teniendo vigencia en el imaginario social dominicano. Los titulares de los periódicos, los discursos de algunos políticos y militares en actos de carácter patriótico ponen de manifiesto no sólo dicha vigencia sino también la vitalidad de éste. En las elecciones de 1996, los partidos de oposición montaron una campaña racista contra José Francisco Peña-Gómez, candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), en la que se acudía al expediente de su origen haitiano y al alegado acuerdo de este candidato con los Estados Unidos, en caso de ganar las elecciones, para el establecimiento de campamentos de refugiados haitianos en territorio dominicano, así como también de los supuestos planes de fusión de Haití y República Dominicana en un solo estado. La sola imagen de la supuesta integración de estos aterroriza a muchos dominicanos quienes creen ver en estos supuestos planes el fantasma del “primitivismo” haitiano. Casi cien años después del genocidio de 1937, la identidad cultural dominicana continúa articulándose a partir de la negación de nuestros vecinos haitianos, “los primitivos”.