Hace menos de cuatro siglos que sabemos que existen seres tan diminutos que resulta imposible verlos a simple vista, se relacionan con nosotros, nos acompañan, nos ayudan y a veces nos atacan duramente.

Cuando Antón van Leeuwenhoek descubrió las bacterias y los protozoarios (1676) tuvimos consciencia de un nuevo mundo de criaturas que nos conocían a nosotros, pero nosotros a ellas no. Entendimos que eran una amenaza y comenzamos a desarrollar la tecnología para mantenernos alejados de ellas y para destruirlas. De tal forma, aprendimos la razón de por qué debíamos lavarnos las manos para comer, la importancia de bañarnos, de desinfectar las heridas y comenzamos a desarrollar condiciones cada vez más asépticas para nuestras cirugías.

Alejamos a los niños del contaminado piso, especialmente en lugares ajenos a nuestro hogar. Los alimentos fueron procesados para eliminar microbios. Realizamos campañas de vacunación con el objetivo de eliminar o al menos mantener a raya a gérmenes patógenos peligrosos. Algunas personas hasta llegaron a presentar fobias a los microbios limitándoles incluso su vida social.

Se produjeron los antibióticos y desinfectantes con el fin de eliminar gérmenes. Consideramos que se trataba de una guerra a muerte contra monstruos diminutos.

Así, al Fleming descubrir la penicilina (1928) nos llenamos de esperanza con la idea de que los días de las bacterias estaban contados. Consideramos que en poco tiempo lograríamos eliminar todas las infecciones…pero hemos seguido aprendiendo.

Llamamos microbiota a la población de microbios que habita en nuestros cuerpos, especialmente los que están en nuestro intestino y en nuestra piel. Es importante señalar que no podemos vivir sin ellos. A los niños que nacen en condiciones asépticas se está tratando de ponerlos en contacto con los microbios de la madre para que puedan desarrollar mejor sus sistemas inmunológicos.

En ocasiones, personas no médicas por precaución deciden tomar antibióticos por su cuenta, a lo que los médicos se oponen por las siguientes razones: si el antibiótico utilizado no actúa contra un germen específico o se usa en dosis inadecuada permite que los gérmenes lo conozcan, analicen y produzcan alteraciones genéticas al multiplicarse (mutaciones), lo que podría provocar que se vuelvan resistentes a él. Posteriormente, sería difícil combatir esa infección o aparecer cepas contra las cuales las opciones terapéuticas sean muy limitadas. Sin contar con que habitualmente los antibióticos pueden producir efectos secundarios o complicaciones, especialmente cuando se utilizan sin conocimientos de farmacología y fisiología.

Después del uso prolongado de antibióticos, al eliminar las bacterias habituales es posible que a nivel intestinal surjan cepas extrañas y sumamente peligrosas para las que los antibióticos podrían ser inútiles y necesitarse hacer un ¡trasplante fecal! (introducir materia fecal en el intestino del paciente) de un donante que suele ser un pariente cercano, esto permitiría que bacterias “buenas” se enfrenten a las patógenas o “malas”.

En el organismo existe una flora residente y otra transitoria, presentando variaciones cuando nos desplazamos a lugares diferentes o nos exponemos a determinadas condiciones. Llamamos Eubiosis cuando tenemos una buena relación simbiótica con nuestras bacterias y Disbiosis cuando existe una relación negativa o parásita mediante la cual nos dañan. Se estima que tenemos en nuestro intestino al menos una libra de gérmenes. Hemos señalado que sin la ayuda de otras personas no podemos vivir, pero tampoco sin la ayuda de nuestros microbios, quienes apoyan a nuestros sistemas: digestivo, inmunológico y nervioso.

La eubiosis favorece nuestros estados anímicos, equilibrio emocional, aprendizaje, memoria y energía vital; sin embargo, la disbiosis es capaz de provocarnos alteraciones mentales. Pero, así como nuestras bacterias influyen en nuestra mente, nuestros estados psicológicos alterados también provocan modificaciones significativas en nuestra microbiota, favoreciendo la disbiosis y el crecimiento de bacterias no convenientes.

Existe tanta conexión entre el aparato digestivo y el cerebro que ha surgido una especialidad médica conocida como Neurogastroenterología.

Un ejemplo de cómo la microbiota actúa en nuestros estados anímicos es mediante el triptófano, un metabolito de la actividad bacteriana, el cual es un precursor de la serotonina, considerada el neurotransmisor de la felicidad. En otras palabras, tus bacterias intestinales te ayudan a ser feliz.

En cierta forma, hemos estado programados para eliminar cualquier cosa que nos estorbe o moleste y eso quisimos hacer con los microbios, sin embargo, hemos descubierto que no podemos hacerlos desaparecer y que más bien, necesitamos aprender a convivir con ellos. Eliminar cualquier especie puede tener un costo ecológico muy grande.

Solemos depositar nuestra confianza solamente en los antibióticos, pero necesitamos aprender a incentivar conscientemente nuestro sistema inmunológico para poder enfrentar cualquier epidemia o infección futura.

Es simple, si los humanos no aprendemos a convivir con nuestros microbios no podremos sobrevivir, son seres vivientes como nosotros y no necesariamente monstruos, incluso a menudo, somos los responsables de que se comporten como monstruos.

Todas las células piensan, incluyendo los microbios, aunque de forma diferente a como lo hacemos nosotros. Se ha dicho que es muy positivo hablarles a tus plantas para que crezcan, del mismo modo, deberemos desarrollar relaciones armónicas con nuestros compañeros invisibles.