La decisión de aprobar un proyecto de Código Penal sin las tres casuales del aborto se basa en una errónea concepción de la vida contenida en el artículo 37 de la Constitución de 2010 que es retomada por los actuales legisladores, fieles representantes, no de la mayoría de los dominicanos que apoyan las tres casuales, sino del conservadurismos de los partidos políticos y el fundamentalismo de la mayoría de las iglesias.

“El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte”, establece el artículo 37 de la Constitución de 2010. Vaya perla tenemos en nuestra Carta Magna, “la vida es inviolable desde el momento de la concepción”.

Pero, contrario a esa descabellada idea, la ciencia nos explica que un embrión (nombre que se le da al organismo humano en la etapa inicial de su desarrollo, desde la fecundación hasta la octava semana del embarazo) no es un ser vivo, ni mucho menos un ser humano.

En uno de mis artículos aparecido en este mismo medio, titulado “Padre, perdona a Francis Kaplan” (05-04-2021) retomé los argumentos de este destacado filósofo francés (1927-2018) para explicar la diferencia entre vida y ser vivo.

He aquí lo planteado, casi integralmente, en ese artículo:

En su obra “L’embryon est-il un être vivant?” (¿Es el embrión un ser vivo?), ed. Félin, 2008, Kaplan nos dice: un embrión es ciertamente vida, un conjunto de tejidos y células, igual que un pie o una oreja, pero no es todavía un ser vivo, un individuo dotado de unidad, identidad e independencia. La idea de ser vivo presupone una suficiente independencia, un funcionamiento y un desarrollo autónomo.

Todavía más, un ser vivo no se define solo por sus funciones, también es necesario que estas funciones le permitan vivir, sin que necesariamente sea totalmente autárquico, esto es contrario al concepto de la vida, pero de ninguna manera debe depender de una o varias funciones ni de otro ser vivo para asegurar su existencia.

Las principales funciones del embrión, explica Kaplan, son aseguradas por el cuerpo de la madre. Por ejemplo, son las secreciones de ciertas células de la madre las que suministran al embrión los metabolismos necesarios al funcionamiento de los suyos, el aire le llega por la función respiratoria de esta, la función renal evacua sus excrementos, etc. Ciertamente el embrión realiza algunas funciones, pero depende en mucho de la actividad biológica de la madre para mantenerse vivo.

Kaplan, consciente de las objeciones que podían hacerle a su tesis, no se queda en esta dimensión biológica, sino que toma también en cuenta el argumento del ser humano en potencia (que tanto le gusta a los provida) y establece la diferencia entre dos acepciones del concepto de potencial: el potencial como simple posibilidad (un pedazo de mármol en estatua) y el potencial como necesidad (la semilla en la planta), si se entiende que el embrión es un ser vivo en el sentido de una posibilidad, él no sería más un ser vivo que un pedazo de mármol es una estatua, su determinación se mantiene del exterior, depende del agente que la realizará, él no es por sí solo un ser vivo.

Si, por el contrario, se entiende el potencial en el sentido de una necesidad de transformarse, habría que mostrar que el embrión podría convertirse en un ser vivo por sí mismo, por su desarrollo interno, pero su dependencia funcional de la madre impide concebirlo como un ser vivo en potencia.

Vemos pues que, a la luz de la tesis de Kaplan, las iglesias y los provida, al dar categoría de ser vino a un fragmento de vida (embrión) se meten en un gran problema filosófico: validan una teoría materialista del alma. Tremenda contradicción.

Además, afirmar que todo “ser humano” debe ser reconocido como “persona” desde el momento de la fecundación, plantea muchos otros problemas que trascienden la filosofía y pasan a otros campos, como la ciencia, el derecho y la ética.

La lista de problemas que plantea la idea de que todo “ser humano” debe ser reconocido como persona es larga, pero brevemente nos referiremos a tres:

  • Las investigaciones sobre las células madres con lo que ya la ciencia comienza resolver algunos problemas y muchos otros podrían resolverse en el futuro, serían ilegales;
  • Una mujer que, sabiendo o no que está embarazada, se fuma un cigarrillo o se toma una cerveza podría ser acusada de maltratar al “ser humano” que tiene en el vientre;
  • Y, finalmente, habría que satanizar, condenar, a las Naciones Unidas y a todas las organizaciones de defensa de los derechos humanos que operan en el mundo por su total inferencia frente a un “descomunal genocidio”: las decenas de millones de abortos que anualmente se producen en el mundo. También habría que condenar a la mayoría de los Estados del mundo donde el aborto está legalizado o es autorizado bajo condiciones excepcionales, generalmente las tres casuales que aquí siguen siendo una aspiración de la mayoría de la población, a la que se opone una clase política anclada en el siglo XIX.

Es pues basados en esta idea anticientífica (bendecida por las iglesias) que hace de vida y ser vivo una misma cosa, que nuestros legisladores legislan para recular y pisotear derechos, contrario a lo que indica el buen juicio, que debe ser siempre para avanzar, modernizar, humanizar, ampliar derechos y libertades.