Con el nuevo año, muchas personas acostumbran a fijarse metas individuales con el objetivo de alcanzar un determinado nivel de desarrollo personal. También, como sociedad, existen retos que deben abordarse de manera imperiosa si se quiere sostener un proyecto de comunidad saludable.
Uno de estos desafíos es cómo lidiar con el problema de las noticias falsas o bulos informativos divulgados a través de las redes sociales. Si bien es cierto que las noticias falsas construidas para la manipulación han formado parte de la historia del quehacer político, la existencia de las redes sociales incrementa la cobertura y el impacto de cualquier información malintencionada.
Además, la naturaleza de nuestro cerebro hace que procesemos la información mucho más acorde con procesos de adaptación y reducción de incertidumbre que conforme a criterios de adecuación a la verdad. Por ello, es tan común incurrir en sesgos o falacias, como la tendencia de aceptar la información que confirma lo que ya creemos y de rechazar u obviar aquella que objeta nuestras creencias.
Por tanto, no es casual la facilidad con que una noticia falsa puede propagarse desde una determinada red social si la misma coincide con prejuicios arraigados, ciertas expectativas o creencias adquiridas. Si, por ejemplo, un individuo ha interiorizado una educación que promueve el fundamentalismo de una determinada ideología, es más propenso a aceptar los bulos informativos relacionados con dicha concepción del mundo, tendencia reforzada por las plataformas tecnológicas cuyos algoritmos configuran mundos en función de nuestras preferencias manifestadas en las redes.
Desde el punto de vista político, las consecuencias son dañinas para las sociedades que aspiran a nutrirse del diálogo democrático. Este exige la existencia de unos presupuestos comunes de racionalidad que los fundamentalismos y las polarizaciones tienden a rechazar. Si los seguidores de ideologías contrapuestas habitan mundos inconmensurables, no es posible establecer acuerdos sociales mínimos sobre nuestras formas de vida compartidas.
Al mismo tiempo, existe una crisis de autoridad epistémica que promueve la voz de nuevos agentes generadores de opinión (influenciadores) quienes pueden servir como transmisores de información distorsionada. Ante la ausencia de referentes y procedimientos de validación consensuados en la Red, como los existentes en el mundo académico, la proliferación de puntos de vista no fundamentados se iguala a las creencias mejor contrastadas. Esto genera una atmosfera intelectual de confusión. En mi próximo artículo, abordaré algunos recursos que se han construido para intentar esclarecer esta situación.