Basta con estudiar la historia política de la humanidad, desde la formación de los primeros Estados hasta el siglo XX, para descubrir que ha predominado, mucho a poco, las formas autoritarias y despóticas de gobernanza, para beneficio de las minorías, sobre las formas de gobierno orientadas al bienestar de las comunidades y mucho menos las formas de gobierno donde las comunidades son actores primeros en la gestión del poder. Estas modalidades ocurren en las diversas formas de poder político y militar, pero también en las formas económicas de gestión, estructuras religiosas, organizaciones sociales, escuelas y familias.

Los modelos de gobernanza se han desarrollado históricamente de manera espontánea, usualmente debido al uso de la violencia de quienes se erigen como gobernantes y la debilidad física y organizacional de los gobernados. En la modernidad europea ocurrió un hecho especial y es que pensadores entre el siglo XVI y XVIII postularon -sin ninguna evidencia empírica- que las primeras comunidades humanas se articularon en base a un contrato social y -la consecuencia más importante- si cambiaban los modelos absolutistas de las monarquías, necesitaban un nuevo contrato social y eso produjo los documentos fundacionales de la Revolución Gloriosa, la Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Revolución Haitiana. De hecho la idea de un contrato social proviene de la experiencia comercial de la burguesía naciente a partir del siglo XV, donde los acuerdos de compra y venta generaban un contrato entre las partes.

En el siglo XXI nos movemos entre dos extremos ideales, la tiranía absoluta y la democracia plena, y muchas variantes reales de combinaciones. Es un hecho que fuera de las experiencias de la Atenas del siglo V a.n.e. y varias repúblicas-ciudades italianas entre el final del periodo feudal e inicio de la modernidad, no tenemos modelos de liderazgos con algún grado de participación amplia de la sociedad. Incluso en los casos mencionados la inmensa mayoría de los habitantes de Atenas o Florencia, no disfrutaban del derecho de participar en la toma de decisiones de gobierno. Una vez comienzan los grandes cambios económicos, políticos, religiosos, filosóficos y sociales del siglo XVI en adelante la búsqueda de ampliar la participación política de grupos sociales -y a partir de las grandes revoluciones mencionadas en el punto anterior- la formación de grupos con intereses diferentes, nucleados en los llamados clubes o partidos, fue gestando formas plurales de participación y modelos de democracia que garanticen la alternabilidad en el poder de partidos y movimientos políticos.

A nivel social, sobre todo en los negocios, la educación y más recientemente en las estructuras religiosas, se impulsan formas de liderazgos compartidas, donde el número de participantes activos se amplía, incluye sectores anteriormente marginados como las mujeres, personas de otras etnias o con capacidades especiales. Esto se nota en la conformación de juntas directivas de empresas, partidos políticos, organizaciones sin fines de lucro y en las organizaciones religiosas.

En la medida que durante la segunda mitad del siglo XX, y lo que llevamos del XXI, la comunicación a escala planetaria permite ver otras culturas, experiencias sociales y modelo políticos, y por tanto más comunidades exigen participar activamente en las decisiones de las organizaciones, los gobiernos locales y el Estado. Aquellos Estados que mantienen modelos autoritarios procuran controlar el acceso a la información y la organización de su pueblos (Corea del Norte, República Popular China, Venezuela, Cuba o Nicaragua) para evitar el efecto contagio. En muchas sociedades abiertas el control de la información es más sutil, pero no menos efectiva, manipulando la opinión pública a través de los medios tradicionales o las redes sociales (el caso Trump, el Brexit, la guerra de Ucrania y el genocidio en la Franja de Gaza). Por lo tanto no basta el acceso a información para generar liderazgos compartidos y plurales, es necesario que dicha información sea veraz y se promueva la diversas de puntos de vistas.

Enrique Dussel en su obra 20 tesis política postula que “La nueva teoría (política) no puede responder a los supuestos de la modernidad capitalista y colonialista de los 500 años. No puede partir de los postulados burgueses, pero tampoco de los del socialismo real (con su imposible planificación perfecta, con el circulo cuadrado del centralismo democrático, con la irresponsabilidad ecológica, con la burocratización de sus cuadros, con el dogmatismo vanguardista de su teoría y estrategia, etc.). Lo que viene es una nueva civilización transmoderna, y por ello transcapitalista, más allá del liberalismo y del socialismo real, donde el poder era un tipo de ejercicio de la dominación, y donde la política se redujo a una administración burocrática”.  Su propuesta en dicho libro es construir una forma de poder, un modelo de liderazgo que sea “obediencial”, es decir, que todo el que ocupe un puesto de autoridad ha de ejercerlo como servicio y en obediencia a la voluntad, por supuesto críticamente dialogada, de la comunidad, de las bases que lo escogieron. Esa es la mejor garantía de un liderazgo de confianza.

El estudio de los procesos vividos siempre ha sido promovido por los pensadores y líderes políticos, especialmente de las izquierdas (burgueses antes del XIX, marxistas del XIX en adelante), para actuar con mayor sagacidad en la consecución de sus objetivos. Pero, como las condiciones objetivas y subjetivas de los procesos a escala mundial siempre están cambiando, no siempre es posible ser certeros en dichos análisis.

En el presente uno de los problemas más importantes es que en muchas sociedades el descrédito de formas democráticas de gobierno para resolver problemas como el empleo, la alimentación, la salud, la seguridad o la educación de calidad para todos, ha llevado a un estado de opinión que favorecería formas autoritarias siempre que resuelvan los problemas urgentes. (El caso de El Salvador o China van en dicha dirección)