Tengo la certidumbre de que la luz del día no miente, pues la noche es un disfraz del tiempo: máscara de seducción más fiel que la propia sombra de la muerte, ahora comprendo que espejo, cielo ni flor tampoco mienten. Aquellos periodos, inapelables y nunca imperceptibles, en los que fue creándose una atmósfera junto al espíritu una época convulsa, fueron sembrando en nosotros, los de entonces, seres proclives a la nostalgia abismados en sí mismos, todos los sueños del futuro. Miente el bolero cuando dice que la vida es una mentira, no así quien escribió Los ejes de mi carreta, allá por el año 1948, porque la vida es memoria y es deseo.
El Club del Clan, continuación de la Nueva Ola, que además fue su punto de origen, con sus artistas pop juveniles es metáfora clarividente de una gran carga emocional para mi generación. No bien transcurridos los días del twist ni del primer rock and roll, el movimiento musical emergió con fuerza abrasadora en la juventud, con las camisas de nylon a rayas y los pantalones de poliéster y campanas que caían como medallas sobre los zapatacones, preferidos habitualmente por hombres de poca estatura. Eran, además, los inmediatos días anteriores y posteriores a los acontecimientos fatales de la primavera del 65.
De manera que son instancias emocionales mediante las que aprendimos a soñar y, sin saberlo, estaba confirmándose que la ilusión es materia fundamental de la vida, divisa que el paso del tiempo va tejiendo con el mismo esplendor de los muchachos que fuimos y que, de alguna manera, seguimos siendo todavía en el recuerdo.
Aún en los animales, la mirada es un gesto o un discurso más revelador que la propia palabra sonora debido a que revela verdades más profundas e impalpables. El ser humano de hoy es un náufrago: pez ciego y sordo en un cardumen de infinitos colores buscándose a sí mismo no obstante la marea de tempestad, pues uno es lo que ama y lo que desea. Las tentativas de hoy son las de siempre, las que creímos redentoras de la raza humana.
La memoria y el deseo son más fieles que el aliento, como diría Julio Cortázar en su magistral novela corta El perseguidor. Los estorbos de las noches inútiles son tan válidas y memorables como las que han sido tan fértiles como el propio deseo o la vida misma. Flotan las mismas auras porque escritura y música son la búsqueda de un yo que no siempre es mayúsculo ni el nosotros de Whitman.
Muy largo exordio para dejar constancia de algunas de las cosas que aprendimos de la época en que, espiritualmente, nos formamos: el deseo que se expresa cuando el tacto, el ojo o la memoria despiertan en los enigmas que somos. ¿Quién no enternece aun, sin salir a procurar aquellas ilusiones, con los hechizos del tiempo aún sean percibidos como obras del azar? Hay palabras que definen tanto o más que los hechos, párrafos que narran historias, golondrinas o gaviotas que en la plenitud del vuelo diseñan mapas de países no se sabe si posibles o imposibles o sin son ecuaciones y álgebras improbables. Si las matemáticas son exactas y Pitágoras no miente, dicen desde siempre.
Con la música de ese tiempo está construido el armazón emocional de mi generación. Los recuerdos de la Nueva Ola y el Club del Clan no me dejan mentir. El twist y el rock and roll en la antigua Radio ABC, entonces propiedad del arzobispado de Santo Domingo, dirigida por el estelar Juan Nova Ramírez y ubicada en la zona norte de la ciudad, con José Joaquín Pérez (Jojó Pérez) y su Alta Tensión de todas las tardes y Jesús Sánchez, el Loco-Loco que como sombra alada sigue paseándose por El Conde.
Radio Radio, La emisora de los éxitos, transmitía El Club del Clan, música de la Nueva Ola y los clubes de amigos de varios artistas (Tito Rodríguez, Roberto Ledesma, Felipe Pirela y Marco Antonio Muñiz, entre otros), con estudios instalados en el segundo piso del edificio El Palacio, El Conde esquina 19 de Marzo, programada por Jesús Rivera, con un equipo de locutores (César Peguero, Güicho Pichardo, Gustavo Arias y el propio Jesús Rivera). Tanto Peguero como Pichardo fallecieron hace pocos años; de Arias hace años que no tengo noticias.
Soy de los que escuchan esta música con mucha frecuencia sin que esto implique estar atado a las emociones que nos devuelve, pues gran parte de mi mundo emocional descansa en esos compases y en las voces que dieron a conocer las canciones, así como en otros el tango o el danzón producen iguales sensaciones. El Club del Clan o la Nueva Ola es un importante momento emocional a los que muchos regresamos con frecuencia.
En el momento en que escribo estas divagaciones, anochecer de viernes, suena en mi Sony Lucecita Benítez, precedida por Palito Ortega y Chucho Avellanet. En breve habrá de sonar Julio Ángel, El Diamante, muerto en su Puerto Rico en muy tristes condiciones hace tres o cuatro años. Enrique Guzmán, Tu cabeza en mi hombro, interpretando al gran Paul Anka, autor también de piezas imprescindibles como My Way, Oh Carol, You Are My Destiny y el super éxito Diana. Violeta Rivas, Johnny Tedesco, Raúl Lavié, Lissette Álvarez y Teddy Trinidad; Chico Novarro, Nicky Jones, Leo Dan y el excepcional Palito Ortega son piedras angulares de ese momento. Qué Suerte, El baile del ladrillo, Besos de papel, Un muchacho como yo, Corazón contento, El baile del recluta, etc. Pueden avalar lo que digo.
En la ceremonia del recuerdo el oído y la copa tienen hondas responsabilidades. Recordar es habitar, mientras, el paraíso o en infierno. El Nobel García Márquez empieza su primer y único volumen de memorias, Vivir para contarlo, afirmando que uno es lo que recuerda, concepto tantas veces esgrimido. Duele entonces recordar que el autor de Cien años de Soledad murió del mal de Alzheimer, esa fatalidad o traición que hace de la vida y de quienes rodean a quien la padece una verdadera tragedia.
Una persona de mi generación automáticamente regresa cuando escucha, por ejemplo, El pañuelo que dejaste aquella noche, Lupe, de los Johnny Jets, Las Mosquitas o ese Papeles que Palito Ortega escribió con caligrafía de oro y que varios artistas (Enrique Guzmán, Carmita Jiménez, etc.) han interpretado.
Y qué decir de esos LP (en su día) insuperables como Momentos Íntimos con Roberto Yanés, La Serenata del Siglo, Marco Antonio Muñiz y la Rondalla Tapatía o Mil violines, del extraordinario Chucho Avellanet!. Es muy difícil no dejarse llevar por las olas del tiempo que regresa como todo río, pero nunca el mismo ni sombra del que fue, sino otro precisamente por las otredades a que nos lleva y que sigue el concepto de Heráclito.
La Nueva Ola y su engendro, El Club del Clan, vertiendo al español temas conocidos originalmente en inglés, estremecieron a América Latina y a España para convertirse en mitos como mitos son, en el cine del mismo tiempo, Al maestro, con cariño, de Sidney Poitier, el monumental Anthony Quinn en Zorba el Griego, la novela de Nikos Kazantzakis llevada al cine, tan monumental es La novicia rebelde como la mismísima Melina Mercouri de Nunca en Domingo en una impresionante imagen como aquella en que aparece sobre la cama encendiendo un cigarrillo y cantando la canción que da título al filme, sin presentir que ese mismo tabaco la llevaría a una triste muerte, tiempos después, en New York. No olvido esa joya maestra Lo que el viento se llevó ni Taxi Driver, tampoco ni Gritos y susurros, aunque escribo de memoria, porque son parte de lo que somos los de nuestra generación.
Algunos de mis lectores dirán el cine Rialto, el Santomé, el Leonor o el Olympia, pero yo recuerdo más los temas musicales, rostros, gestos e instantes como aquel en que fue prohibida aquí la exhibición de La batalla de Argel. O el inolvidable Marlon Brando mientras en El último tango en París, vista una y otra vez en tanda vespertina del cine Triple, extiende el brazo y extrae de la nevera la barra de mantequilla para violar (realmente) en sexo anal a María Schneider, muerta creo que el año pasado.
Toda vida es novela, cada instante como cada pétalo también lo es. La noche es la historia impetuosa del tiempo que, burlón e indetenible, nos acorrala. Mientras el tiempo fluye azul de metileno o violeta de genciana: luz sobre la llaga fresca, sombra que a sí misma se cuestiona, ahora que ya es noche me pregunto si acaso no somos más que sombra de otra sombra.