En Django desencadenado, la película de Quentin Tarantino, el personaje Stephen Candie (Samuel L. Jackson), mayordomo afroamericano del amo Calvin J. Candie (Leonardo di Caprio), enfurecido al ver a un negro, Django Freeman (Jamie Foxx), montado a caballo, se dirige a su amo con indignación: “— ¿Ha visto, amo? ¡Ese negro tiene un caballo! — Y… ¿Tú quieres un caballo, Stephen? — ¿Para qué mierda quiero yo un caballo? ¡Lo que quiero es que él no lo tenga!”.

Esto es pertinente porque la semana pasada, a propósito de las inhumanas acciones emprendidas por el gobierno de Donald Trump contra inmigrantes, indigentes y empleados públicos, Junot Díaz advertía que, para entender estas iniciativas, debíamos acudir a la noción de “sadopopulismo”, acuñada por Timothy Snyder. De acuerdo con Snyder:

“El populismo ofrece cierta redistribución, algo del Estado para la gente; el sadopopulismo solo ofrece el espectáculo de que otros están aún más desposeídos. El sadopopulismo alivia el dolor de la inmovilidad dirigiendo la atención a otros que sufren más. A un grupo se le asegura que, gracias a su resiliencia, le irá menos mal que a otro […]. En otras palabras, el sadopopulismo negocia no otorgando recursos sino ofreciendo grados relativos de dolor y permiso para disfrutar del sufrimiento de los demás”.

Este concepto, utilizado para analizar a Boris Johnson y Bolsonaro y que podría también aplicarse a Milei, aclara por qué es posible que tanta gente y tan entusiastamente votaran por Trump. Para Snyder el líder sadopopulista es aquel que diseña políticas “para dañar a la parte más vulnerable de su propio electorado”, en tanto que el electorado sadopopulista consiste en votantes que eligen un candidato para administrar su dolor y “fantasear con que ese líder lastimará aún más a sus enemigos”.

Muchos pensamos que este electorado estaba compuesto por resentidos, que un líder populista como Trump fue capaz de convencer a millones de sujetos invisibilizados y excluidos por la “sociedad del desprecio” (Axel Honneth) de que la humillación que sufren puede desaparecer transformándola en enfado -en lugar de reconocimiento de sus derechos- e infligiendo daños a otros humanos que, en la cadena alimenticia del desprecio, están más abajo (otros pobres, negros, latinos, inmigrantes, homosexuales, mujeres) o a aquellos que, desde posiciones elitistas, los consideran a ellos “deplorables”.

Estábamos equivocados. En verdad, como afirma Karen Entrialgo, comentando ideas de Jacques Rancière sobre Trump, “contra la tendencia a ver en los seguidores de Trump mentes débiles engañadas por los fake news, sectores desheredados, desclasados y abandonados; o bien, resentidos frustrados y violentos indignados; […] todos reunidos por un sentimiento de desigualdad, […] no se trata de sentimiento de desigualdad, sino de sentimiento de privilegio; no se trata de frustración, sino de satisfacción placentera”.

Definitivamente, la motivación de gran parte del electorado sadopopulista de Trump es “lastimar a otros” y tener la oportunidad de disfrutar “cuatro años de entretenimiento violento” (Joseph O’Neill). Como bien -en Gladiador 2- le dice Macrino (Denzel Washington), dueño de un grupo de gladiadores, a Lucio, citando supuestamente a Cicerón, “un esclavo no sueña con la libertad, sino con sus propios esclavos”. El lema sadopopulista -que circula en las redes- es entonces “make humans slaves again” o, mejor aún, el que gana es el que goza haciendo -y viendo- sufrir al otro.