Ser un país pobre y “ejercer” es una posición en la que nadie quiere estar. Pero ser pobre y ser catalogado como “una potencia económica” de una región, sin serlo realmente, puede afectar a un país como el nuestro que tiene un largo camino por recorrer para alcanzar ciertos niveles de desarrollo.

El crecimiento de nuestra economía por más de dos décadas nos ha colocado en una posición envidiable en la región de Centroamérica y el Caribe, pero también eso tiene sus bemoles.

Para una parte importante del concierto de naciones, decenas de países están mucho peor que la República Dominicana. En el ámbito de la cooperación, los grandes países y los grandes organismos internacionales disponen de una especie de lista de naciones a las que dirigen sus ayudas. Y evidentemente, desde hace unos años, nuestra nación está excluida de esa lista.

Con ese crecimiento sostenido, la República Dominicana es uno de esos casos en el que su éxito ha obrado en su contra como receptáculo de grandes ayudas internacionales para los proyectos de desarrollo.

Los principales productos de la región del Caribe son los productos mineros y energéticos, y las actividades de agricultura, ganadería, industria, turismo y transporte marítimo. Y nuestro país ocupa un lugar privilegiado en lo relativo a la producción en cada uno de esos sectores. Sin embargo, siempre se ha argumentado que esa riqueza no llega hasta las clases más empobrecidas nacionales.

En términos de recibir ayudas, nuestro país se ha convertido en víctima de su propio éxito. Los recursos que en el pasado nos ayudaban a mitigar las precariedades de los dominicanos más pobres, hoy se están orientando a otras áreas del mundo.

Y aunque esto parezca broma, tal exclusión ha impactado el trabajo de algunos políticos. Para quienes, desde el poder, manejan los recursos del estado en su propio beneficio políticamente hablando, la imposibilidad de acceder a recursos frescos cada año, se le pone difícil. No poder acceder a programas de desarrollo y de financiamientos no rembolsables, debido a un crecimiento económico que pocos ven, es para muchos una desgracia.

Otro aspecto de la realidad es que la situación del mundo ha cambiado, los grandes presupuestos que antes venía a parar a países necesitados, hoy se está quedando en cada nación para resolver en parte los problemas de los pobres en su propio patio.

Pero estas exclusiones se dan algunas veces en otros ámbitos. Vale resaltar el caso del concurso de visas y residencias de los Estados Unidos. Nuevamente, en este 2023, la República Dominicana ha quedado excluida para que sus ciudadanos puedan ser beneficiados con un visado. Y en este caso, y en eso lo debemos admitir, escapa a la responsabilidad de nuestros funcionarios.

Se podrían ofrecer otros argumentos para nuestra exclusión en el ámbito de la cooperación, pero la realidad es que cada vez estamos más apartados de los grandes objetivos de esas naciones. Y que a veces, errados o no, se siente la sensación de que esto acá, poco importa, o al menos, no mueve a la acción de los funcionarios a quienes le compete.

En sentido amplio, los recursos disponibles dentro de los programas de cooperación destinados a países en desarrollo pueden ser mejor aprovechados por nuestro país. Sin embargo, muchas veces, las oportunidades no se capitalizan por carecer de una infraestructura en el estado que “trabaje verdaderamente” en la identificación y el aprovechamiento de esas oportunidades.

Y me pregunto, ¿de qué nos sirve ser catalogado como potencia si no hacemos todo lo necesario para que los recursos que nos deja el desarrollo sean capitalizados en favor de la mayoría? La cuestión no es ser potencia o no, lo más importante es que los recursos de que disponen las potencias económicas nos lleguen y en consecuencia los hagamos llegar a los más necesitados.