Por salir del redil donde conforme vivo, en el colorido y fascinante Caribe, decidí, el año que recién acaba, hacer una visita de esparcimiento y relajación a la vieja Europa.

Temerosa y prejuiciada a causa de la época que nos ha tocado vivir, de modas raras, comportamientos relajados y fecunda en el uso de todo tipo objetos y recursos dudosos en nuestro país, algo de angustia presentía en mi viaje. Este tiempo que los filósofos han denominado posmodernidad, o postmoderno, mueve a preocupación. Lo mismo que este homo sapiens inconforme e inquieto, que quiere siempre transformar la realidad del hoy y el ahora no deja de llamarme poderosamente a la atención.

Así, con ese imaginario, emprendí mi viaje por aquellas latitudes, llena de escepticismo, hacia lo que bien podría ser el espejo de los nuevos tiempos, y a lo que en el porvenir nos dejaría como resultado la puesta en ejecución de la agenda 20-30. Desde mi media isla querida y entrañable, República Dominicana, preocupada y lamentando el retroceso que ha experimentado nuestra sociedad. El advenimiento de costumbres e influencias ajenas a nuestro contexto y nuestro devenir, así como la irrupción de los múltiples códigos exógenos, extraños y atípicos que hoy permean casi todos los extractos de la vida dominicana, me hicieron pensar que esa suerte de epidemia social era común a todo el mundo.

Muchos de nuestros coetáneos aprecian vivir en su particular espacio de confort existencial. En mi caso, como artista, deseo espacios con niveles cada vez más acordes con mis aprendizajes, gustos y convicciones. Las aspiraciones que tengo respecto a mi país apuntan al logro de una mejor sociedad; esto es, con grados cada vez mejores de educación y cultura a los que vislumbramos actualmente. No deja de ser preocupante, sin embargo, resulta difícil abstraerse, encontrar ambientes compatibles con semejantes preferencias y perfil.

Directa e indirectamente, estamos expuestos a lo que no queremos consumir. La supuesta música de hoy, puro ruido ensordecedor, con el añadido de las indecencias de sus letras; la visual tóxica de la moda que los denominados influencers se empeñan en que impere; los medios tradicionales, haciéndose eco de todas esas aberraciones agendadas y pagadas, entre otras muchas barbaridades, constituyen fehacientes retratos de la situación actual de nuestro país.

No parece haber límites, o, al menos, eso es lo que se nos quiere hacer creer. Dondequiera que uno se mueva, o, simplemente, con sólo abrir la puerta de su casa, estaremos vigilados, controlados y, ante todo, manipulados. Definitivamente, nos invade la cualquierización. Se nos quiere hacer creer que los valores de siempre son cosas del pasado. Todo ello contribuye, de la manera más abyecta, a la degradación social.

Hoy, los gobiernos asignan menos presupuesto a las instituciones culturales y artísticas. Las políticas, los planes, la preservación de los monumentos, obras artísticas y culturales, las iniciativas tendentes a desarrollar ese sector, lamentablemente no son del interés de los políticos ni de los empresarios. Unos y otros ignoran la importancia de este renglón para la formación un ciudadano humano, no de una marioneta propulsada por superiores malvados para la desconstrucción de las tradiciones, los valores culturales, por lo tanto, para la aniquilación de la familia como núcleo social.

Retomando el tema de mi viaje al viejo mundo, que duró alrededor de dos meses, pude constatar que las recaudaciones por concepto de turistas atraídos por la importancia cultural y artística de países como España, Francia, Suiza, Portugal e Italia, entre otros, aportan extraordinarias sumas de dinero al PIB de cada uno de ellos. Por lo tanto, es injusto y necio no atender a los reclamos de la cultura en todas sus dimensiones. El mundo no se concibe sin arte.

Millones de visitantes, hoy por hoy, siguen visitando los vestigios del arte y la cultura del pasado. Nos sorprendió la necesidad de la gente en buscar de nuestros antepasados, sobre todo de aquello de lo que fuimos capaces de hacer de manera hermosa y de colosales dimensiones. La vuelta al espíritu noble, el enaltecimiento de lo bello, el respeto por la creación excelsa, el resurgimiento de la emoción como liberación del alma, y la reconciliación del yo como protagonista social con el surgimiento del Renacimiento.

No es verdad, y pudimos darnos cuenta, como se suele oír por estas latitudes de occidente, que el arte clásico está enterrado, es despreciado y carece de público; que está fuera de contexto en el tiempo y la era cibernética en que vivimos. Sorprendentemente, me llevé un grato y feliz asombro, totalmente contrario a lo que creíamos. Lo que vimos en esas tierras lejanas e históricamente pretéritas fue una avalancha de necesidad casi imperiosa de ser y estar cerca de esa naturaleza humana poderosamente creativa heredada de siglos. De todo lo que nos quieren apartar, y a lo que definitivamente el público se resiste.

Parece ser que en América nos quieren obligar a estar en la caverna de Platón, haciéndonos creer que todo es lo mismo en todos lados. Pues no. Percibí otra cosa. La juventud no está masivamente perdida, ni tampoco la familia dividida, ni los museos vacíos, ni los espectáculos clásicos sin público, ni los niños alienados con los celulares, ni las modas estrambóticamente horribles, ni las mujeres con cirugías de nalgas, senos y caras de zombis, ni las tiendas de marihuana con clientes, ni hay ruidos estridentes en las calles. Nada de eso vimos.

No todo está perdido le comenté a mi esposo con alegría. ¡Qué bueno que el viejo mundo no está del todo malogrado! El interés innato del hombre en buscar entre las ruinas, los vestigios del pasado, recodos de lo que nos identifica y nos hace diferentes a los demás animales. La memoria histórica nos enlaza con el presente y nos afianza como especie en evolución.

Todo el bombardeo publicitario manipulador, en el que nos vemos sumergidos en los últimos años, sobre todo en los países tercermundistas, vislumbramos que es un propósito que trata de acortar la mirada lejana hasta dejarnos ciegos y convertirnos en borregos de los intereses agendados para propósitos execrables. Asimismo, se nos hace creer que el mundo cambió, y que los sistemas tecnológicos y de consumo son los que controlan al mundo, y que el pasado no representa importancia alguna, con hincapié de que se trata de una era arcaica y sin perspectiva. Se nos induce a construir una prosperidad que viene dada por los bienes y servicios de consumo que el empresariado, en contubernio con los gobiernos de turno, nos venden como fórmulas y medios que nos atan para la tan codiciada y ansiada sociedad de felicidad.

Los chinos con sus grandes almacenes para la venta de todas las baratijas habidas y por haber, las farmacéuticas con la solución a todos los males del cuerpo anulando su sapiencia inmunológica y regenerativa, la industria alimenticia con su oferta nefasta de productos completamente tóxicos ofertados por cadenas y cadenas de supermercados que proliferan como tilapias en las peceras, las marcas de ropas que son, igualmente, una de las plagas del momento, cuyos vertederos se igualan a los de basura normal, y un gran etcétera de futilidades de gran magnitud.

Pues, pudimos observar al ciudadano europeo muy sencillo en su perfil, y a familias enteras compartiendo paseos y comidas. Vimos millares de personas interesadas por museos, teatros, restaurantes, tiendas de souvenires, boletas agotadas para los espectáculos y demás. Todo un acontecimiento cultural masivo. No es verdad que son malos tiempos para el arte culto. En Europa, en su gran mayoría, la gente no está consumiendo lo que les ofrecen las grandes plataformas comerciales de cualquier índole. Todos los establecimientos de grandes marcas lucían vacíos, país por país. Cuidado si el vendaval de la superficialidad terminó en esas latitudes y están experimentando una vuelta atrás, hacia el fundamento de las cosas.

Nos quieren vender la idea de que los dioses del comercio son el paradigma de la felicidad. Se busca que creamos que consumir y asumir estas posturas son la panacea de la existencia, que no valoremos el otro lado de la moneda. Es tiempo de preguntarnos si no nos estamos enfrentando a un proyecto de desmonte de nuestra cultura o esencia de país, con el propósito espurio de facilitar la descomposición y el adoctrinamiento.

La tranquilidad ha vuelto a mi alma al pensar que no todo está perdido, y que la esperanza de humanidad está al final del túnel.