La plataforma WatchMojo recopiló diez “escenas ridículas” de telenovelas mexicanas. Hay que admitirlo: el contenido es gracioso y me trae recuerdos agradables de tardes y noches en las que miraba de reojo la televisión, mientras hacía tareas escolares en mi casa o en casas de tías y amigas.

En la selección se recogen producciones de la década de 1990 (esas marcaron mi adolescencia, a quién vamos a engañar), de las décadas de 2000 y 2010;  y una de 1989 (El extraño retorno de Diana Salazar).

¿Saben qué tienen en común todas las “escenas ridículas”? Son protagonizadas por mujeres.  Los escritores ponían a las protagonistas y antagonistas de las telenovelas que llegaron a millones de hogares latinoamericanos y caribeños por meses, y a veces por años, en situaciones ridículas y absurdas de forma constante. Así que es esperable que, al recopilar este tipo de escenas, casi todas o todas estén protagonizadas por mujeres.

La maldad encarnada

Los personajes de “Rubí”, interpretada por Bárbara Mori ( Rubí, 2004) y “Soraya Montenegro”, a quien dio vida Itatí Cantoral (María la del Barrio, 1995) representan la encarnación de la mujer perversa, malvada (sin matices) y, cómo no, obsesionada con un hombre. Obsesión que las lleva a insultar, golpear, falsificar documentos, mentir y matar, si fuera preciso.

Las ambiciones financieras, profesionales o personales de las villanas (cuando las tenían), quedaban siempre condicionadas al deseo de “tener” a un hombre, que, en producciones de las décadas de 1990, 2000 y 2010, se quedaba con la “chica buena”.

Esta “chica buena” era una mujer tan ingenua que parecía una niña atrapada en el cuerpo de una adulta (y, de hecho, casi siempre era o parecía más joven que la villana). Otro recurso fácil de las producciones audiovisuales: viejas amargadas y malvadas contra jóvenes inocentes y bondadosas.

Soraya Montenegro es una adulta hecha y derecha que, histérica, golpea a una inocente chica, una adolescente, en silla de ruedas a quien “Nandito” ama.

La situación no solo es ridícula y graciosa (por lo absurdo), también simbólica de un patrón en el que los hombres son el centro de las vidas de las mujeres. Y en las trayectorias vitales de los hombres debe haber una chica inocente y buena (para casarse); y otra, de algún modo no apta para formar familia, mala, y en el caso de las telenovelas mexicanas, también irracional e histérica.

La racionalidad en muchos guiones de esa época estaba reservada a los hombres: buenos o malos parecían atender temas cotidianos e importantes de la vida, como guiar a la familia, mantener empleos, construir empresas; o incluso cometer errores desde la complejidad emocional y racional que nos caracteriza a todos y todas como seres humanos, dentro de los límites de este tipo de producciones…

¿Qué decir de Rubí y su icónica escena? Una mujer que cae por las escaleras tras un ataque de cólera, luego de arrodillarse ante un hombre que no la quiere. Y después, vendada en el hospital, solo clama por venganza.

Rubí y Soraya Montenegro tienen un fuerte carácter y una personalidad imponente que en vez de estar al servicio de una carrera profesional, del cuidado de una familia, una causa social o solo de disfrutar la vida y cuidar de sí mismas, se desperdicia en su obsesión por un amor no correspondido. Y al final, son castigadas, se quedan sin el premio, es decir, sin el hombre.

La “bondad” de las protagonistas

Una chica me dijo: “pero las buenas se pasan la novela sufriendo y solo disfrutan al final, mejor ser mala”.  Nada define más a la protagonista, a la chica buena, que el constante sufrimiento y pasividad ante los desplantes de un hombre, la familia de un hombre y de la malvada de la novela. Y ya, básicamente en esto y en su rivalidad con la antagonista consiste su personalidad durante la mayor parte de la historia.

En algún momento, la “buena” sufre algún tipo de transformación física (se arregla mejor) o de carácter (se convierte en un ser humano con emociones, pensamientos y sentimientos parecidos a los de una adulta funcional). Luego se casa y es muy feliz por siempre.

Pero no disfrutamos de su felicidad, porque llega el fin de la novela. Así no sabemos si sus vidas de casadas se parecen o no a las de las madres, tías, abuelas y madrinas que nos educaron.

No somos como ellas (ni queremos)

Lo que sí sabemos, ahora que podemos reflexionar sobre los productos culturales que consumimos en la adolescencia, es que esas mujeres no se parecen a nosotras ni a nuestras madres, tías, amigas o vecinas.

No somos tan malas ni tan buenas (nadie lo es). Tampoco estamos histéricas, ni vivimos en mansiones y posiblemente pensamos más en el seguro médico de nuestros padres o hijos, la hipoteca o el empleo, que en un hombre.

Pero lo más importante es que no queremos ser como ellas. Es decir, no queremos ser proyecciones machistas de la feminidad: ni María la del Barrio, ni Soraya Montenegro, mucho menos Rubí. ¿Cómo vamos a perder el control hasta caernos de una escalera por un tipo que no nos quiere, cuando hay tantos familiares y amigos que querer y tantos amores para disfrutar a lo largo de la vida?

Del rol de las mujeres no blancas como la Nana Calixta (Silvia Caos) en María la del Barrio, hablaremos en la próxima columna.

Por cierto, ¿cuál era tu novela mexicana favorita o cuál veían en tu casa?

 

*La Canoa Púrpura es la columna de Libertarias, espacio sobre mujeres, derechos, feminismos y nuevas masculinidades que se transmite en La República Radio, por La Nota.