En agosto del año 3007, por los días en que terminaron definitivamente los apagones, el Museo Antropológico convocó a un grupo de expertos. La excavación para el edificio de la “QUESEYO” “Queremos seguro de Yolas”, en la esquina de la Rómulo Betancourt y la Defilló, había desenterrado un extraño pedazo de lata que decía: “No pasajeros” y el círculo rojo con la raya cruzada que antaño indicaba prohibición.
En 50 años, ¡era el primer objeto de metal encontrado, los demás ¡habían viajado a la China!
Habló primero un oficial de AMETMA (Autoridad Metropolitana del Tránsito de Motores en la Acera). El tapón final del 2070 había sido de tal magnitud que, desde Villa Altagracia hasta Boca Chica, ¡nadie podía moverse! Los choferes abandonaron sus vehículos donde estaban. Desde entonces, solo era posible transitar por las aceras y en motores. Los peatones iban por las calles, saltando de carro en carro por sus techos. El experto de AMETMA afirmó: "ese letrero prohibía rotundamente el dejar y montar pasajeros cerca de las esquinas para no obstaculizar el tránsito".
Enseguida le contradijo el director del Archivo Fílmico A. Ortega: "tengo muchos videos de la época que muestran a los choferes dejando y montando pasajeros, delante de esos letreros. No puedo creer que esos letreros prohibieran tal acción, pues las autoridades hubieran castigado a pasajeros y choferes por tan frecuentes violaciones. Esos letreros tenían otra función”.
“Efectivamente compañero,” intervino el presidente de Indignación Ciudadana, “esos letreros de “No Pasajeros,” concientizaban a los usuarios del concho sobre varios aspectos vitales. “No pasajeros”, quería decir, que ninguna autoridad, ni nadie con poder, ya fuese servidor público o señor privado, jamás sería pasajero de concho. Más importante, se informaba de esta manera que sus usuarios no eran pasajeros, ¡eran carga! Solamente así pudieron montar a dos personas en un asiento diseñado para una, y a cuatro, en otro diseñado para tres ¿Cómo, si no hubieran podido obligar a sentarse a un pasajero sobre la palanca de emergencia y pelear con otra, cada cambio de velocidad, viajando apretado como “queso” entre dos panes? Todo usuario del concho sabía que era candidato a volar por los aires si explotaba el tanque de gas de un vehículo cuya “revista” se compraba responsablemente en las farmacias. Sin negar lo sacrificado de este trabajo, muchos conchos carecían de luces de freno, tenían una carrocería destartalada, y puertas que se abrían sacando la mano por la ventana. Efectivamente, sus usuarios, ¡no eran pasajeros!”
[1] Publicado en El Caribe, el verano del 2007.