A lo mejor es una cuestión de extincionismo, o de puro egoísmo, lo cierto es que cada vez más mujeres deciden no convertirse en madres y priorizar otras opciones de ser y existir.
En EE.UU., el 19% de las mujeres entre 40 y 44 años no son madres, representando un aumento considerable en relación a décadas pasadas (Pew Research Center). Igual ocurre en países de Asia y Europa, cuyas tasas de fecundidad están teniendo un impacto en los sistemas de seguridad social.
Todavía es mandatorio que se tengan hijos, y quienes eligen no hacerlo cargan con un estigma. La cultura, en sentido general, está permeada por estereotipos sobre lo que se considera una vida plena y realizada. Para las mujeres, implica encontrar la pareja perfecta, casarse, y tener descendencia. Las “No Madres” son entonces caricaturizadas como madrastras malvadas, o como futuras viejas amargadas y solitarias. Indiscutiblemente, nos inclinamos a favorecer la familia tradicional por encima de otros modelos (puesto que sirve a un sinnúmero de fines económicos).
No se admite que muchas “mueren sin confesar que se arrepintieron de haber tenido hijos”[1]. Sería un sacrilegio. El sacrificio y el desgaste físico y emocional que implica la maternidad resulta insoportable, a pesar de poder amar a sus hijos, y no hablamos de un periodo de depresión posparto.
No romantizo la maternidad ni pienso que sea “lo mejor que me pueda pasar”, aunque no la demonizo. Sencillamente, tengo motivos más trascendentales por los que vivir.
Tomar la decisión de no reproducirse, en particular por no estar dispuesta a asumir todo lo que conlleva, es una afrenta al statu quo, y, al mismo tiempo, una de las decisiones más valientes y honestas. En mi caso, tengo problemas con los roles de cuidado. No me siento a gusto cuidando, con que otros dependan de mí. Se me haría muy cuesta arriba la vida y eso no vale tanto la pena. No romantizo la maternidad ni pienso que sea “lo mejor que me pueda pasar”, aunque no la demonizo. Sencillamente, tengo motivos más trascendentales por los que vivir.
Sin embargo, parece ser que seguirá siendo tema primordial en los roles asignados de género, sin importar la evolución social y cultural. Las mujeres tendrán que continuar luchando por conciliar “lo público y lo privado”, y perpetuando la especie humana.
Las que disentimos no estamos solas. Se han abierto espacios y comunidades para reflexionar acerca de las expectativas que se tienen sobre nosotras y cómo nos afectan. El solo hecho de poder expresarlo ya cuenta.
No debe haber otra manera de vivir que siendo consecuente con una misma.