Crece una corriente de opinión sustentada por actores de medios convencionales que “aconseja” al presidente Luis Abinader hacer caso omiso a las denuncias y reclamaciones viabilizadas a través de las redes sociales. Sin evidencia científica, la sustentan en la supuesta intranscendencia de voces que representan una “jauría de estúpidos”.

Nada más absurdo.

Los nuevos instrumentos de información constituyen el aporte de este tiempo al ecosistema mediático. Son el gran complemento de los tradicionales. Conviven. Y no son ni buenos ni malos. Son diferentes. Obviarlos, negar las interacciones que allí se escenifican y la influencia de sus contenidos en la generación que ha nacido con ellos, equivaldría a creer que el sol no quema porque usted se lo imagina. O sea, negar la realidad.

La caída estrepitosa de la credibilidad y la imagen de los gobiernos de Danilo Medina, por ejemplo, tuvieron mucho que ver con la visibilización en Facebook, Tuíter e Instagram de las malas prácticas de funcionarios de todos los niveles.

Lo socializado allí, al no hallar asomo de escucha ni soluciones, ayudó a construir poco a poco un malestar social que la oposición logró capitalizar al máximo (marchas, concentraciones en plazas).

Cierto que la victoria convincente del Partido Revolucionario Moderno (PRM) en las elecciones del 5 de julio de 2020 resultó de varios factores.

Los más importantes: división del oficialista Partido de la Liberación Dominicana y renuncia de su presidente durante dos décadas, Leonel Fernández, más su alianza coyuntural con el mismo PRM; desgaste del Gobierno, inamovilidad de los funcionarios aunque fuesen malos; indiferencia ante demandas sociales, corrupción y desprecio por las voces críticas en el entendido de que sucumbirían frente a la burbuja de bienestar pintada por la avalancha de “comunicadores” conquistados con la publicidad gubernamental para servir al rey (paradigma agotado).

Pero la consumación del triunfo habría sido, al menos, más difícil sin el aprovechamiento de las plataformas que facilita la Internet. Allí pasan sus días los jóvenes nacidos a partir de 1996, año en que el PLD ganó la primera vez. Ese es su mundo, y en él creen. Allí dialogan, a su estilo, y, en los otros escenarios donde activan, de boca a oreja, comparten sus pareceres y construyen sus actitudes.

Según las cifras de la Junta Central Electoral, 40 de cada cien personas en edad de votar en el  padrón de 7.481.316 votantes para las elecciones de 2019, están entre 18 y 35 años; 18,5%, entre 18 y 25; 11%, entre 26 y 30; y 10% en el grupo etario 31-35. En síntesis, 3.013.564 (40% del total de electores).

¿Cómo justificar, entonces, el discurso de la “nueva política”, marginando a los centennials y a los millenials, y burlándose de su hábitat?

Sustraerse de las redes y menospreciar sus diálogos para ensimismarse con los ambientes perfumados donde predominan los discursos refinados hechos a golpe de matrices de palabras rebuscadas para impresionar, sería el primer gran error de Abinader cuando apenas ha cruzado los cinco meses de gobierno.

La mentira, las extorsiones, los chantajes, la no contrastación de las fuentes, el sensacionalismo, el amarillismo, las Fakes News, las manipulaciones, la falsa investigación, la publicity, las leyendas urbanas, la incursión en las intimidades, el ocultamiento generalizado de la verdad, la construcción de falsos ídolos, la superficialidad y la bulla, que violentan el derecho de la sociedad a ser informada oportunamente y con veracidad, no nacieron en las redes sociales. Ellas, como los diarios digitales, han heredado estos vicios de los medios tradicionales. No al revés.

No es válida entonces la satanización del ciberespacio para, implícitamente, anclar en el imaginario colectivo la idea de que lo inmaculado existe en el terreno de los iluminados.

En unos y en otros entornos se cuecen habas. Los demonios habitan en ambos. La calidad de los productos mediáticos depende de la profesionalidad, la postura ética y la responsabilidad social de los dueños, sus ejecutivos y los colaboradores de base. Los huérfanos de aquellas cualidades, dondequiera que medren, sólo evacuarán basura y buscarán el enriquecimiento sin escrúpulos.

El Poder Ejecutivo en tanto institución debería entonces escrutar y valorar permanentemente el comportamiento de las corrientes de opinión sobre temas de su interés que pujan en viejos y nuevos medios por colarse en el embudo e imponerse como protagonistas en la agenda de soluciones.

Tomar el pulso de manera sistemática a las oscilaciones de las opiniones mediáticas, aporta insumos vitales para la toma de decisiones gubernamentales.

Al diagnosticar las verbalizaciones de los perceptores, en su día a día, los expertos en Comunicación podrían detectar un siniestro en ciernes y apagarlo con facilidad y al menor costo económico y social.

Negar su dinámica y darle la espalda, en cambio, sólo facilita que las opiniones negativas ganen espacio y se conviertan en actitudes de rechazo al Gobierno y cobro de factura el día de las elecciones del presidente y demás autoridades.

El presidente Abinader sabrá cuál de los caminos escoger: el de la sinrazón, que lleva al caos, o el de la Planificación de la Comunicación, eje transversal de los buenos gobiernos.