ATLANTA – Diásporas, las hubo desde el Viejo Testamento; y dejando a un lado su naturaleza trágica, no hay dos éxodos masivos que se parezcan. En el siglo XX, el mundo vio a los judíos huir de los pogromos, de la revolución bolchevique y de Hitler; a los afroamericanos migrar en masa desde el sur segregacionista; y a los vietnamitas escapar de un país en guerra. En este siglo, sirios, iraquíes y afganos han huido de liberaciones fracasadas y de guerras sectarias brutales; salvadoreños, guatemaltecos y hondureños se alejan a pie de la pobreza y la violencia; y ahora, millones de ucranianos recién llegados a Europa y otros lugares se preguntan si podrán volver a casa y cuándo.

En algunos países las diásporas no son nada nuevo. Basta preguntar a los rusos. El NKVD de Stalin, y luego la KGB, estuvieron tres cuartos de siglo muy atentos a las comunidades de rusos en el extranjero, siempre preocupados por la amenaza que pudieran plantear. Y ahora el servicio de seguridad del presidente ruso Vladímir Putin (FSB) está continuando la tradición. Según cálculos recientes del FSB, en los tres primeros meses de este año viajaron al extranjero casi cuatro millones de rusos.

Obviamente, las estadísticas del FSB son difíciles de verificar. Pero la cantidad de salidas que hubo este año es sorprendente. En comparación con el primer trimestre de 2021, las llegadas de rusos a Georgia y Tayikistán se quintuplicaron; se cuadruplicaron en Estonia, se triplicaron en Armenia y Uzbekistán, y se duplicaron en Kazajistán. Además, Letonia y Lituania recibieron en conjunto a unos 74 000 rusos; y casi un millón viajó a destinos turísticos populares como Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Turquía. Unas 750 000 personas cruzaron la frontera hacia la región georgiana de Abjasia, uno de los territorios vasallos de Putin.

Es indudable que algunos de estos viajeros rusos habrán vuelto a casa, pero aun así el total de salidas del país en el primer trimestre es notable. Equivale a un 2% de la población rusa, y eso sin contar los rusos que viajaron a Europa y otras partes del mundo.

El FSB no lleva registro de las salidas por pasatiempo. Desde la Revolución de Octubre hasta la caída de la Unión Soviética, las diásporas rusas fueron la mosca en la sopa para el paraíso de los trabajadores. Ya después de la revolución fallida de 1905 los rusos habían empezado a huir del país, pero las cifras se dispararon cuando los bolcheviques tomaron el poder en 1917 y durante la guerra civil que siguió. Por toda Europa aparecieron «pequeños Moscú».

La historia se repitió en los noventa, pero con una diferencia. Además de que el colapso de la Unión Soviética dejó a 30 millones de rusos étnicos fuera de las fronteras de Rusia (sobre todo en los países bálticos, Kazajistán y Ucrania), varios millones más emigraron a Europa, Asia y Norteamérica; fue la segunda gran diáspora en cien años.

¿Son realmente importantes las grandes comunidades de expatriados? Depende del punto de vista. En los años veinte, muchos exiliados rusos (partidarios de la monarquía, derechistas y toda suerte de veteranos del ejército, los perdedores de la guerra civil de cinco años) siguieron conspirando contra el régimen bolchevique; pero perpetuaron las divisiones que habían producido su anterior derrota. Del mismo modo, en 2011 el historiador alemán Karl Schlögel sostuvo que los exiliados rusos actuales carecen de estructuras políticas para organizarse, lo que les deja poco potencial para provocar cambios en su país natal.

Pero Schlögel también identifica una diferencia importante entre los emigrados y refugiados de los años veinte y los expatriados rusos del siglo XXI: la diáspora actual incluye a los elementos más dinámicos y emprendedores de la sociedad rusa: directivos de empresas, especialistas en informática, científicos, artistas, etcétera. De modo que su huida al exterior es una enorme fuga de cerebros.

Igor Zubov, vice ministro de asuntos internos de Putin, advirtió de este problema en junio, cuando pidió al parlamento ruso un aumento de la cantidad de permisos de entrada al país para trabajadores informáticos extranjeros. En su presentación, reveló que a Rusia le faltan unos 170 000 trabajadores informáticos, lo que contradice la tesis oficial de que la mayoría de los que viajaron al extranjero han regresado. La Asociación Rusa para las Comunicaciones Electrónicas presentó un panorama similar. Conocedores de la industria prevén que en 2022 se irá del país un 10% de los informáticos rusos.

Y no son sólo los expertos en tecnología. Igual que en los años veinte, también han huido al extranjero cientos de periodistas, escritores, actores, cineastas y artistas rusos, que a menudo continúan con el mismo trabajo en los países de acogida. También se están yendo inversores y emprendedores. Henley & Partners, una firma británica dedicada a tramitar acuerdos de ciudadanía para clientes ricos que quieren cambiar de nacionalidad, calcula que en 2022 se irán de Rusia quince mil millonarios. La mayoría intentará radicarse en Malta, Mauricio o Mónaco, donde los inmigrantes adinerados encuentran hermosas playas y una legislación tributaria laxa.

Tanto da que los profesionales calificados y los bebedores de Cristal se estén yendo por oposición a Putin o por razones económicas personales; lo que importa es que están dejando a Rusia sin una fuente crucial de talento y capital. Por eso la administración Biden propuso flexibilizar la política de visados para los científicos y trabajadores informáticos rusos con estudios superiores; y hay otros países y empresas interesados en aprovechar los beneficios de la nueva diáspora rusa.

Pero las ventajas económicas y financieras serán ante todo para el sector privado; el potencial político de la diáspora sigue desaprovechado. Si los países occidentales quieren ayudar a Ucrania y hacer frente a la agresión rusa, deben esforzarse más en reunir el capital intelectual y financiero exiliado de Rusia para formar una comunidad real que pueda comunicarse con los rusos que se quedaron y acaso influir en ellos.

Hace un siglo, unos 300 000 rusos (empresarios, escritores, artistas, etc.) crearon en Berlín el principal «pequeño Moscú» de Europa; a mediados de los años veinte, había en la ciudad unas 150 revistas políticas rusas y 87 editoriales rusas, de las que sólo una minoría eran emprendimientos soviéticos. Como señala Schlögel, a los exiliados rusos no los atrajo solamente la libertad de la Alemania de Weimar sino también su ubicación estratégica: desde allí era fácil ingresar libros, revistas y ensayos políticos al nuevo estado soviético.

En los tiempos de Internet, este episodio en la historia de la imprenta puede parecer una mera curiosidad; pero es sólo porque el poder de las herramientas de difusión de la información ha crecido en forma exponencial. Como sea, nadie más que los rusos puede decidir el destino de Rusia; pero Occidente cuenta con abundantes medios para ayudar a aquellos que quieran cambios en su país natal.

Traducción: Esteban Flamini

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/russian-diaspora-influencing-developments-under-putin-by-kent-harrington-2022-07/spanish