Todo el que leyó al inglés Charles Dickens o al francés Emile Zola conoce lo que fue la denuncia de las condiciones de vida de la clase obrera a raíz de la revolución industrial, unos verdaderos novelones donde se describen la pobreza, la falta de esperanzas y el dolor de pasar de un mundo rural y a escala individual a unas organizaciones sociales mucho más urbanas, donde la contribución personal era segmentado por tareas, reduciendo significativamente las oportunidades de satisfacción por el trabajo en sí mismo.
Hermosas como eran, esas obras no incluían la visión de que esa situación iba a evolucionar hacia una mejor organización social, lo que en efecto sucedió en la Europa del siglo XX, sobre todo a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial al implicar la asunción de un sistema de seguridad social más o menos viable.
Esos autores del pasado tienen en común con algunos pensadores de hoy en día la concentración en el problema. Abrumados como estamos con la cantidad de información que recibimos, a veces dejamos de ver que los males están llamados a ser pasajeros. El Foro Económico Mundial acaba de publicar su Reporte sobre Riesgos Mundiales y desde ya podemos ver un panorama realmente preocupante. Los encuestados evidenciaron que, tanto a corto como a mediano plazo, la preocupación ambiental es un gran elemento. Afortunadamente y demostrando una gran capacidad de comprensión global, esta entidad acaba de publicar algunos de los resultados de investigaciones presentadas en su sesión de enero donde el énfasis ha sido estudiar lo que significa laboralmente la adaptación al cambio climático. Básicamente, y en combinación con expertos mundiales en el mundo del trabajo, hay estimaciones de que este futuro azaroso en cuanto a la preservación del medio ambiente, implica grandes y diversas oportunidades de empleo. En resumen, este grupo de reflexión está siendo capaz de ver el vaso medio vacío y medio lleno a la vez.
Se tomaron en cuenta los recursos existentes en los países que tienen mejor desempeño en los indicadores medioambientales y sociales (Dinamarca, Noruega, Suecia y, en la parte social Finlandia) y se compararon con los utilizados en países donde hay oportunidades de mejora (dentro de los que se encuentran Australia, Brasil, España, los Estados Unidos, la India, Japón, el Reino Unido y Sudáfrica) y encontraron que, de responder adecuadamente a las demandas de adecuación, hay oportunidad para emplear a un mínimo de 60 millones de personas adicionales. Y todavía nos quedarían países por atender. Naturalmente, también se perderían empleos que desde ahora están empezando a disminuir, como los célebres obreros de minas de carbón reclamados por Donald Trump durante su ejercicio presidencial.
La buena noticia es que los instrumentos de financiamiento para estas iniciativas ya existen (es cierto, se pueden diseñar más, pero es innegable que existen). Mejor aún, no solo se estaría creando oportunidades de hacer un oficio, se están diseñando puestos que responden a las inquietudes de trascendencia y significado en las labores asumidas, algo que por momentos un gran renglón de la humanidad había tenido que poner de lado.