En el programa de televisión This Morning ha decidido incorporar, como premio a uno de los juegos de participación que en él acontece, el pago de la electricidad por cuatro meses. El tema es que la crisis económica, agudizada por el conflicto de guerra entre Rusia y Ucrania, ha disparado los precios de la factura eléctrica de manera exorbitante.
Un británico caracterizó la decisión del programa como una distopia digna de la serie “Black Mirror”. La trivialización de la situación social no la invento This Morning, es un fenómeno mediático que anda ya por varias décadas. La búsqueda de la solución a los problemas sociales dejo de ser, en el imaginario que se impone de manera abrumadora, una búsqueda colectiva.
Se reduce, por el contrario, a lo individual, cuando el ganador de alguna lotería ya sea real o metafórica, es presentado como el héroe de nuestros días.
La construcción ideológica que le sirve de base es que el egoísmo es la principal característica humana que vale la pena que sea defendida. Se presenta, además, como el orden natural de las cosas.
Lo del orden natural de las cosas resulta curioso. Los filósofos de la ilustración atacaron la idea de que los reyes y la corte de nobles eran imprescindible en el orden social por razones divinas, con la noción de la preeminencia de un hombre natural cuya realización debía ser objetivo de la sociedad.
Lo cierto es, algo de lo que deben tomar notas los que hablan de la existencia de la explotación burguesa como algo natural e inherente a la sociedad humana, es que un día las cabezas de los reyes fueron cortadas por una burguesía revolucionaria, a pesar de que la institución de la realeza había durado desde que el ser humano entro en la edad de bronce. Es decir, la mayor parte del devenir histórico de la sociedad humana.
La burguesía, esa clase entonces revolucionaria, se propuso echar abajo los modos de dominación que se había erigido por centurias, para simplificar las formas de explotación, dejándolas ver en toda su desnudez económica, sin atavíos artificiales.
En el empeño, no se permitieron que las construcciones ideológicas de la nobleza se interpusieran como muro a sus aspiraciones. Los filósofos de lo nuevo por conquistar destrozaron, racionalmente, la idea de que la nobleza parasitaria era imprescindible para la prosperidad y el orden de la sociedad. Y lo hicieron, a pesar de que, como institución, el rey era la más antigua y establecida forma de poder político.
Todo sistema social crea la hegemonía ideológica que sustenta a la clase que detenta el poder. En ese sentido, se justifica a sí misma como necesaria, imprescindible, que sin ella la prosperidad es imposible y el mundo sería un caos.
Para justificarse, eterniza la parte de su historia de cuando era fuerza de renovación, es decir, fuerza revolucionaria. Mientras vende el pasado glorioso como escenografía perenne, pretende desviar la mirada de la distopia global que ha creado, y que ya es incapaz de superar.
En ese edificio totalitario que se ha erigido en el campo de las ideas, echa mano a los conceptos, ciertamente revolucionarios, que alguna vez creo, y los vende como verdades inamovibles de su sistema. Libertad, igualdad y fraternidad fueron ideas que, como terremoto, subvirtieron las ideas preponderantes del sistema feudal, pero como todo sistema ideológico, su contenido es clasista.
Los burgueses triunfantes no se referían, en la práctica, a la misma libertad, ni a la misma fraternidad e igualdad que los proletarios en la revolución francesa. Solo por necesidad, la ambigüedad de los poderosos pretende incluir en sus ideas a todos, en pie de igualdad, cuando en la práctica excluye a la mayoría. Su discurso es inclusivo, la realidad que impone, no.
Para que el engaño funcione, necesitan varios elementos. Hacen ver que sus intereses son los de toda la sociedad y, en consecuencia, atentar contra ellos es hacerlo contra todos. Crean una falsa conciencia, para que en proporciones masivas de la sociedad le defiendan el derecho a la explotación, sin percatarse de su condición de explotado. No hay espectáculo más triste que el pobre defendiendo el derecho del rico a perpetuar su pobreza.
En definitiva, los ricos siempre han existido, nos dicen resignados. Pero no basta con ello. Si algo nuevo trajo la burguesía al menú de como mantener a la mayoría sojuzgada, y este quizá es el más perverso de sus descubrimientos, es mantenerle latente al pobre la ilusión de que él pueda dejar de ser explotado para convertirse en explotador. La ideología burguesa hace del sojuzgado un cómplice de su propia explotación.
De ambas ideas, la necesidad de que el rico exista para que la sociedad funcione y la posibilidad individual de aspirar a ser explotador y no explotado, nace el agente ideológico utilísimo, que propugna y defiende la idea de la conciliación de clases; usualmente salido de ese conjunto que ahora se ha dado en llamar clase media, y que siente que ya ha recorrido un camino importante para dejar de ser de los de abajo y alcanzar a los de arriba; pero más importante aún, que se convence de que se encuentra en condición privilegiada para lograr el anhelo de su egoísmo: ¿Por qué derrotar al sistema en el que se hallan a punto de coronar sus sueños de volverse ricos y ser parte de las clases dominantes?
Si alguien tiene duda de la efectividad de toda esta construcción ideológica, que lo vea en su despliegue más explícito, en los resultados del reciente plebiscito constitucional en Chile.
Carlos Marx decía: “Los hombres han sido siempre en política victima necias del engaño de los demás y del engaño propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a discernir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales,religiosas,políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”.