El conflicto israelí-palestino es uno de los episodios mas prolongados y complicados del mundo contemporáneo, con raíces históricas y políticas profundamente arraigadas en la región de Oriente Medio. Se remonta al siglo XIX, cuando el sionismo, un movimiento judío que abogaba por el retorno a la Tierra de Israel, ganó fuerza.
Como todo evento que ocurre en el mundo comunicado e interconectado de hoy, el recrudecimiento del conflicto de Israel contra Palestina tiene repercusiones en todos los niveles. Así hay que entenderlo y así hay que enfocarlo.
En primer lugar, este es, por supuesto, un conflicto local que enfrenta a un país ocupante contra otro que se ha visto obligado a reaccionar ante la usurpación de su territorio por vía de la fuerza. Este nivel de enfoque aporta el mayor centimetraje en los medios escritos y la mayor cantidad de tiempo en los audiovisuales.
Las grandes transnacionales de la comunicación solo piensan en las noticias como mercancía y en esa tesitura, como negocio. Ajenos a cualquier escrúpulo, apuntan a general opinión en favor de aquellos que son aliados, generalmente vinculados al gran capital internacional. También en esa misma medida, “se informa” sin importar la verdad, sino pensando en favor de los intereses imperiales, ocultando que fueron estos los que generaron el conflicto. Eso ya lo sabemos. Así es en todo momento y en toda circunstancia.
Nadie, con excepción de los Estados Unidos, cuya economía es subsidiaria de la guerra y el conflicto a través del complejo militar industrial, puede ser favorable a ella. Solo quien ha estado en la guerra sabe que en la misma se desatan los peores instintos del ser humano:” la necesidad de matar para sobrevivir y eso es antinatural. El ser humano no es asesino por naturaleza”.
Tampoco nadie está de acuerdo con el terrorismo, algunos lo rechazamos por convicción y por principios. Así mismo, nadie puede estar en contra de la autodefensa y el derecho a la vida que es el más sagrado de todos los derechos, sin él, todos los demás son insustanciales y no tienen sentido de existir.
De esta manera, en el conflicto actual en Palestina-como en Ucrania- es trascendental saber cuándo y cómo comenzó. En Ucrania, la guerra no empezó en febrero de 2022 cuando Rusia inició su operación militar especial, sino en febrero de 2014 cuando Occidente, en particular los Estados Unidos orquestó, organizó y financió un golpe de Estado para derrocar al gobierno constitucional y legítimo. Así, se crearon las condiciones para la irrupción de organizaciones nazi fascistas que desataron el terrorismo contra las minorías que habitan ese país.
Igualmente, el conflicto en Palestina no comenzó el sábado 14 de octubre de este año cuando el grupo Hamas palestino lanzó una andanada de varios miles de misiles contra territorio ocupado por el Estado de Israel, sino en 1948 cuando precisamente comenzó la ocupación y no se cumplieron los acuerdos de la Organización de Naciones Unidas ONU que obligaban a crear dos Estados en ese territorio.
En uno y otro caso, después de violentar la situación preexistente en 1948 y 2014 respectivamente, todo pasó a ser posible en término de devastación y muerte. La guerra, que es un fenómeno bárbaro, hizo su irrupción con toda su secuela de destrucción y salvajismo.
Poco les importó a las potencias entregar un territorio a los sionistas para que se instalaran en él por vía de la fuerza aniquilando a millones de palestinos. Poco le importa a Estados Unidos y a la OTAN que jóvenes ucranianos pierdan su vida en una guerra que no pueden ganar y que solo aporta beneficios a las empresas estadounidenses que han aumentado sus ganancias vendiendo armas, petróleo y gas.
No existe un terrorismo bueno y uno malo. Veamos lo que ha hecho Estados Unidos creando organizaciones terroristas como Al Qaeda, ISIS y Boko Harán, entre otras, a las cuales apoyó, armó y financió solo porque sus acciones coincidían con sus intereses imperiales estratégicos.
Es bueno seguir la noticia, pero como dije más arriba, es más importante conocer las causas y los orígenes de los hechos. Conocer eso nos lleva a saber qué fines se ocultan tras ellos y qué intereses están en juego.
El derecho a la rebelión está consagrado en las constituciones de la mayoría de los países del mundo. Es tan antiguo como la existencia de la opresión de unos sobre los otros. Desde Platón y Santo Tomás de Aquino hasta la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, este derecho ha sido aceptado a través de la historia.
Entonces, se trata de reconocer la legitimidad de un pueblo que se rebela. El problema de los instrumentos con que lo hace es otra cosa y no puede ser que el patrón establecido por los Estados Unidos, que exterminó a sus pueblos originarios, que lanzó dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que estableció y apoyó a gobiernos sátrapas y asesinos de sus pueblos en todo el mundo, que permitió, teniendo conocimiento de antemano, que su pueblo fuera víctima de un horrible atentado terrorista el 11 de septiembre de 2001, que teniendo todos los recursos hizo nada y poco para evitar que la pandemia de la COVID 19 matara a más de un millón de sus ciudadanos, sea el que establezca quien es terrorista y quien no.